Primera infancia: creencias e inversión en capital humano

La inversión más importante que la sociedad puede hacer en sus ciudadanos es aumentar las inversiones en la primera infancia.

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Invertir en primera infancia
Getty Images

Dos hechos demostrados científicamente. Primero, los padres de contextos pobres invierten menos en los hijos, porque no creen que valga la pena. Esto aumenta la inequidad: los ricos cada vez invierten más en los hijos, los pobres invierten menos. Segundo, una buena noticia: es posible cambiar los preconceptos —creencias— que tienen los padres. Existen programas que ayudan a los padres pobres a darse cuenta de que rinde —y mucho— invertir en sus hijos desde que son bien pequeños.

Estos descubrimientos son fruto de un estudio reciente de tres investigadores de la Universidad de Chicago. Título: Shifting parental beliefs about child development to foster parental investments and improve school readiness outcomes. Publicado en Nature Communications. Se trata de dos economistas (John List y Julie Pernaudet) y una doctora en pediatría (Dana Suskind).

Motor de la desigualdad

El profesor List y sus coautores comienzan su artículo señalando que, durante siglos, científicos sociales han explorado teorías para explicar las causas del crecimiento económico de las naciones. En los últimos decenios se ha llegado a un consenso en torno a que la inversión en capital humano es el motor clave. Incluso se llega a afirmar que la inversión más importante que la sociedad puede hacer en sus ciudadanos es aumentar las inversiones en la primera infancia.

¿Por qué en algunas poblaciones los padres invierten poco en sus hijos? ¿Se puede hacer algo para promover la inversión en capital humano en esos sectores de la sociedad? El estudio de los profesores de Chicago se dirige especialmente a contestar estas dos preguntas. Para esto, diseñaron dos experimentos en contextos reales.

Experimento 1: videos sobre crianza

En el primer experimento, se aplicó a las familias con hijos recién nacidos. El programa duraba seis meses. Consistía en videos educacionales donde se informaba a los padres acerca de cómo los niños van adquiriendo habilidades y qué actividades pueden hacer los padres para favorecer el desarrollo de sus hijos. Para esto, los citados autores hicieron alianzas con diez clínicas pediátricas de Chicago que atendían a personas de contextos socioeconómicos desfavorecidos.

El programa era fácil de replicar y de muy bajo costo; se trata simplemente de difundir unos buenos videos sobre crianza en los primeros meses de vida. Para esto, los investigadores aprovechan que los padres llevan a sus hijos al control en las clínicas al mes de nacimiento, y también al 2do, 4to y 6to mes. Mientras están en la sala de espera, miran unos cuatro videos breves.

Cada video tiene dos partes. La primera provee a los padres de información sobre el rol de los padres en las primeras etapas del desarrollo del niño y sobre el crecimiento de su cerebro. La segunda parte ofrece sugerencias prácticas para aplicar en las rutinas diarias con el bebé. Se hace énfasis especialmente en la interacción padres-hijo en lenguaje: se sugiere hablar más con el hijo, captar la atención del niño cuando se habla con él, e intentar que el niño responda algo, aunque sean balbuceos.

En este experimento participaron en total 475 duplas (madre-hijo o padre-hijo). Se hizo un sorteo y 237 duplas recibieron videos durante seis meses y 238 duplas no recibieron estos videos. Esto permitió que, al final del experimento, se pudieran comparar los resultados de las duplas que recibieron videos respecto a las duplas que no recibieron videos.

Experimento 2: visitas domiciliarias

En el segundo experimento, los investigadores evaluaron un programa mucho más intensivo. Ya no se trataba de videos, sino que visitaban las casas durante seis meses, veían qué prácticas de crianza aplicaban los padres y les daban sugerencias, corregían errores o estimulaban buenas prácticas. Para reclutar a la gente que sería parte de este experimento, el equipo de investigadores se dirigió a clínicas médicas enfocadas en personas pobres, verdulerías, centros de atención a primera infancia en Chicago, etc.

Resultados y descubrimientos

Lo primero que encuentran es que, cuantas más dificultades socioeconómicas tenían los padres, mayor su creencia de que invertir en los hijos no rinde.

Segundo descubrimiento. Las creencias de los padres impactan realmente en el desarrollo cognitivo, lingüístico y socioemocional de los niños.

Tercer descubrimiento. Podemos influir sobre las creencias de los padres y ayudarlos a revisar los prejuicios que tienen sobre la inversión en sus hijos.

Cuarto descubrimiento. Si se logra mejorar las creencias de los padres, estos terminan invirtiendo más en sus hijos. Por ejemplo, encuentran que, gracias a los dos programas que aplicaron, mejoró la calidad de relación padres-hijo.

Quinto descubrimiento. Los videos en las clínicas impactan positivamente, pero el efecto es pequeño y se diluye al terminar el programa. En otras palabras, los datos recogidos por los investigadores de Chicago indican que pequeñas mejoras en las creencias de los padres acerca de la inversión y desarrollo en primera infancia no son suficientes para inducir cambios en la conducta de los padres y en el desarrollo de los niños que permanezcan al pasar el tiempo.

Sexto descubrimiento. El programa de visitas domiciliarias para ayudar en las prácticas de crianza fue mucho más efectivo que el programa de videos: las visitas al hogar lograron mejorar el vocabulario y las habilidades socioemocionales de los niños.

En suma, el estudio demuestra una idea fundamental para el diseño de política pública: si queremos mejorar la inversión en primera infancia, es clave incidir en las creencias que tienen los padres.

- Alejandro Cid es Decano de la Facultad de Ciencias empresariales de la Universidad de Montevideo.

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