En Argentina se escuchan definiciones y conceptos, por parte de economistas, que resultan en verdades a medias. Quizá por querer simplificar la trasmisión de una idea, quizá por intentar ser más elocuentes al trasmitirla o quizá porque no se tengan del todo claras las definiciones y los conceptos. Veamos tres ejemplos frecuentes de cosas por el estilo.
Primero. “El problema no es que faltan dólares, sino que sobran pesos”. Alude a los precios del dólar en los mercados alternativos al oficial, que en términos generales lo duplican. Tiene una parte de verdad: en la medida en que se emiten muchos pesos para financiar el déficit primario de la Tesorería y para pagar intereses de la deuda en moneda nacional, del Gobierno y del Banco Central (BCRA), sin dudas sobran pesos que terminan yendo a comprar bienes que se pueden estoquear (para atenuar el impacto de la inflación en los bolsillos) y dólares. Pero hay otra razón para explicar la falta de dólares, que no tiene nada que ver con las cuestiones fiscales y monetarias sino con las referidas al comercio exterior: los tipos de cambios múltiples y la política comercial.
Con el dólar oficial a la mitad del precio que el mercado libre le asigna, hay incentivos a comprar todos los dólares oficiales que sea posible y a vender sólo los necesarios. Se ha intentado que aumentara la oferta de esos dólares mediante la definición de nuevos tipos oficiales “mejorados” y sólo se ha conseguido adelantar liquidaciones previstas para más adelante: pan para hoy y hambre para mañana. Y mediante cepos, se ha limitado la demanda de dólares para importaciones.
Ese problema se potencia por la política comercial, donde las “retenciones” (impuestos) a las exportaciones generan incentivos negativos, al dar lugar a precios efectivos más bajos para el productor. Basta hacer una cuenta sencilla para entenderlo: en el caso de la soja el productor recibe el 67% (la retención es del 33%) del 50% (por la brecha cambiaria) del precio mundial: alrededor de US$ 170 sobre los US$ 500 que vale la soja para el productor uruguayo.
Por lo que faltan dólares porque sobran pesos, sí, pero también porque hay políticas que generan incentivos a no invertir, a no producir y a no exportar; o sea, a generar menos dólares. Así se ha venido destruyendo lo que otrora fue llamado “el granero del mundo”.
Segundo. “La inflación es un fenómeno exclusivamente monetario”. De nuevo, hay una parte de indudable verdad en esta afirmación, pero también una que no lo es, la que encierra el “exclusivamente”. La parte cierta refiere, una vez más, a la emisión que es consecuencia de la asistencia financiera al Tesoro y a la propia política de esterilización del BCRA. No se trata de otra cosa que aquello de echarle leña al fuego. Pero hay más.
Un ejemplo de aquello a lo que me refiero se dio, por ejemplo, en el inicio del gobierno de Mauricio Macri, cuando se sinceraron precios que estaban atrasados, en particular en los servicios públicos, al mismo tiempo que se llevaba adelante una política monetaria cuidadosa. El ajuste de algunos precios relativos tiene un impacto directo sobre el IPC. Lo mismo sucede, por ejemplo, ante una corrección del tipo de cambio. ¿Qué es lo que ocurre hoy en Argentina en ese sentido? Numerosos precios están “atrasados”: de nuevo, los de servicios públicos, los combustibles y el tipo de cambio oficial, pero también algunos precios “cuidados” o controlados por las autoridades. Y ni qué hablar de los precios de los alimentos que son objeto de retenciones sobre las exportaciones por lo que el precio interno es inferior al internacional.
Es muy probable que un nuevo gobierno pretenda corregir muchos de esos problemas. Los subsidios a los servicios públicos son un problema fiscal pero también dan lugar a un exceso de demanda por esos servicios. El régimen cambiario, los cepos y las restricciones de todo tipo no se sostienen mucho tiempo más. Los controles de precios son prácticas medievales que tampoco resistirán. Y las tasas de las retenciones tarde o temprano serán reducidas. El impacto sobre el IPC, de todos estos ajustes, será enorme en el año próximo y aún con mayor conducta fiscal y monetaria será difícil que la inflación resulte menor que la de este año. Además, está el efecto de la indexación, propia de inflaciones crónicas, que introduce rigidez a la bajada de la tasa de inflación.
Tercero. “Cerrar el BCRA y dolarizar es la solución definitiva contra la inflación”. La paradoja de esta afirmación tan contundente consiste en que, si se hiciera todo lo necesario para hacerlo posible, ya no sería necesario hacerlo. Los pre requisitos para prescindir de una autoridad monetaria propia y de la moneda nacional son tan considerables que, de cumplirse, se podría contar con un buen banco central y una buena moneda nacional. Me refiero especialmente a lo fiscal y también a ir a una institucionalidad que impida al BCRA asistir al Tesoro.
Pegarse a la moneda de otro país implica, además, seguirlo aun cuando los respectivos fundamentos sean muy diferentes entre sí. Que la moneda (en este caso) argentina se fortalezca o debilite por cuestiones ajenas a su propia peripecia no parece ser algo que tenga sentido. Y la falta de una política monetaria cambiaria propia la dejaría vulnerable para enfrentar shocks que sí fueran propios.
Las verdades a medias resultan en análisis incompletos de la realidad. Por lo que las definiciones que las encierran no contribuyen a la resolución de los problemas. Definiciones, a veces, más propias del fundamentalismo religioso que de la economía.