OPINIÓN
La justificada urgencia por disminuir la violencia de género (y la violencia doméstica en general) ha generado que la discusión y el esfuerzo se hayan volcado relativamente más en aspectos punitivos.
Una motivación para escribir estas columnas es enfatizar la idea de que la economía no trata solamente de entender la política monetaria, la situación fiscal, el desempleo o cualquiera de los temas que usualmente se tratan en la prensa. La economía busca comprender el comportamiento humano y sus interacciones. En esa tarea, el primer paso es reconocer que lo que el comportamiento que observamos obedece a la intersección entre lo que los individuos quisieran hacer y lo que pueden hacer. Eso se aplica tanto a decisiones de consumo o trabajo, así como de relaciones humanas.
Una de las lecciones básicas de disciplina es que, para modificar comportamientos, un paso indispensable es entenderlos. La justificada urgencia por disminuir la violencia de género (y la violencia doméstica en general) ha generado que la discusión y el esfuerzo se hayan volcado relativamente más en aspectos punitivos y se haya descuidado entender y prevenir sus causas. Lamentablemente, con relación a otros crímenes, la violencia como reacción probablemente no se vea afectada por penas mas duras: cuando la pasión es lo que domina, poco se puede esperar de cálculos de costo-beneficio.
Miremos alrededor. Vivimos en una sociedad en la cual no es raro que un empujón involuntario en un boliche termine en un enfrentamiento, donde décimas de segundos de luz verde se trasladan a bocinas, donde espectáculos deportivos a menudo son escenarios para verter frustraciones personales. ¿Sorprende que la familia y la pareja también puedan ser víctimas de arrebatos pasionales?
Todos hemos conocido a alguien que, ante la imposibilidad de elaborar argumentos o de procesar rápidamente información que los contradice, se comporta como se comportaría un niño, volviendo físico lo que debiera de ser verbal. Objetos, paredes y personas son usualmente las víctimas de esa retórica. La violencia es, para muchos individuos, la única respuesta que se conoce frente a situaciones que no se pueden resolver. ¿No será oportuno considerar la posibilidad que muchos de quienes cometen actos violentos contra sus parejas, no poseen la inteligencia emocional ni las herramientas suficientes como para manejarse en situaciones en las que han perdido el timón?
La influencia de medios audiovisuales en esta temática es muy importante. Desde el conocido estudio que en el 2009 publicaron Robert Jensen y Emily Oster, en el cual miden el impacto de la introducción del cable en India en el 2009, tenemos evidencia de que la exposición a programas de televisión en los cuales los roles de género son menos demarcados, tiende a disminuir la aceptación de la violencia doméstica y de género. Aunque no tenemos datos para nuestro país, un estudio reciente realizado en Brasil sugiere que los estereotipos retratados en la televisión tienden a enfatizar esas demarcaciones (1). Estudios antropológicos, como el de Kirk Johnson en el 2001, también son consistentes con la importancia de los medios a la otra de transmitir, modificar y propagar normas culturales. Dado que aproximadamente un 20% de los niños está más de tres horas al día frente a una pantalla, quizá sea el momento para contemplar medidas a nivel del estado que puedan paliar esos potenciales efectos negativos (2).
Un aspecto fundamental es la inversión que realizan madres y padres en educar a sus hijos. Las habilidades que tenemos en controlar y canalizar nuestras emociones son, en una medida no menor, producto del herramental que hemos adquirido en nuestros hogares. James Heckman (Nobel de economía en 2000) ha dedicado gran parte de su carrera a estudiar esos aspectos y de su trabajo se desprende que el entorno familiar de los más pequeños es uno de los mayores predictores de las habilidades socio-emocionales. Aquí un aspecto clave: en muchos hogares, el diálogo y la argumentación sin elevar la voz, son eventos tan excepcionales como un abrazo.
Parte del objetivo de una educación universal y obligatoria es corregir el hecho que, dimensiones esenciales del desarrollo individual y de la formación de ciudadanos, no se cultivan en todos los hogares. El herramental necesario para lidiar con situaciones complejas, posiblemente sea uno de ellos. No se trata de un estado interventor, se trata de un estado que corrige por medio de la educación, situaciones que son por demás desiguales y extremadamente costosas. Si bien el Mides ha avanzado en este sentido, más se puede hacer para que programas existentes se vuelvan, como la enseñanza de un idioma, parte de la educación regular que reciben nuestros jóvenes. Eso tiene sus costos económicos; pero también es costoso dedicar recursos a atender a las 108 denuncias diarias que en el 2019 se hicieron por violencia doméstica. Y eso por solo mencionar el costo más directo que, en este caso, es el menor.
Adjetivos como explicación del fenómeno (es violento, es impulsivo, etc.) lo único que hacen es, mediante el fácil atajo, ignorar las causas del problema, postergando verdaderas soluciones. Cuando la explicación no admite la prevención como una posibilidad, es natural que el foco principal sea lo punitivo, pero una solución que llega demasiado tarde, no es solución.
Quizá muchos violentos sean “malos”, pero la maldad solo es maldad cuando se tiene la alternativa de elegir el camino correcto. Saber cual es el camino correcto no es suficiente porque, para transitarlo, se requiere un herramental del cual no todos disponen. Esto no quiere decir que individuos adultos, de mediana inteligencia, no sean absolutamente responsables por no haber podido o querido corregir, por si mismos, carencias en su educación emocional. Sin embargo, sí significa que concientizarnos que el manejo de conflictos, acaso sea tan importante como la solvencia en un segundo idioma.
Existen antecedentes. Australia desde los años ´90s implementó la “educación en relaciones respetuosas” dirigido a estudiantes de primaria y secundaria. La idea del programa es brindar un aporte holístico y de prevención a la violencia de género. Las evaluaciones más completas, muestran que el programa ha sido un éxito desde el punto de vista de sus resultados (3).
Hasta que no pongamos esfuerzo en enfocarnos en estudiar y entender a quienes utilizan la violencia como reacción y en brindar instrumental a la población para la cual la violencia es de las pocas respuestas que poseen —quizá porque ha sido lo único que han experimentado—, seguiremos contando víctimas.
(*) De haber aspectos rescatables e interesantes en esta columna, se deben a Adela Dubra, Magdalena Furtado y Cecilia Rodríguez, con quienes he intercambiado y discutido este tema.
(1) “If He Can See It, Will He Be It? Representations of Masculinity in Boys’ Television”, Promundo and Kering Foundation, 2020.
(2) “Encuesta de Nutrición, Desarrollo Infantil y Salud, Informe de la Segunda Ronda”, Mides, 2018.
(3) Respectful Relationships Education in Schools: The Beginnings of Change – Final Evaluation Report, 2016, Victoria State Government.