OPINIÓN
Supuestos más razonables en la Rendición que en el presupuesto quinquenal.
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El Presupuesto de Danilo Astori, en 2015, proyectaba un crecimiento económico de 14,6% en el quinquenio. Un año más tarde, esa proyección se corregía a 7,7%. La economía terminó creciendo 4,2% en los cinco años. La nueva base de las cuentas nacionales restó algo más de dos puntos al crecimiento estimado con la base anterior, con la cual se hicieron las proyecciones.
El de Arbeleche, el año pasado, proyectaba un crecimiento de 11,7% en los cinco años. Ahora, en la Rendición, se lo corrigió a 6,6%. También acá hay un efecto debido al cambio de base de las cuentas nacionales, cercano a un punto porcentual.
En ambos casos se prometía un déficit fiscal de 2,5% del PIB para el quinto año. Astori se fue con uno de 4,4% del producto (4,9% sin contar el efecto del cambio de base, que en este caso juega a favor, ya que el denominador es más alto). También en ambos casos, los candidatos presidenciales prometieron no subir impuestos. El tercer gobierno del FA lo hizo en al menos tres oportunidades.
El año pasado, en septiembre, dediqué mis dos columnas del mes a fundamentar mi opinión acerca del optimismo que veía en el escenario planteado en oportunidad de la presentación del Presupuesto el 31 de agosto. La primera se titulaba “Con buenos propósitos, un sustento dudoso” y la segunda, “Crecimiento: por qué es optimista”.
Ahora llegó la Rendición de Cuentas, con nuevas pautas para lo que queda del quinquenio. Además de las que se refieren al crecimiento económico esperado, hay cambios en las pautas referidas a la tasa de empleo y al resultado fiscal, y no los hay en el caso de la inflación, cuyas proyecciones se mantienen intactas para cada año hasta 2024.
La corrección bajista en la evolución esperada del PIB trajo aparejado un ajuste similar en la evolución esperada para la tasa de empleo, que se percibe creciente desde este año y hasta el final del período, pero por debajo de la trayectoria trazada en agosto pasado.
También hay cambios en el escenario fiscal: se sube la proyección del déficit para este año, al incorporar el efecto COVID que en el Presupuesto se supuso nulo y se baja en un décimo, a 2,4% del PIB, la meta del déficit para el último año. Pero la Rendición no trajo cambios en términos cualitativos: se mantiene el propósito de no subir los impuestos y que el ajuste se dé, con gradualidad, por la vía del tope al crecimiento del gasto público.
La nueva proyección quinquenal del crecimiento económico (6,6% con UPM incluido) ya no es optimista, como la de agosto pasado, pero tampoco le sobra nada y resulta un punto mayor a la que surge de la última encuesta de expectativas que releva el BCU (esa diferencia se debe casi totalmente a 2021, para cuando el MEF espera un crecimiento de 3,5% y la encuesta proyecta 2,65%).
Mientras tanto, a la proyección fiscal le caben las mismas prevenciones de hace nueve meses: se pone todo el peso del ajuste en el lado del gasto, aun cuando más tarde o más temprano vendrán tiempos político electorales que ya sabemos cómo funcionan en materia fiscal en nuestro país. Por lo que no se sabe si se trata de una reducción definitiva o de una mera represión transitoria del gasto. Dicho sea de paso, la nueva base de las cuentas nacionales y el menor objetivo de inflación deberían dar lugar a una meta fiscal más ambiciosa, quizá en el eje del 2% del PIB.
Además, hay cosas que llaman la atención.
Uno, el crecimiento proyectado cae considerablemente y sin embargo el resultado fiscal “no se entera” de ello.
Dos, entre 2021 y 2022 se proyecta una mejoría fiscal de 2,5 puntos del PIB, cuando aún si en el año próximo ya no hubiera “efecto fiscal COVID”, esto sólo daría lugar a una mejoría de 1,7 puntos.
Tres, al igual que en el Presupuesto, no se proyectan efectos fiscales de la pandemia para el año siguiente. Ya vimos el error que significó eso el año pasado. Pregunto: ¿aún en la mejor hipótesis desde el punto de vista sanitario, no correspondería asumir que hay gastos que se deberán seguir haciendo? Me refiero, por un lado, al tema del empleo: es posible que el gasto en materia de seguro de desempleo deba ser mayor al de los tiempos de la “vieja normalidad”; además, imagino que se deberían estar fortaleciendo los programas de recapacitación de trabajadores. Por otro lado, me refiero a los planes sociales, y al igual que en el caso del seguro de desempleo, cuesta creer que la realidad post pandemia volverá a ser como la previa, y sin secuelas. En definitiva, ¿se cree que en ambos casos 2022 será como 2019?
A propósito de la comparación entre esos dos años, para 2022 se proyecta un resultado fiscal mejor al de 2019 en 1,3% del PIB. Parece demasiado.
Cuatro, los compromisos del Poder Ejecutivo en materia de “recuperación salarial”, necesariamente van a jugar fiscalmente en el sentido opuesto al que lo hicieron hasta este año y darán lugar a aumentos mayores a la inflación, primero en los salarios públicos y luego, por el rezago de la regla de indexación, en las pasividades. Las proyecciones fiscales no parecen reflejar estos efectos.
Por último, cabe destacar que el buen trabajo realizado por el MEF en la producción del informe económico financiero que acompaña a la Rendición, quedó “avaro” en la presentación del cálculo del resultado fiscal estructural.
En definitiva, con supuestos más razonables en materia de crecimiento, esta Rendición deja las mismas dudas que el Presupuesto, sobre las perspectivas fiscales.