OPINIÓN
El gobierno tiene razones para estar satisfecho con lo transcurrido y el segundo tiempo lo encuentra bien parado en la cancha y ganando la contienda. Pero no debe festejar antes de tiempo.
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El conocido refrán con el que intitulo mi columna de hoy, alude a la necesidad de mantener el equilibrio en los juicios, y a no exagerar ni en un sentido ni en otro. Aquello de que el vaso está medio lleno y medio vacío y que las dos cosas son igualmente relevantes. La referencia viene al caso aquí y ahora, tanto en el plano de la coyuntura como en el otro, más profundo, de los aspectos que la exceden y son de relevancia más permanente.
En el plano coyuntural, recuperada la actividad económica y el empleo previos a la irrupción de la crisis sanitaria y una vez cumplida la decisiva instancia electoral de fin de marzo, habrá de comenzar “otro partido” o, mejor, el segundo tiempo del partido que está en juego. El gobierno tiene razones para estar satisfecho con lo transcurrido y el segundo tiempo lo encuentra bien parado en la cancha y ganando la contienda. Pero no sería aconsejable que festejara el resultado del primer tiempo y mucho menos, que se “pizarreara”. Los partidos tienen 90 minutos y en los segundos 45 ya no podrá invocar herencia ni pandemia.
El producto y el empleo se han recuperado, pero están lejos de mostrar magnitudes satisfactorias: el primero está apenas 4% por arriba del de hace ocho años y el segundo está muy por debajo del de entonces. Hubo un razonable equilibrio entre economía y salud, pero hay “coletazos” en materia social que se deberán enfrentar con cabeza y dinero: se deberán recapacitar trabajadores que ya no podrán hacer lo que hacían y se deberá seguir atendiendo a los hogares que perdieron pie en los últimos tiempos. Se ha mantenido el grado de inversión y ha mejorado su perspectiva, a partir de una buena gestión fiscal que ha reprimido transitoriamente el gasto, más que reducirlo de manera permanente, estructural. Y la inflación ha vuelto al 8% al que nos tiene acostumbrados.
El primer tiempo terminará con la realización del referéndum y, en los minutos previos, se introdujeron cambios: se abandonó, a poco de inaugurarse, la regla para fijar los precios de los combustibles; se definió un aumento medio de las otras tarifas, muy inferior a la inflación pasada y esperada; y se dispuso un aumento de los salarios públicos que no es precisamente una señal de desinflación para la economía. Y se postergaron (será coincidencia o no) algunas reformas relevantes: la de la seguridad social y la del servicio civil. Mientras que en el caso del mercado de los combustibles y de todo lo referido a Ancap, las reformas propuestas por el presidente no encontraron sustento en la coalición que gobierna y, en el mejor de los casos, la montaña habrá de parir un ratón.
Si levantamos la mira y vamos a temas más estructurales, también vale lo del título. Nos congratulamos de ser distintos en el vecindario (en sentido amplio, más allá de Brasil y Argentina), de nuestra institucionalidad, de la rotación de los partidos políticos en el gobierno, de la previsibilidad que da el mantenimiento de las políticas públicas casi sin cambios más allá de los relevos en el poder entre quienes parecen ser más diferentes de lo que lo son. Y eso está muy bien. A lo largo del tiempo, se introducen reformas y ellas quedan. Ha pasado eso en materia de política comercial, de política tributaria, de gestión de la deuda, de promoción de la inversión, en materia portuaria, en el ámbito forestal, en la seguridad social. Sitúo el inicio de este proceso en la gestión del ministro Alejandro Végh Villegas a mediados de los ´70, por lo que ya estamos hablando de casi medio siglo.
Pero, al mismo tiempo, es evidente que vamos demasiado despacio y que se acumulan temas en la agenda, que no es hoy demasiado distinta a la de hace añares. Por citar sólo algunos en los que vamos muy despacio: la enseñanza pública, con resultados que han venido de mal en peor; la reforma de un sector público que sigue teniendo más de 300 mil vínculos laborales y que cuenta con estructuras propias de otra época (basta razonar la lógica de las competencias de los actuales ministerios) y empresas estatales que no han actualizado su gobernanza; la regulación de sectores no transables, como hace muy bien en insistir siempre Gabriel Oddone, que trasladan costos a los sectores que compiten con el exterior.
Viejos temas que sobreviven a gobiernos caracterizados por el lucro cesante. Y nuevos temas, de alta complejidad, que se incorporan a esa agenda y que nos siguen conduciendo a una supra nacionalidad, que no es nueva, pero que será cada vez más relevante: ahora son la tributación y el ambiente. Y, ante lo cual, deberemos buscar la forma de tener destaque y protagonismo cuando ya no podamos apelar al ofrecimiento de beneficios tributarios que habrán de caducar. Una vez más, las fortalezas propias a que me referí antes, deberán hacer la diferencia, y la forma de laudar los disensos será determinante para ello.
También entiendo que será clave mirar al vecindario (una vez más, en un sentido más amplio que el de nuestros vecinos propiamente dichos). No para complacernos y ser conformistas, por aquello de “en tierra de ciegos…”. Sino para aprender de sus complejas peripecias de modo de no correr el riesgo de replicarlas entre nosotros.
En definitiva, tanto en la coyuntura en el caso del gobierno, como en los aspectos más permanentes, en el caso del sistema político todo, no conviene dormirse en los laureles.