Qué pasos dará Donald Trump respecto de Latinoamérica, a la hora de definir sus prioridades para el nuevo gobierno? Para Rebecca Bill Chávez, presidenta del think tank con base en Washington, Diálogo Interamericano, “es muy pronto para asegurar” cuáles de las afirmaciones hechas en campaña por el candidato republicano efectivamente se concretarán en nuevas medidas. En ese contexto, las definiciones estratégicas en torno a China, o a México, en el plano económico y comercial, generan una gran expectativa. Para Chávez, América Latina debería tener un rol relevante a la hora de definir las cadenas de suministro, y poner límite a la expansión china en el hemisferio. “Para eso, hacen falta propuestas concretas”, indicó. Considera que la relación con la región, “no debería basarse solamente en la competencia con China y en temas internos como la migración o la droga”. Hay “una agenda afirmativa para desarrollar”, subraya. A continuación, un resumen de la entrevista.
—¿Cuál es su valoración sobre el reciente proceso electoral?
—Todas las encuestas sugerían que iba a ser muy reñido, pero el desempeño de Trump en las urnas resultó mucho más fuerte de lo que se proyectaba, tanto en el Colegio Electoral como con el voto popular. Y eso tomó a mucha gente por sorpresa.
Por un lado, el Partido Demócrata va a tener que hacer un verdadero examen de conciencia. No tuvo un proceso de primarias, ya que Biden decidió retirarse de la campaña muy próximo a la elección. Por tanto, el tiempo de Harris como candidata fue muy breve. Por otra parte, da la impresión que la gente subestimó la popularidad de Trump, y no solo en los estados clave, sino en todo el país. Es interesante, si se observa el desglose de los votos. Por ejemplo, recibió un nivel de apoyo mucho mayor en la comunidad latina de lo que la gente esperaba. Por otro lado, creo que había una expectativa de que Harris lo haría mejor con las mujeres de lo que lo hizo. Además, los hombres jóvenes votaron por Trump. Creo que fue una sorpresa para muchos de estos diferentes segmentos de la sociedad estadounidense.
—¿Cuáles son las diferencias que observa entre el Trump de 2017 y el actual?
—Creo que es demasiado pronto para decir qué hará cuando asuma. Desde el punto de vista de la campaña en sí, los énfasis son similares. La inmigración, un tema que resuena fuerte en Estados Unidos, es prioritario en su discurso, como lo fue en aquella oportunidad. Capaz que hoy es tema de conversación nacional, no solo en las fronteras al sur, como podía serlo en aquel momento.
Yo espero, en lo personal, que el tema inmigración tenga un enfoque continuo en las causas profundas que hay detrás. Independientemente de las políticas fronterizas, pensemos que mientras no haya esperanza en los países de los que la gente huye, la migración seguirá siendo una realidad. Entonces, está bien, hay que trabajar en la frontera, pero también priorizar las cuestiones de promover la prosperidad económica en la región, promover la buena gobernanza, abordar la inseguridad ciudadana, eso tiene que ser parte de la conversación nacional cuando hablamos de migración.
—¿América Latina qué puede esperar?
—Hay ciertas cosas que van a ser mucho más difíciles que en el pasado, ya lo sabemos; por ejemplo, nuestro Congreso, tanto republicanos como demócratas, no va a apoyar acuerdos de libre comercio adicionales.
Por lo tanto, uno de los desafíos será cómo puede trabajar Estados Unidos con la región para avanzar en la seguridad económica hemisférica. Una de las cosas en las que creo que habrá potencial en el futuro es el nearshoring. Para ambas partes, reubicar las cadenas de suministro más cerca de los Estados Unidos es deseable. Son conocidas las preocupaciones crecientes sobre los riesgos asociados con las tensiones geopolíticas cuando se trata de cadenas de suministro.
Creo que es algo en lo que la nueva administración podría centrarse. Algo en lo que ambos partidos están de acuerdo, y es un área en la que creo que podemos trabajar con nuestros socios en la región.
Bajo la primera administración de Trump, hubo una iniciativa llamada América Crece, a través de la cual se promovió la inversión en países de la región en sectores clave. Pensar en algo similar, no sería descabellado. Después, durante el gobierno de Biden, se promovió la Asociación de las Américas para la Prosperidad Económica, que podría ampliarse, fortalecerse. Hay espacio para hacer mucho más en ese sentido.
—¿Identifica en América Latina un socio que puede ser relevante?
—Veremos qué define el nuevo gobierno. Pero cuando se trata de América Latina y el Caribe, es muy importante que reconozcamos que muchos de los desafíos que enfrentamos en los Estados Unidos están estrechamente vinculados con los que enfrenta la región, y que ningún país puede abordar por sí solo. Creo que hay muchas oportunidades para trabajar en el tema de la seguridad ciudadana. A su vez, la migración es algo que está afectando a todos los países y necesita una respuesta regional. Los problemas de salud, las pandemias son otro gran tema. Los desafíos a la democracia, son asuntos compartidos, así que cuando pensamos en una agenda para la región, creo que será muy importante reconocer la importancia de la asociación para abordar cualquiera de estos desafíos.
—Cuando Biden planteó la alianza para la prosperidad económica se generó expectativa en la región, que luego no se colmó. ¿Qué pasará ahora?
—En primer lugar, es demasiado pronto para afirmar si Trump mantendrá un plan de esas características. Creo que podría cambiar algunos de los elementos que están en él, pero el marco más amplio, esta idea de seguridad económica para el hemisferio es consistente con los intereses de Estados Unidos y pienso que podría seguir adelante. Incluso hay oportunidades de ampliarlo, hay otros países interesados en sumarse.
Me gustaría que Estados Unidos mantuviera el foco en la colaboración con los países de la región en materia económica, de desarrollo, de inversiones. Es un asunto de seguridad económica para todos, en un mundo tan complicado.
—Antes habló de la seguridad. ¿En qué tipo de aproximación piensa?
—El papel del crimen organizado transnacional, es uno de los problemas más urgentes en el hemisferio. América Latina y el Caribe tienen la tasa de homicidios más alta del mundo, pero también tienen el porcentaje más alto relacionado con el crimen organizado. Las encuestas muestran que para una porción muy importante de los ciudadanos de la región, el crimen y la violencia son la principal preocupación.
Eso está afectando la democracia en la región; y su desarrollo económico. Según el BID, el crimen y la violencia tienen un costo en la economía regional promedio de 3,5% del PIB. Está cayendo el porcentaje de latinoamericanos que apoyan la democracia como la mejor forma de gobierno, y eso es toda una señal. Si sienten que este régimen de gobierno no les da seguridad para mandar a sus hijos a la escuela y vivir tranquilos, podrían estar dispuestos a aceptar regímenes autoritarios que les ofrezcan esa tranquilidad. Estados Unidos debería estar atento a esas inquietudes, alinearse con los países de la región, identificar claramente los problemas y trabajar juntos.
—Un tema central que preocupa a Trump es China. Por las distorsiones comerciales, pero también por su influencia...
—Definitivamente. Y China ha entrado muy fuerte en América del Sur. Y no es solo Trump, ya Biden lo señaló como gran rival. Si se analizan los documentos estratégicos de EE.UU., en los que se define la estrategia de seguridad nacional, la competencia entre grandes potencias es la principal preocupación; y cuando se trata de competencia entre grandes potencias, China está en primer lugar.
China creció drásticamente en los últimos 20 años en América Latina. Y de ser un socio comercial muy menor pasó a ser el número uno de economías como Brasil y Chile. Esa presencia le ha dado otras opciones de comercio e inversión a los países de la región, sin dudas. Y derivado de eso, un importante grado de independencia estratégica de los Estados Unidos.
Hasta ahora, tanto bajo la administración Trump como en la administración Biden, ha existido la idea de querer pararnos ante los países latinoamericanos con la premisa de, o se es socio de China o de Estados Unidos. Hay que elegir. Pero no se puede pedir a un país que haga eso sin ofrecer una alternativa clara. Es en esa línea que la administración Biden comenzó a hacer cosas como la Asociación de Estados Unidos para la Prosperidad Económica.
Pero para competir eficazmente con China, que es algo que tanto los republicanos como los demócratas quieren hacer, va a requerir asociarse a fondo con la región. Un verdadero socio, que ofrezca una alternativa convincente a China. El nuevo gobierno va a tener que tomar una decisión: ¿queremos asociarnos con la región, tratar a la región como socios o no?
—En los hechos, los avances de EE.UU. en su relación con América Latina no han sido importantes. ¿Por qué lo haría Trump ahora, con todos los frentes que el nuevo gobierno tiene abiertos?
—Tiene que ser un tema de actualidad para el nuevo gobierno. Si Estados Unidos se toma en serio la competencia estratégica con China, América Latina tiene que ser parte de la conversación. No podemos ignorar la región.
Ahora, no podemos mirar a la región sólo por el lente de la competencia con China…
—¿A qué se refiere?
—Es muy peligroso enfocar a la región solo a través del lente de la competencia entre China y Estados Unidos, porque ya hemos cometido ese error antes. Lo hicimos durante la Guerra Fría, cuando miramos a la región como un área de conflicto y competencia, y creo que eso condujo a muchos problemas. China es un tema, pero hay mucho más.
Otra forma de mirar a América Latina que ha sido equivocada es desde nuestros problemas internos. Nos importan las drogas, la migración, y en gran medida, hacía allí van las respuestas. Y los anuncios. Lo estamos viendo ahora. Ha sido un enfoque muy limitado.
Necesitamos tener una agenda afirmativa con la región. América Latina no es solo la fuente de los desafíos para medirnos con otros. Hay muchas oportunidades en la región en materia económica, de desarrollo, de prosperidad compartida.
La migración no es solo un problema de Estados Unidos. La Declaración de Los Ángeles, en la Cumbre de las Américas de 2022 sobre Migración y Protección fue un buen antecedente. Ojalá se pudiera seguir trabajando en esa línea.
—En reiteradas oportunidades, funcionarios estadounidenses han referido a la generación de energía como un tema estratégico para la agenda en América Latina. ¿Este gobierno lo tendrá en cuenta?
—No sé si, considerando algunos enfoques de la nueva administración, la mirada será la misma. Pero hay una gran oportunidad allí. América Latina tiene un papel enorme que desempeñar cuando se trata de energías renovables y el futuro del planeta. En esos temas pienso también cuando hablo de la necesidad de una agenda afirmativa.
—¿En cuanto a la relación comercial con México?
—México es un socio comercial prioritario de Estados Unidos. Es importante reconocer la importancia, el papel que desempeña en la economía estadounidense. El comercio de bienes y servicios de Estados Unidos con México superó los 850 mil millones de dólares. De hecho, México superó a China y se convirtió en el socio comercial más importante de Estados Unidos. Tenemos el T-MEC, que se renegoció durante la primera presidencia de Trump y está pendiente de renovación. Es algo que debemos observar con mucho cuidado. Trump ha hablado de nuevas cargas arancelarias, pero esperemos ver cómo evoluciona. De la necesidad de tener cadenas de suministro seguras hablamos antes, y en ese terreno, México es clave; eso lo saben demócratas y republicanos.
—¿Cree que de parte de Trump habrá un vínculo más fuerte debido a la afinidad política con algunos líderes del Hemisferio?
—Algo de eso puede haber. Recordemos cuando Milei viajó a Estados Unidos a la Cumbre de CPAC (Conferencia Política de Acción Conservadora). A su vez, Bukele tiene una importante relación con algunos miembros republicanos del Senado. Creo que sí, que hay gobiernos en la región con los que podría haber una relación más cercana. En Estados Unidos tenemos una inclinación por mirar la región en busca de esa idea de la izquierda versus la derecha, lo que a mi juicio puede conducir a una mala política.
Desde mi punto de vista, lo importante es, cuando uno observa a los países de la región, preguntarse cuál es su posición en el espectro de la democracia liberal. Hemos visto ejemplos tanto de derecha como de izquierda en los que hay gobiernos responsables que respetan el estado de derecho, que respetan la democracia. Así que mi deseo es que, en lugar de buscar similitudes ideológicas, busquemos socios que compartan valores democráticos.
—¿Cómo presume que enfocará Trump el tema Venezuela?
—El hecho de que la región no haya podido unirse en Venezuela como sí lo hizo en torno a Guatemala, creo que fue una verdadera oportunidad perdida. Respecto de Trump y su equipo, creo que hay dos puntos de vista. Una posibilidad es que volvamos a la campaña de máxima presión de su primera administración y al uso de sanciones. Otra es la opinión de quienes piensan en la negociación como una posibilidad. Pero hay muchos miembros del Congreso, del Partido Republicano, a quienes les gustaría ver un regreso a la campaña de máxima presión.
—¿Es la opción que tiene mayores posibilidades?
—Podría ser. Creo que cuando Estados Unidos piensa en sanciones, deberíamos ser muy cuidadosos y tener en cuenta tanto en los costos como en los beneficios.
En primer lugar, ¿funcionan? ¿Conducen a un cambio? En segundo lugar, cuando se trata de sanciones sectoriales versus sanciones individuales, que son adecuadas para un país en particular, como en el caso de Venezuela, pensemos en que sabemos que Maduro es responsable del sufrimiento y la situación humanitaria en Venezuela. Sin embargo, ¿cuál es el papel de las sanciones en la exacerbación de la crisis humanitaria? ¿Deberíamos pensar en un enfoque político diferente? Probablemente, diría que sí.
En el caso de Guatemala, las sanciones individuales funcionaron. Cuando parecía que iba a haber lo que el propio Arévalo llamó un golpe de Estado para impedirle asumir la presidencia, Estados Unidos impuso sanciones a 300 miembros del gobierno y otros actores del sector privado. Ese funcionó. Entonces, cuando se trata de Venezuela, deberíamos tener una conversación informada y basada en hechos sobre qué tipo de sanciones pueden funcionar.