Así como 2015-19 fue un quinquenio “perdido” en términos de empleo, 2020-23 ha sido un cuatrienio “ganado” en la materia.
Respecto a 2019 y tras el impacto negativo de la pandemia se generaron 70 mil puestos de trabajo netos, el promedio de horas trabajadas aumentó 3% y el desempleo se ubicó estable en torno a 8%, en un contexto de recuperación de 1,2 p.p. en la participación laboral. En términos relativos, demanda (tasa de empleo) y oferta (tasa de actividad) se ubican en su mayor nivel desde 2016, mientras que, en términos absolutos, se alcanzó un récord histórico de personas ocupadas. En este contexto, es conveniente preguntarse cuáles han sido los factores cíclicos y estructurales que explicaron dicho desempeño y cuáles son los desafíos para consolidar estos números hacia 2024-25.
Por un lado, la mejora en el mercado laboral nuevamente estuvo en línea con la regularidad empírica para Uruguay de las últimas décadas que sugiere que la masa salarial real crece en sintonía con la expansión del PIB. En el promedio de 2023 ambos indicadores se ubicarían un 4% por encima de 2019. Ello reafirma que la remuneración de los trabajadores en el ingreso habría permanecido estable, pese a algunos análisis que sugerían lo contrario. El crecimiento de la masa salarial correspondió en su totalidad a un mayor número de personas ocupadas, ya que el salario real se ubicaría en el promedio de 2023 en el mismo nivel que en 2019. Derivado de lo anterior, al igual que en 2004-14 y 2015-19, el empleo varió a la par del diferencial entre el crecimiento del PIB y los salarios reales. O invirtiendo la ecuación, los salarios reales habrían evolucionado a la par de la productividad aparente del trabajo.
En este escenario, es esperable que los resultados del censo indiquen una población relativamente estancada y con un crecimiento de la población en edad de trabajar en torno a 0,5% anual o incluso menos. Por su parte, en el ciclo, a pesar del rebote por la sequía, el crecimiento promedio del próximo bienio se encaminaría a su potencial cercano a 2,5%.
Esto lleva a que para mantener estable la tasa de empleo se requeriría que el salario real crezca en torno a 2% anual o menos. Ello implicaría la creación de 15 mil puestos de trabajo. Expansiones salariales por encima de ese umbral podrían dificultar la mantención de los altos niveles de empleo actual a menos que el contexto externo y regional impulsen un crecimiento excepcional, lo cual tiene hoy una baja probabilidad de ocurrencia.
¿Están los salarios internalizando esa restricción? Primero, los salarios nominales están creciendo en torno a 9% recogiendo previsiblemente la recuperación post-pandemia, aunque sin señales de moderación de corto plazo. Ello ha llevado a un crecimiento de los salarios reales de 4,5%-5% en los últimos meses, que adelantó el cumplimiento del compromiso del gobierno. Segundo, las pautas propuestas por el Poder Ejecutivo para la 10ma ronda de negociación, a mi juicio quedaron largas, lo cual no parece contribuir a esa necesaria moderación. La baja prevista de un “escalón” en la inflación debió haber sido convalidada con menores ajustes nominales de salarios en el futuro. Tercero, los actores sindicales y empresariales deberían mantener un criterio de prudencia evitando que las pautas operen como piso, al que se le sumarán ajustes adicionales por recuperación de salario perdido en pandemia. Finalmente, no se han desalentado los mecanismos indexatorios y hasta el momento han sido escasas las ramas de actividad que promovieron en sus convenios correctivos simétricos por inflación; esto es, si la inflación proyectada resulta mayor a la efectiva, el correctivo negativo se aplicaría a cuenta del próximo ajuste.
La evidencia ha demostrado que cuando el ritmo de crecimiento de los salarios reales se desalinea en períodos largos del crecimiento de la productividad del trabajo (medida como PIB sobre ocupados), el ajuste se procesa por cantidad, tal como ocurrió entre 2015 y 2019 o con sorpresas inflacionarias de mala calidad, tema que abordaré en una próxima columna. Se requerirá sintonía fina, internalizar heterogeneidades y flexibilidad por parte de los actores.
Por otro lado, la pandemia potenció el trabajo a distancia, promovió un uso más intensivo de la tecnología y aceleró los procesos de incorporación de empleo de mayor calificación. Entre 2021 y 2022, los servicios vinculados a la salud, la enseñanza, las comunicaciones, las tecnologías de la información o los rubros profesionales-financieros absorbieron la mayor parte de la demanda, con una tendencia hacia la mayor formalización (que se incrementó en 4 p.p.) y perfiles ocupacionales con mejores niveles educativos requeridos. En cambio, en 2023 se han recuperado empleos en sectores intensivos en mano de obra como comercio, transporte e industria, los cuales habrían procesado ajustes de productividad en los años previos. Por su parte, la ocupación en el agro y la construcción ha respondido más bien a factores cíclicos externos y de incentivos a la inversión. Este cambio en la cadencia y composición del “nuevo” empleo podría constituir una explicación razonable al sorpresivo desempeño reciente del mercado de trabajo que se muestra dinámico y resiliente a los shocks que atraviesa la economía.
Contraponiendo lo anterior, quizá el nivel de ocupación actual podría constituir un nuevo equilibrio de difícil reversión. Ese piso más “alto” es consistente con las mejoras en términos de la formalidad y calificación de los ocupados. También con el boom de los sectores de servicios globales y los crecientes flujos de inmigración. Sin embargo, existen cuellos de botella que operan como un techo “bajo” a la creación de puestos de trabajo. En particular, una oferta con dificultades para absorber esas oportunidades: bajos niveles de formación, no finalización de los ciclos educativos y problemas de re-capacitación. Con especial afectación en los jóvenes que presentan tasas de desempleo cercanas al 30%. Allí debería estar puesto el foco de las políticas de empleo en el próximo quinquenio. También en adaptar la regulación laboral a las nuevas tendencias.
En síntesis, de cara al próximo bienio ni habrá que sobrestimar la destrucción de empleos a razón de los cambios tecnológicos, ni subestimar eventuales divergencias entre salarios reales y productividad.
- Ignacio Umpiérrez es economista, investigador del Centro de Estudios para el Desarrollo.