Opinión
Desde 2004, Uruguay ha crecido mucho en términos económicos. El país es mucho más rico hoy que en 2003, lo cual se traduce en mejoras en el ingreso para la mayoría de los uruguayos.
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En particular, se verifican mejoras significativas en el descenso de la pobreza e indigencia medidas por ingresos y la desigualdad monetaria. A pesar de ello, simultáneamente tenemos fenómenos sociales que no parecen ir en línea con estas mejoras; siendo el más evidente el crecimiento de la criminalidad hasta niveles inéditos en nuestra historia. Aunque tampoco se aprecian mejoras significativas en la educación, particularmente los indicadores de avance en enseñanza secundaria. O en la persistencia del fenómeno de los asentamientos irregulares. En resumen, somos una sociedad mucho más rica y con menos pobres monetarios que hace 15 años, pero con otros problemas sociales muy profundos que hacen a la integración social.
Este realidad debe impulsarnos a evaluar profundamente la fragmentación social en Uruguay y en Montevideo en particular. Nadie duda de la mejora de los indicadores sociales monetarios. Sin embargo no podemos descartar que en medio de esta bonanza, la brecha social no monetaria haya aumentado. Nuestra hipótesis es que la brecha socio-cultural en la ciudad de Montevideo es mayor ahora que hace 10 o 15 años, esto quiere decir que las personas de los distintos barrios cada vez tienen menos ámbitos materiales y simbólicos en común. El pasado martes 27 de noviembre desde el Centro de Estudios para el Desarrollo presentamos un trabajo que indaga en la referida hipótesis y encuentra algunos indicios interesantes en esa línea.
El aumento incesante de la criminalidad es, sin duda, uno de los indicios más claro de este deterioro social. Este 2018 cerrará con algo menos de 400 homicidios en nuestro país. Eso significa una tasa de más de 11 y 14 homicidios cada 100.000 habitantes para Uruguay y Montevideo respectivamente. En 2017, Chile, Argentina, Ecuador, Nicaragua, Perú, Bolivia, Paraguay y Panamá tuvieron tasas menores a estas (Insight Crime, 2018). En corto tendremos más del triple de rapiñas y el doble de homicidios de los que teníamos a la salida de la crisis del 2002. Cuando analizamos el fenómeno por barrios de Montevideo vemos otras cosas interesantes. Entre 2007 y 2016 el mapa de las rapiñas en Montevideo cambió. En 2007 era un delito que ocurría mayormente en zonas centrales de la ciudad con ingresos medios y medios altos. En 2017 se traslada significativamente a barrios más vulnerables. La incidencia de este delito en las zonas de menor ingreso y nivel educativo muestra un cambio poco conocido. Los niveles de violencia a los que está sometido una persona varían muy significativamente según el barrio en que se vive, y esa diferencia es mayor hoy que hace 10 años.
También se indagó en el nivel educativo de los distintos barrios, trabajando con la variable clima educativo del hogar, entendida como el promedio de años de educación de las personas en edad de trabajar. En esto se ve una leve mejora en casi toda la ciudad de Montevideo, bastante más significativa en los barrios que ya eran más educados en 2007 que en los menos educados. De este modo el resultado es un aumento en la brecha del clima educativo por barrios.
Cuando consideramos otros temas como el empleo nos encontramos con una situación similar a la del clima educativo. Si consideramos la variable "jefes de hogar que no aportan a la seguridad social por su empleo principal", la cual refleja una vulnerabilidad importante, la estabilidad laboral del que suele ser el principal perceptor de ingresos del hogar, observamos una mejora importante en toda la ciudad. Sin embargo, esta es bastante más significativa en los barrios de mayores ingresos donde ya era más baja la informalidad que en los barrios más vulnerables. Nuevamente, estamos ante una situación donde mejoran más los que ya estaban contribuyendo mejor a aumentar las diferencias entre barrios.
En definitiva, asumimos que en las dinámicas actuales subyacen huellas de las etapas anteriores y que los diferentes modelos de desarrollo del país han dejado ganadores y perdedores (con sus vínculos, características, distribución espacial). El crecimiento de las brechas en condiciones de vida, así como de la violencia, dentro del inédito crecimiento, da pistas sobre que hay un Uruguay post crisis de 2002 donde emerge una nueva pobreza urbana. Para definirla y apreciarla, los indicadores tradicionales de necesidades básicas o pobreza monetaria muestran una parte importante de la realidad, pero son insuficientes para entender su complejidad. Desde el CED continuaremos trabajando sobre la nueva pobreza urbana, generando insumos y promoviendo ámbitos de intercambio plurales, para aportar a tener una sociedad integrada y próspera.
(*) Agustín Iturralde, Director académico del Centro de Estudios para el Desarrollo (CED), en coautoría con Leonardo Altmann, Investigador asociado CED