Lula da Silva cumple dos años en su segunda etapa en la Presidencia de Brasil. A primera vista la economía ha mostrado un mejor desempeño de las expectativas vigentes cuando asumió. Pero qué se observa más allá de la superficie. ¿Cuál es la situación subyacente? ¿Cómo viene la economía brasileña hacia 2025?
Tras expandirse 4% interanual en el tercer trimestre, Brasil cierra 2024 con el crecimiento del PIB cerca de 3,5%, pero con varios problemas económicos de fondo. La tasa de expansión de la actividad de este año se agrega a cifras similares observadas en 2023 en el primer año de este mandato de Lula y en 2022 en el último año de Jair Bolsonaro.
Así, tras el rebote de la pandemia, el promedio de crecimiento de la economía brasileña se ubicó en torno a 3% en este trienio. Eso se asemeja a la expansión de la economía mundial y parece destacar en la comparación con la mediocridad de América Latina.
También los indicadores del mercado laboral han sido favorables con alta creación de empleos y baja de la desocupación nacional al entorno de 6,5%.
Sin embargo, una parte importante de esos buenos resultados no se vinculan a un aumento del crecimiento potencial de Brasil, sino a factores puntuales, cíclicos, o asociados a políticas expansivas de demanda, que no necesariamente se repetirán durante los próximos dos años.
La expansión del PIB potencial parecería mantenerse en torno a 2%. No ha habido medidas relevantes, ni políticas en temas esenciales como apertura e inserción externa, reforma del Estado, desburocratización, baja de la carga tributaria o mejoras en capital humano, que permitan ser más optimistas con el crecimiento económico de largo plazo de Brasil.
Entre los factores puntuales que benefició el desempeño de la actividad estuvieron las mejores condiciones hídricas durante 2022 y 2023 con fuerte impacto positivo en sobre todo en el sector agropecuario y en la generación hidroeléctrica. Sin embargo, eso ya ha empezado a revertirse durante los últimos trimestres por la normalización climática e incluso la irrupción de sequías en algunas regiones.
Desde el punto de vista cíclico, Brasil recibió el impulso global pospandemia, pero que se ha ido diluyendo y tornándose desfavorable. Para 2025 el entorno externo parece caracterizado por el bajo crecimiento económico del mundo, la fortaleza mundial del dólar, menores precios de commodities, tasas de interés altas por más tiempo y menores flujos de capitales hacia emergentes.
No fueron buenas noticias para Lula y la economía brasileña el triunfo de Trump las dificultades de reactivación de China. Así como en 2018 cuando se desató la guerra comercial, los inversores dictaminaron que “la Argentina de Macri” y “la Turquía de Erdogan” eran los países más vulnerables, ahora Brasil ocupa esa posición.
Como consecuencia, internamente, se volvió insostenible la expansividad en materia fiscal y monetaria desplegada en los últimos dos años.
El gobierno de Lula heredó un superávit fiscal primario de 1,5% del PIB que transitó a un desequilibrio de casi 2,5%. Agregando los intereses de la deuda, el déficit fiscal total ya se acerca a 9% del PIB y la deuda pública bordea el 80% del PIB.
Ambos niveles ponen en serio riesgo la sostenibilidad de las finanzas públicas y llevaron al ministro de Economía Fernando Haddad a anunciar un “ajuste fiscal” largamente esperado que, tanto por contenido, como por comunicación, decepcionó a los inversores y aceleró la devaluación del real. Un plan mal transmitido para reducir el déficit en solo 0,2-0,3% del PIB por año en el próximo bienio sugiere débil reactividad más que potente proactividad.
En paralelo, que el dólar haya subido en cerca de 20% en pocos meses y cotice sobre los 6 reales ha venido incrementando las expectativas de inflación y las tasas de interés. La inflación está cerrando 2024 en el entorno de 5%, por encima de la meta de 3% y sobre el techo del rango (4,5%), con alto riesgo de mayor aceleración durante 2025. Por eso, pese a los recortes de la Fed, el Banco Central retomó las alzas de la tasa Selic en setiembre después de casi un año de bajas. Con dos ajustes desde el mínimo de 10,5% ya la devolvió a 11,25% y las expectativas de mercados reflejan que podría seguir subiendo hasta cerca de 15%. Inevitablemente, el entrante presidente del Banco Central, Gabriel Galípolo, que se veía como “paloma” (expansivo) deberá acelerar su mutación a “halcón” (restrictivo).
Así, el déficit, la deuda y la devaluación exigen ajustes creíbles de las políticas de demanda (fiscal y monetaria), lo que combinado con el entorno externo más desfavorable, anticipan desaceleración de la actividad. Son las 4 “d” que caracterizan el estado de la economía brasileña.
La duda esencial es, si a dos años del eventual intento de reelección de Lula, cuánto del inevitable ajuste lo impondrá el gobierno y el Banco Central, y cuánto la realidad por la magnitud de los desequilibrios. Pero parece haber certeza sobre la inflexión en el ciclo económico de Brasil, desde uno favorable de crecimiento sobre el potencial y bajo desempleo, a uno cuasi recesivo con presiones devaluatorias e inflación. Otro viento en contra para la región.
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