El mundo de los negocios está bastante desconcertado
Hace algunos días, el presidente Donald Trump le ordenó a las empresas estadounidenses salir de China y les sugirió en un tuit que tenía la autoridad para emitir esa orden.
La cuestión de si en efecto tiene ese poder, la deben resolver los legisladores y abogados de Washington. Tal vez la interrogante más importante es, si romper las relaciones de las empresas estadounidenses con China es factible por principio de cuentas.
Al menos en el corto plazo, no lo es. Las empresas estadounidenses están profundamente interconectadas con China, y separarlas sería caótico y posiblemente destructivo para la economía mundial.
A largo plazo, ya se está dando un cambio. Los aranceles estadounidenses y las tensiones crecientes entre Washington y Pekín están forzando a muchas empresas a reconsiderar su dependencia de China. Pero la conveniencia y el vasto y creciente mercado de consumidores en ese país dificultan que muchas empresas abandonen China por completo.
“Estamos viendo a las empresas redirigir sus inversiones y se debe a la incertidumbre”, explicó Ker Gibbs, presidente de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en Shanghái. “No creo que se deba a que están abandonando el mercado chino”.
¿De qué manera se vincula China con la economía mundial?
Cualquiera que haya echado un vistazo a las etiquetas de los productos para ver dónde están hechos, sabe que China es fundamental para lo que el mundo consume. Las fábricas chinas producen iPhones, iPads, consolas de videojuegos, autopartes, imanes industriales, plásticos, químicos que se utilizan en la industria manufacturera y un sinfín de otros insumos básicos que mantienen los engranes económicos del mundo en movimiento.
China es el lugar más eficiente para producir una gran variedad de productos; ha construido inmensas redes de fábricas pequeñas que proveen de componentes básicos a fábricas más grandes. Cuenta con una fuerza laboral de cientos de millones de personas que saben cómo dotar de personal una línea de ensamblaje. Tiene trenes rápidos, autopistas veloces y puertos eficientes que movilizan productos de manera eficiente de las fábricas al mundo. China ya fabrica una cuarta parte de los bienes manufacturados del mundo. Eso no se puede sustituir en el futuro próximo.
Las fabricas eficientes no son el único atractivo de China. Si bien la economía china —la segunda más grande después de Estados Unidos— ha comenzado desacelerarse, su mercado de consumidores está creciendo. Según algunos cálculos, hay más consumidores de clase media en China que gente en Estados Unidos.
La creciente clase de consumidores en China representa una enorme proporción de las ventas mundiales de iPhones, tenis Nike y cafés latte de Starbucks. Compra autos Chevrolet y Ford, aunque la mayor parte de estos estén hechos en China. Sus turistas cada vez más aventureros crean demanda de aviones Boeing. A los consumidores chinos, cada vez más prósperos, les gustan los cortes estadounidenses y quieren más carne de puerco, por lo que se necesitan más cerdos, que se alimentan de soja estadounidense.
¿Por qué es difícil irse?
Las fábricas ya están yéndose de China, a medida que Washington y Pekín imponen mutuamente aranceles más elevados a sus productos.
Sin embargo, las amenazas más recientes de Trump han alarmado todavía más a los líderes empresariales estadounidenses, quienes temen no poder adaptarse con la rapidez necesaria a los cambios en las relaciones comerciales transpacíficas.
“Los negocios están bastante desconcertados ante todo esto”, comentó Rufus Yerxa, presidente del Consejo Nacional de Comercio Exterior, una asociación empresarial con sede en Washington. “Están conmocionados por lo mal que se está poniendo la situación”.
No obstante, el proceso es lento y difícil. Empresas como GoPro y Hasbro han debatido abiertamente si deben establecer tiendas en otros lugares. No todas las empresas que están haciendo cambios en sus operaciones son estadounidenses: Danfoss de Dinamarca ha reubicado parte de su producción de sistemas de calefacción y aire acondicionado a Estados Unidos para evitar los aranceles, reducir los costos de transporte y limitar las emisiones de gases que causan el calentamiento global derivadas del transporte de productos.
Otros han reducido sus operaciones de manera drástica, a medida que la economía china se ha ralentizado. Ford, por ejemplo, ha visto un descenso en sus ventas en China y ha respondido con el despido de miles de trabajadores contratados.
Sin embargo, las relaciones entre China y Estados Unidos podrían mejorar algún día, posiblemente después de que Trump deje el cargo. Si eso ocurre, las empresas que hayan cambiado de sitio sus cadenas de suministro podrían encontrarse en una desventaja competitiva, en comparación con las que se queden en China.
¿Regresarán a Estados Unidos?
A pesar de todo el discurso de Trump sobre regresar los empleos de la industria manufacturera a Estados Unidos, es poco probable que eso suceda.
Las bajas tasas de desempleo han dificultado que las empresas encuentren obreros en Estados Unidos. Los trabajadores chinos comúnmente aceptan turnos nocturnos, lo cual permite que las fábricas funcionen día y noche, y a menudo aceptan vivir en dormitorios dentro de las instalaciones de las fábricas durante varios años. Los trabajadores estadounidenses tienden a resistirse a ese tipo de condiciones.
Además, Estados Unidos tampoco puede competir con la capacidad china para fabricar las partes pequeñas que alimentan la industria manufacturera de ese país. Cuando Apple trató de construir un modesto número de computadoras de lujo en Austin, Texas, tuvo problemas para encontrar un proveedor cercano que pudiera fabricar el tipo correcto de tornillos. Acabó teniendo que depender de una empresa pequeña que le entregó 28.000 tornillos en 22 viajes.
¿Qué otros problemas enfrentan las empresas?
En última instancia, las empresas estadounidenses temen ser víctimas de lo que le ocurrió a Cathay Pacific Airways, la ampliamente respetada aerolínea de Hong Kong.
Rupert Hogg anunció su renuncia como director ejecutivo de la aerolínea el 16 de agosto, después que el gobierno chino se opusiera categóricamente a la participación de sus empleados en las manifestaciones callejeras que han paralizado Hong Kong en los últimos meses. La sede de Cathay está en Hong Kong, y la empresa estatal Air China tiene una participación minoritaria en la empresa.
No obstante, está controlada por Swire Group, uno de los negocios británicos de mayor antigüedad en Asia.
Antes de la partida de Hogg, prácticamente nadie había previsto que el director ejecutivo de una enorme empresa multinacional tendría que irse debido a un problema político relacionado con China. Una lista de empresas occidentales que se crece con rapidez —y que incluye a Marriott, Daimler, Coach y Versace — se han disculpado en los últimos dos años debido a productos u ofertas en línea que podían interpretarse como sugerencias de que Hong Kong, Taiwán o el Tíbet eran en cierta medida territorios independientes de China, una postura que Pekín rechaza.
People’s Daily, el portavoz oficial del Partido Comunista chino, publicó un artículo el 12 de agosto en el que criticaba con palabras fuertes que algunas empresas extranjeras permitieran que sus productos o sitios web sugirieran que Taiwán o Hong Kong no son parte de China. Advertía que en esos casos una disculpa no era suficiente, y que se requeriría un mayor castigo.