“Una tendencia que va camino a convertirse en destino: la cada vez mayor irrelevancia del Mercosur”, afirma Sergio Abreu

El ritmo lo marca una diplomacia presidencial cargada de adjetivos, que impide ir en busca de la armonía necesaria entre los países de la región

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Sergio Abreu
Sergio Abreu, Secretario General de Aladi
Archivo El País

Una cumbre del Mercosur más. Eso parece ser lo que ocurra hoy en Asunción del Paraguay.Nuestro país asume la presidencia pro témpore, “pero no hay mucho espacio a generarse expectativas”, según el Secretario General de Aladi y canciller de Uruguay al momento de la fundación del Mercosur, Sergio Abreu. Las diferencias ideológicas y una postura donde “la ficción supera la realidad”, dominan el presente del bloque, en lo que, a juicio de Abreu, es “un camino firme hacia la irrelevancia”. Estamos “cada vez más lejos”, advirtió. A continuación, un resumen de la entrevista.

—La próxima cumbre presidentes del Mercosur (hoy lunes 8 de julio), ¿qué puede traernos de nuevo?

—Poco podemos esperar de nuevo. Claro que la diplomacia siempre va a encontrar una declaración más o menos concertada, haciendo referencias a cuestiones donde se ha avanzado o donde hay un camino iniciado. Cada seis meses un país asume la presidencia pro témpore y enumera lo que quiera hacer y el que cierra ese período repasa lo hecho. Pero la realidad es que tenemos un gran divorcio entre la ficción y la realidad. Los temas concretos, los que imperiosamente necesitan avanzar, que son los que deberían reflejar un proceso exitoso, siguen allí. Eso termina siendo frustrante.

—¿Brasil es el gran deudor por la falta de liderazgo?

Brasil debe asumir ese liderazgo, tiene la enorme responsabilidad de liderar y de pagar costos. Los costos son qué concesiones hace. No podemos jugar todos en el sentido que sólo le sirve a Brasil, o a Argentina. Los socios menores necesitamos otra cosa. De seguir como estamos, cada vez tendremos menos credibilidad internacional, cada vez seremos menos relevantes. Y esa tendencia hacia la irrelevancia puede transformarse en el destino final. Porque el mundo va para otro lado, cada vez más alejado de nosotros. Pero además del liderazgo que le reclamamos a Brasil, al reconocimiento de las asimetrías que le pedimos a los socios grandes, también debemos pensar en que los socios menores lleven adelante esa “inteligencia molesta” que les permita instalar temas y que se pueda avanzar. No se trata de patear siempre el clavo, pero hay que ser inteligentes y perseverantes…

—¿Uruguay viene “pateando el clavo”?

—Uruguay ha tratado de plantear temas concretos. El primer día que habló del “lastre del Mercosur”, le respondieron “si no te gusta, bajate”. No son diálogos que deberían tener los presidentes, pero es el ambiente que prima hoy.

—Uruguay asume la presidencia prótempore en el último año de gobierno y en medio de la campaña electoral, ¿qué hay para hacer?

—Es muy difícil esperar algo concreto. Está la campaña en medio, y más allá que nos ufanamos de que la convivencia entre presidentes de distintos signos que se respetan y dialogan sobre distintos temas, eso debe bajar como estrategia a los partidos, y por ahora, no hemos logrado avanzar demasiado en una propuesta común. En la campaña, todo es más difícil, en un país con complejos refundacionales. Además, justo es decirlo, el entorno del bloque no ayuda.

—El tema integración no aparece muy presente en el debate electoral…

Nadie gana una elección hablando de integración. Es complejo hacer entender que el crecimiento económico y la inclusión social para un país como el nuestro, depende del grado de integración y apertura. Lo escuchamos sí, en las propuestas de varios de los candidatos, pero no parece un tema crucial para el votante. Pero en una época donde las elecciones se ganan o se pierden en base a tres frases, a la comunicación y los medios, nadie va a poner en el centro estos temas. Y además hay un poco de frustración y de hartazgo en estos temas que no avanzan.

—¿Cómo calificaría, entonces, la coyuntura del Mercosur?

—Vamos de mal en peor. Se viola en forma sistemática el principio de no intervención. Ahora se ha hecho costumbre hablar sobre la vida interna de otro país y juzgar a los presidentes. Los presidentes se refieren a sus pares de una manera que es preocupante. La diplomacia presidencial no puede basarse en adjetivos. Cualquier adjetivo calificativo, como ya lo hemos visto, es una fractura a la intención de construir armonía. La responsabilidad de lo que nos pasa siempre la tiene un tercero, nunca nosotros. Y ahora, además, lo adjetivamos. Imposible. A esta cumbre (hoy lunes) falta Javier Milei. Una perla más.

—El mundo no nos espera…

—Y no… estamos en un momento difícil. Hay un nuevo mundo, donde dos tercios del comercio mundial son intra firma, y donde ya existen las nuevas expresiones de la brecha productiva, la brecha digital y la brecha social. En ese contexto tan desafiante, el Mercosur no ha administrado un proceso de integración básico, donde también juegan las asimetrías. No se ha tenido una lectura acertada de la realidad. El Mercosur quiso hacer una unión aduanera, siguiendo en modelo de la UE, pero esa no es la realidad que tiene que administrar el bloque en la actualidad; ni cerca. Tenemos un arancel externo común, que hoy es el doble del promedio mundial global. Pero antes que nada, el Mercosur tiene que liberar el comercio sin trabas entre los cuatro países. Además, tenemos un problema muy serio en materia de facilitación de comercio. No tenemos certificados digitales de origen, ni los documentos digitales de pasos de frontera, que tampoco están unificados. Cada socio lo hace a su manera. Todo eso afecta enormemente la competitividad, un enorme obstáculo para desarrollar el comercio. Tenemos una hidrovía de 3.300 km., similar a la de la cuenca del Rin, donde opera la tercera flota mundial de barcazas, pero llevamos 30 años sin encontrarle la vuelta. Y así con todo. No se puede avanzar si no se buscan soluciones a los problemas de fondo.

Sergio Abreu
Sergio Abreu
Federico Gutiérrez / EFE

—¿Por qué el Mercosur no se modernizó?

—Pesan mucho los nacionalismos. Y depende mucho de las relaciones entre Argentina y Brasil. Siendo canciller, mi par brasileño de entonces me dijo, ante un reclamo puntual: “Sergio, la cola no mueve al perro”. Es así. Dependemos de los pasos que den Argentina y Brasil. El problema es que nos vamos quedando rezagados, en medio de esas disputas entre los dos socios grandes; no tenemos prácticamente acuerdos de libre comercio con otras regiones importantes del mundo, mientras los países del Pacífico han avanzado con China, Estados Unidos y Europa. Cada vez más lejos.
La modernización del Mercosur debe ser pensando en el comercio. Especialmente, el de la pequeña y media empresa, que es la que tiene la mayor dificultad en la inclusión social. Pero no existe una voluntad política de transitar ese camino. Más allá de las discusiones que pueda haber en materia de la flexibilización del bloque, de las propuestas de Uruguay en ese sentido, lo cierto es que no se avanza. No hay diálogo. Debemos entrar en un proceso de construcción de armonía, de búsqueda de puntos en común y de pensar en qué necesitamos cada uno respetando a los demás.
Si seguimos dependiendo de posturas ideologizadas, no vamos a avanzar nunca. Cada vez que tenemos problemas serios, los resolvemos inventando una organización nueva. Fugamos hacia adelante. Que Unasur, que consenso de Brasilia, etc. Más que organizaciones, necesitamos mirar por encima de las ideologías.

—Una visión común…

—Claro. Pero integración también es cooperación, un proceso que necesita mirada larga. No podemos estar siendo rehenes de las elecciones de cada país, y dependiendo de quién gana o pierde, es la relación que voy a tener. Eso nos vuelve cada vez más irrelevantes.
La pandemia fue un gran ejemplo de esos problemas; nuestra región tuvo un porcentaje importante de los muertos por Covid en el mundo. Y no fuimos capaces, en ningún momento, de coordinar.
Yo siempre insisto con que, si no somos atractivos, organizados y competitivos, no llegará inversión. Sin inversión, no hay comercio. Y sin comercio, no hay empleo y paz social. Tenemos grandes problemas de inclusión social, y para intentar superarlo necesitamos crecimiento económico, para el cual la integración regional es fundamental. Y de ahí abrirnos al mundo, pero no lo hacemos. Integración en comercio, pero también en energía, en temas ambientales, en fronteras.

—Los proyectos comunes son escasos…

—Combatir asimetrías y llevar adelante proyectos en conjunto no puede reducirse a las obras que se hacen vía FOCEM. Eso está muy bien, hay proyectos puntuales que a Uruguay le favorecen, pero eso no alcanza. No puede ser que en materia energética no estemos integrados; tenemos acuerdos binacionales, en Itaipú, en Salto Grande, por ejemplo. Pero si un tercer socio necesita, es más complicado. Empiezan a pesar los peajes, las tarifas. Tenemos un gasoducto con Argentina por el que no pasa una gota de gas.
Nos falta el pensamiento crítico y el pensamiento estratégico, adónde vamos, con la mirada un poco más larga. No es que sea un pesimista, pero hay que ser realista. El mundo desarrollado hoy está disputándose la supremacía a nivel digital, y acá en la región ni siquiera tenemos un certificado único digital para el comercio de bienes.

—Esa irrelevancia que menciona, ¿dónde nos ubica en el contexto global?

—El Norte se mira cada vez más a sí mismo. Hay autores reconocidos que proyectan que de acá a 20230, prácticamente todo el comercio relevante va a moverse solo en esa región. La necesidad de producir cerca, de controlar la cadena, el near shoring. Incluso, se explora la posibilidad del Mar Ártico como vía de comunicación. Cada vez más lejos de nosotros, que tenemos la geografía en contra. Pero a eso le sumamos las asimetrías y la falta de estrategias claras. En un mundo con un proteccionismo mucho más desarrollado y en medio de la crisis del multilateralismo. Los países chicos, la única seguridad que tienen son las reglas; en la pelea por los mercados, los países chicos y disociados estamos fuera. En ese contexto, no soy muy optimista respecto de un avance con la Unión Europea. No somos prioridad, es claro.

—¿Cómo observa la posibilidad de avanzar con el Transpacífico?

—El CPTPP puede ser una buena oportunidad, por supuesto. Ahora, ese proceso trae nuevas normas, más allá de lo que estamos acostumbrados a negociar. En servicios, propiedad intelectual, por ejemplo. No hay que perder de vista que, más allá de aranceles, donde tenemos sin dudas muchísimo para hacer, hoy hay otro tipo de obstáculos que vencer. Cuanto más avanzados son los procesos de reducción de aranceles, más se han multiplicado las políticas proteccionistas por restricciones no arancelarias. En ese mundo nuevo, también estamos bastante atrás.

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