El 2022 será recordado en la memoria histórica por tres hechos: guerra, crisis energética e inflación.
Sucesos aparentemente diferentes pero de alguna manera entrelazados que tomaron por sorpresa al mundo, aumentaron las penurias de su población, haciéndola en promedio más pobre, lo que puso a prueba a la mayoría de los gobiernos y exacerbó las tensiones geopolíticas entre naciones poderosas.
La guerra de Ucrania constata que la volatilidad de las fronteras es una categoría todavía latente exacerbada por personajes históricos como Putin, que por las razones que fueran desdeñan la diplomacia como forma de resolver conflictos.
En un mundo que entró en un proceso de globalización e interdependencia creciente, una disrupción bélica trae consecuencias de segundo orden casi siempre severas, en este caso una crisis energética que disparó niveles de inflación inéditos en el mundo desarrollado reciente por el doble juego de restricciones en la oferta de bienes y la enorme liquidez circulante para enfrentar los estragos del Covid-19.
A ese lado oscuro de la historia debemos anteponer la reacción decidida de los gobiernos. El mundo occidental, liderado por Estados Unidos, planteó una posición firme ante la agresión de Rusia, tanto en lo retórico como en lo material. Pareciera que el conflicto bélico actúa como despertador de una alianza aglutinada por valores comunes, y que se mostraba distraída ante los sucesos del mundo. El shock energético siguiente mostró los riesgos de la displicencia magnificada por cierta ansiedad, liderada por Alemania, de que se había llegado a un status de la globalización que le había resuelto su talón de Aquiles histórico: ser potencia industrial global sin autosuficiencia energética, En eso también cayeron varios países europeos, Las buenas noticias son que la dependencia energética desde Rusia se va bajando rápidamente usando nuevos proveedores, construyendo nuevos ramales y puertos de entrada.
La alarma de la inflación también despertó a los bancos centrales, que impulsaron políticas monetarias más restrictivas subiendo tasas de interés y suspendiendo los programas de compra de títulos públicos y corporativos. La inflación muestra indicios de ceder y lo más importante es que las expectativas están bajo control, aceptando un sendero de precios a la baja. Por tanto, es esperable para fines de 2023 una recuperación del crecimiento. La contracción monetaria también ha disciplinado las cotizaciones de los activos financieros, inflados por la enorme liquidez y que ahora convergen hacia niveles más realistas, aunque todavía siguen elevados respecto a sus promedios históricos.
La globalización, aunque rasguñada, pareciera que no perdió vigencia. Si bien hay distorsiones crecientes en su funcionamiento, parece que renace la idea de que el comercio vibrante, sin distorsiones, es el camino para potenciar el crecimiento. El FMI proyecta que el volumen del
comercio internacional de bienes y servicios crecerá este año un 4,3%, lo que supera el 2,9% del correspondiente al de bienes, lo cual constata una dimensión nueva del comercio internacional que venía mostrando aceleración creciente. Entre tanto, el Producto Bruto Mundial creció 3,2% en 2022, después del 6% en 2021. Si miramos el extraordinario devenir de estos tres últimos años, plagados de shocks negativos, podríamos decir que estos resultados muestran la resiliencia del crecimiento y la globalización. Son hechos que generan optimismo moderado y no triunfalismo. Quedan nubarrones por despejar, como son el combate del Covid-19 y sus consecuencias en China, más la permanencia del conflicto bélico en Ucrania.
Centrando la mira en la región, el evento relevante es la asunción de Lula en Brasil. Asume Lula pero no el PT, lo cual desdibuja cualquier proyección de gestión de gobierno basada en su administración anterior. Obviamente será diferente a la de Bolsonaro en ciertos objetivos y en la postura del país norteño en el concierto internacional. Pero sus márgenes de maniobra para un cambio de rumbo drástico son acotados. La incógnita relevante para nosotros, es cuál será su postura en temas de política comercial externa. Hasta ahora, su modelo de economía cerrada le ha cercenado su potencial de crecimiento. Si no fuera por la expansión brutal de sus exportaciones agroindustriales de la mano de China, su participación en el comercio internacional de bienes sería raquítica. De todos modos, está entre las 10 primeras potencias mundiales, lo cual lo dota de alternativas y músculo diplomático que le están vedados al resto de la región. Y ahí puede estar la rendija que nos permita ampliar nuestros horizontes comerciales.
Argentina sigue auto dañándose en lo que parece propio de un fin de época. Si fuera así, el evento electoral de fines de año abrirá una compuerta para sincerar desequilibrios y posicionarla en una senda sustentable de crecimiento. Pero si difícil es pronosticar el futuro,
más difícil es hacerlo con Argentina.
Y en esa marejada de incertidumbres que alumbran el 2023, Uruguay muestra un desempeño en materia de crecimiento mejor de lo esperado, la cuestión fiscal en regla, la inflación como tema pendiente, y el empleo con síntomas de estancamiento. No como descargo vale la pena recordar que uno de sus motores, el turismo, no ha recuperado sus niveles anteriores.
Por último, la resistencia a toda reforma como acto de militancia política tiene ya algún cariz preocupante. Se mezcla lo accesorio con cuestiones de fondo, o se introducen elementos ajenos a la sustancia para buscar una ganancia política. Es una manera solapada de la dicotomía letal entre el “ellos” y el “nosotros”. “