Una evaluación independiente y objetiva de la pandemia

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

¿Cómo se mide el éxito o el fracaso de las acciones públicas en la emergencia sanitaria?

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Mi primera columna en este semanario, en el año 2014, fue sobre la importancia de evaluar las políticas públicas. Medir sus efectos, ajustar, reconocer aciertos y errores, y sobre todo aprender de lo hecho. Hacer esto de forma sistemática es una manera de tener instituciones fuertes.

Las políticas tomadas alrededor de la pandemia no deberían ser la excepción, y dada la escala del shock, es además una buena oportunidad para analizar cómo respondió el gobierno —y el Estado en su conjunto— o cómo se desempeñaron ciertos sectores, como la ciencia o el sector de la salud.

“En medio de tal tragedia, el Estado tiene la obligación de examinar sus acciones de la manera más rigurosa y sincera posible y de aprender todas las lecciones para el futuro [...] cuando sea el momento adecuado, debe haber una investigación completa e independiente.” Así se expresaba el Primer Ministro del Reino Unido, Boris Johnson, hace unos días en el Parlamento Británico.

La Organización Mundial de la Salud también lanzó una investigación independiente el año pasado para entender por qué el COVID-19 se convirtió en una pandemia y crisis socioeconómica mundial. La investigación—liderada por la ex Primera Ministra Neozelandesa Helen Clark y la ex Presidenta de Liberia Ellen Johnson Sirleaf— presentó sus conclusiones y recomendaciones este mes de mayo, destacando fallas en todos los puntos de la preparación como la respuesta al COVID.

En Uruguay, según una nota de Búsqueda de los últimos días, una Comisión del Futuro comenzaría a funcionar en el Parlamento, con una agenda de cómo encarar el escenario pospandemia. ¿Tal vez esta comisión pueda plantear una evaluación independiente con lecciones de la pandemia?

Hacer una evaluación objetiva no será fácil, dado que ha sido un proceso largo y con diversas dimensiones, pero creo que será un ejercicio necesario, no sólo por la institucionalidad del caso sino porque el manejo de la pandemia es un tema que continuará tanto en el debate político como en la memoria ciudadana por un buen tiempo. Merece una discusión seria —posiblemente difícil—, pero sin duda superior a la de la trinchera de las redes sociales.

Una primera y evidente dimensión es la sanitaria. Aunque la pandemia no ha terminado, ya tiene caras contradictorias respecto a este tema. Por un lado, hubo una primera etapa exitosa, con un bajo número de muertes y hospitalizaciones y poca saturación del sistema de salud. Además, una movilidad bastante libre y sin restricciones. Uruguay, caso de éxito. Por otro lado, una segunda etapa con una enorme cantidad de muertos. La tapa del New York Times de la que tanto se ha hablado: Uruguay el país con más nuevas muertes diarias de COVID por millón en el mundo. Al día en que escribo esta columna, días después de esa tapa, ese dato continúa siendo cierto.

Una segunda dimensión es la de la vacunación: un proceso que empezó relativamente tarde en Uruguay, pero a todo motor. Los niveles de personas vacunadas por día, como el acumulado de personas ya vacunadas (con ambas dosis inclusive) son considerablemente altos en relación con muchos otros países. La campaña de vacunación dejó en evidencia una buena capacidad logística para distribuir las vacunas por todo el país, muy buena coordinación entre distintas entidades, así como la respuesta de la ciudadanía (más allá de casos excepcionales).

Hubo también una excelente performance de la comunidad científica y médica del Uruguay, con producción exitosa de kits de testeo a nivel local, el rol protagónico del Grupo Asesor Científico Honorario, etc. Esto en sí mismo podría ser esta otra dimensión. Como mencionaba en una columna en diciembre del año pasado: de los muchos males de esta pandemia, algo a rescatar es que logró poner a la ciencia en el centro de las políticas públicas.

La respuesta y el apoyo económico sería sin duda otra dimensión clave a tener en cuenta. Pasar en blanco el apoyo del Estado, si fue suficiente o dónde faltó, si las medidas funcionaron como se esperaba (¿cuáles fueron los multiplicadores?), etc. Un tema que merecería otra columna.

Ahora, ¿Cómo se suman todas estas dimensiones? ¿Cómo se mide el éxito o el fracaso en este caso? ¿Cómo ponderan las diferentes etapas del proceso? Creo que es importante siempre poner los números en perspectiva, por eso me parece relevante también mencionar que cuando miramos el número acumulado de muertes por COVID-19 desde el comienzo de la pandemia hasta hoy, Uruguay se coloca en el ranking 53 en el mundo. El Reino Unido, por ejemplo, que hoy está en el 100° lugar en nuevas muertes diarias está en el lugar 15 en muertes acumuladas por millón. Sin embargo ¿Haber tenido tan buena performance al principio es un argumento suficiente para justificar tantas semanas de números elevados de nuevas muertes diarias? No parece. ¿Pero cómo se pondera? ¿Se puede ponderar?

Mucho ha pasado en el mundo —y en mi vida— desde 2014, pero algo que tengo claro es que dudo con mucha más certeza. Que me perdone el o la lector/a si en esta columna planteo más preguntas que respuestas, pero ese es justamente el mensaje: sería positivo hacer una evaluación objetiva e independiente del manejo de la pandemia. Con participación de varios partidos, con expertos en distintas áreas y con representación de distintos grupos, en especial aquellos más afectados (a nivel de trabajo requerido o muertes). No para apedrear ni armar un pedestal al gobierno, sino para aprender de lo que se hizo. Es muy posible que nos enfrentemos a otra crisis en el futuro —sanitaria o de otro palo— y entender los aciertos y errores de esta nos puede ayudar para la próxima.

La pandemia dejará demasiadas marcas como para no hacer el trabajo —doloroso, complejo pero necesario— de evaluar lo hecho.

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