Violencia de género y el rol del padre en los programas sociales

Incluir al varón en las intervenciones que buscan disminuir la violencia contra la mujer, es una inversión que rinde, advierte Alejandro Cid.

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Violencia familiar
Violencia familiar
Getty Images

Alejandro Cid (*)

Combinar programas sociales (de ayudas alimentarias, por ejemplo) con intervenciones enfocadas en la pareja, es efectivo para disminuir la violencia contra la mujer.

No tener en cuenta al padre reduce la eficacia de las intervenciones sociales. Así lo demuestran investigadores de la Harvard y de Purdue University en un estudio que acaba de publicarse en Social Science & Medicine.

Rinde incluir al padre

Diseñaron un experimento de campo donde participaron ochenta pueblos de Tanzania. Todos en contexto de pobreza y bajos ingresos. Al azar, se repartieron distintos programas entre esos pueblos. A unos les tocó ayuda alimentaria. A otros les tocó, además, apoyo en la crianza de los hijos. Unas intervenciones se enfocaban en la madre. Otras intervenciones incluían al padre también en los programas. ¿Resultado? Aquellos pueblos que combinaban ayuda nutritiva y apoyo en la crianza y que no dejaban afuera al varón, fueron más efectivos que los programas que se dirigían sólo a la mujer. En suma, incluir al varón es una inversión que rinde: aumentó el empoderamiento de las mujeres, mejoraron las actitudes de la pareja en cuando a la equidad de género, el varón terminó colaborando más en las tareas del hogar, y mejoró la comunicación entre la pareja.

Equidad de género y desarrollo de los niños

Señalan los investigadores citados que el empoderamiento de la mujer —poder de decisión, por ejemplo, sobre las compras de la casa y los cuidados de salud— va de la mano de mejoras en la salud y alimentación del niño y de la madre. Muestran, para esto, evidencia proveniente de África subsahariana.

¿Por qué incluir al padre en un programa de ayuda en la nutrición? Al promover el involucramiento del padre en la respuesta a las necesidades familiares, se promueve un control más equitativo del ingreso del hogar, y se dividen mejor las tareas de la casa y el uso del tiempo de los cónyuges.

El público objetivo

Una ONG —presente en la región desde el año 2010— se encargó de los programas de ayuda alimentaria y promoción de buenos hábitos de crianza. En general, cada uno de los ochenta pueblos que participó en la intervención, tiene un mercado, una escuela y un centro de salud. Cada pueblo puede tener unos 100 hogares (muchas veces son pequeñas chacras, de una hectárea y media aproximadamente). En las regiones cercanas suelen haber oportunidades de trabajos zafrales. Es común que muchos hombres migren a esas zonas durante uno o dos meses al año.

La mayoría de las viviendas de los pueblos que participaron del experimento son de adobe y no tienen agua corriente. Las principales fuentes de ingresos de los hogares son la chacra y la pesca. El 85% de las familias crían en su chacra animales chicos (gallinas, etc.), y el 65% crían animales grandes (vacas y cabras). En cada hogar viven unas seis o siete personas. El clima seco y la falta de acceso a agua potable son los desafíos más grandes que tienen. Esto desemboca en una inseguridad alimentaria permanente. Uno de cada tres niños se puede considerar que sufre desnutrición.

La mayoría de los padres y madres completaron la educación primaria, pero muy pocos asistieron a educación secundaria. Las mujeres se suelen casar a los 18 y tienen su primer hijo a los 19 años de edad.

Históricamente en esa región, la división del trabajo del hogar entre hombres y mujeres ha sido mayoritariamente inequitativa. Los hombres típicamente tienen el control sobre las cosechas que se pueden vender en el mercado, se involucran en actividades —en su chacra o en otros establecimientos— que generan dinero, y tienen el control de todos los ingresos monetarios del hogar. Las mujeres se ocupan sobre todo de las tareas del hogar y de la crianza de los niños, de las vacas, cabras y gallinas, y de algunas cosechas con destino al consumo del hogar. A pesar de muchas horas de trabajo de las mujeres, éstas no participan de las decisiones respecto a los ingresos y los activos del hogar. El 80% de las mujeres que fueron parte del experimento, han sufrido algún episodio de violencia doméstica.

La intervención en detalle

El programa de ayuda en materia de nutrición contenía temas como sugerencias para la elaboración de comidas para niños y jóvenes, acceso a alimentación, agua e higiene. La intervención dirigida a mejorar la calidad de la relación de la pareja contenía temas como manejo del estrés, comunicación de la pareja, métodos para la toma de decisiones en el hogar y para la resolución de conflictos. Y la intervención enfocada en ayudar en la crianza de los hijos ofrecía ideas para el cuidado responsable, el juego y la comunicación, y la disciplina positiva. Todo esto iba acompañado de aspectos especialmente diseñados para involucrar al padre: sesiones sobre qué es ser padre, sobre qué es la masculinidad positiva y sobre los roles saludables en la pareja, etc.

En los pueblos donde el objetivo era llegar tanto a la madre como al padre, casi la mitad de las sesiones del taller se dieron a las parejas en conjunto. Y, en los últimos tres meses de la intervención, el trabajo con las parejas era a través de visitas domiciliarias.

Como se observa, el programa no incluía intervenir la forma en que las mujeres participan en la producción en la chacra o en la posesión de los activos del hogar. Sin embargo, el programa probó que, aún en un período de tiempo relativamente corto, involucrar al padre en los temas de alimentación, crianza y relacionamiento en la pareja, tiene un gran potencial para promover la equidad de género en cada hogar. Y esto puede tener un impacto transformador para el bienestar de los niños y de las parejas.

(*) Decano de la Facultad de Ciencias Empresariales (Universidad de Montevideo).

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