El presidente Luis Lacalle Pou tiene un especial interés por la platería criolla, y le encomendó al Programa Sembrando —de apoyo a emprendedores— crear algo relevante para los cuchilleros nacionales. Fue así que nació la Exhibición de Cuchillería Criolla, que por segundo año consecutivo se realizará en Enjoy Punta del Este el 10 y 11 de febrero, con 21 exponentes nacionales, explicó Andrea Bellolio, directora ejecutiva de Sembrando.
Este sector de producción tiene detrás un oficio y un negocio en el que trabajan uruguayos para el mercado interno y de exportación, con cuchillos que se venden entre US$ 200 y más de US$ 2.500 cada uno, dependiendo de los materiales y el tiempo de trabajo demandado, y por el que, en algunos casos, se pagan fletes de US$ 100 al exterior.
Trabajos en acero, plata y oro son buscados por clientes variados, desde coleccionistas hasta amantes de la caza y la pesca que buscan piezas con mucha identidad y cultura uruguaya. El Empresario habló con varios artesanos para conocer más sobre este negocio y sus oportunidades.
Cuchillos y espadas
Álvaro Sanjorge es de Florida y conoce la cuchillería desde niño gracias a su abuelo, con quien se «enamoró de la profesión». Comenzó con el oficio como un hobby, pero hace 25 años que se dedica profesionalmente, haciendo cuchillos criollos, tácticos, de caza y también espadas (se venden para ceremonias, decoraciones ornamentales y escuelas filosóficas).
Trabaja con monometal, un solo acero, y lleva producidas 6.100 piezas. Según observa, la cuchillería «se ha puesto muy de moda en los últimos años» y ha crecido la clientela.
Sus productos se venden en el mercado interno, aunque sus cuchillos se han exportado a destinos como China, EE.UU., Canadá y Finlandia.
El mercado «ha tenido un crecimiento muy fuerte» gracias, en parte, a la popularidad que ha tenido la cuchillería por algunos programas televisivos sobre gastronomía a la parrilla, y también a las redes sociales, argumentó. Pero existe «un cuello de botella» que se da porque algunos trabajos no pueden enviarse por encomienda internacional «por tipificarse como arma», matizó. «Se pierden muchas ventas por no poder mandar los cuchillos. Trabajamos hace años para levantar ese freno», remató.
Oficio de padre e hijo
Gustavo Sosa vive en Paysandú y hace cuatro años hace cuchillos con su hijo Santiago.
Conoció a través de las redes sociales a dos artesanos, Pablo Cortela e Iliana Pereira, quienes le enseñaron a trabajar el acero y crear los mangos. «Tuvieron la buena onda de enseñarnos y subimos un escaloncito en la cuchillería, estamos muy agradecidos», dijo Sosa.
En este rubro, de piezas únicas, no se considera la competencia y el saber se comparte.
A la par de su trabajo como comerciante, desarrolla en su tiempo libre su emprendimiento de cuchillería criolla, y aunque el mercado ha crecido —registra ventas en Uruguay y el exterior—, no considera aún dedicarse 100% al rubro.
Hace cuchillos San Mai (con tres capas de acero), Go Mai (cinco capas) y de Damasco (con más de 200 capas). Él forja el acero y su hijo hace los detalles en diferentes metales; algunos materiales que usan son resortes de ferrocarril, madera o cuero. Santiago también se encarga del «alma de cada cuchillo», que es el tratamiento térmico al que se somete el acero y que puede llegar hasta los 830°. Según Sosa, mostrar la cuchillería en temporada es muy bueno porque le da reconocimiento a los artesanos.
Amor e identidad
Hace más de 20 años que Neber de los Santos hace cuchillos. Comenzó de forma amateur, pero con el paso del tiempo se interesó más y hasta dejó de estudiar Medicina para dedicarse a este oficio, un trabajo artesanal que, tiempo después, se enteró que llevaba en la sangre. Su bisabuelo y su abuelo también eran cuchilleros, y él se enteró de grande.
Se tecnificó y junto a su esposa Soledad abrió su propio emprendimiento, con el que recorren el país y también han vendido en el exterior, como en Brasil, Tenerife (España) y EE.UU.
De los Santos comentó que el mercado uruguayo tiene una buena clientela y que hay muy buena calidad de productos, y contó que actualmente se enfrentan a una competencia con cuchillos de contrabando.
Soledad es de las pocas mujeres que trabajan en el rubro, y en la empresa familiar se encarga de lo administrativo y de lo creativo, aportando a la innovación, por ejemplo en el uso de ciertos materiales. Algunas de las materias primas que usan para los cabos son madera o hueso, y también crearon un molde de colita de tatú y de guampa de ciervo para poder hacer cabos similares «respetando y protegiendo nuestra fauna», aseguraron
Productor y artesano
Fernando Ricca es de Barker, Colonia, y dejó la producción rural para dedicarse a la cuchillería, una actividad que comenzó en 1997, cuando hizo su primera pieza con la cuchilla del disco de un arado. «Al principio fue un hobby, después me empezó a picar el bichito de crear cosas», contó.
Hace siete años que se dedica de lleno a este negocio, con cuchillos de acero de damasco (con acero al carbono y níquel) y también a difundir este oficio. Organiza junto a colegas la Fiesta Nacional del Cuchillo y el encuentro D’arte filo.
Promover el rubro, con eventos como el organizado por Sembrando «es un impulso tremendo para los artesanos, porque estamos todos unidos, y ahora se le está dando mucho más valor a lo artesanal», destacó.
El sector ha crecido en artesanos y clientes, lo que es muy bueno porque ante la demanda en alza, más empresas venden insumos para la producción; cuando él empezó muchas de las herramientas debían hacerse caseras, recordó.
Actualmente trabaja para el mercado interno, y si bien aún no ha exportado, tiene clientes que llegan desde el exterior a comprarle, como de Chile o EE.UU. Por mes produce entre cinco y 15 cuchillos.
«Un hobby rentable»
Hace más de 20 años que Heriberto Placeres trabaja con cuchillería en Río Negro. Comenzó como diversión, y hoy lo considera «un hobby rentable» que realiza a la par de su trabajo rural y como maestro forjador.
«Me fui apasionando y con más información me fui profesionalizando», afirmó. Produce cuchillos criollos y de damasco, que se han popularizado gracias a algunos programas de televisión, según dijo.
Su nicho de mercado es el del coleccionismo, donde se exige mucho detalle. Dependiendo de cada pieza, por mes el artesano hace ocho cuchillos. «El coleccionista busca mucho la perfección, pero en lo artesanal no hay competencia, porque cada pieza es única», sostuvo.
Antes de la pandemia exportó a Europa, EE.UU., Canadá y Argentina, pero luego la venta bajó un poco. En el caso del mercado argentino la baja se explica por el tipo de cambio, comentó. Su público principal es el uruguayo, «en el que hay mucho mercado». Según detalló, quienes coleccionan cuchillos buscan muchas veces piezas exóticas, por eso ha trabajado con materiales como algarrobo uruguayo o molar de mamut (importado de Europa) para crear los mangos de algunas piezas.
De veterinario a cuchillero
Oriundo de Durazno, Pablo Rigali es veterinario de profesión, pero hace unos años comenzó con un pasatiempo que lo haría cambiar de rumbo y dejar ese trabajo: la platería criolla. Desde los 15 años trabaja en cuero y unió sus dos pasiones en algo que «de a poco se transformó en un trabajo», recordó.
Dentro de la platería criolla encontró un segmento, el de productos de alto valor para regalos personalizados o para coleccionistas, y es así como se desarrolla, utilizando materiales como plata, oro y tiento fino. Por mes hace 10 piezas únicas, entre cuchillos y otros productos.
Su nicho es acotado, admitió, pero tiene clientela en Uruguay. Además, ha exportado a mercados como Dubái (al que fue junto a Sembrando) y ha producido piezas personalizadas pedidas por el gobierno uruguayo para realizar regalos presidenciales.
«Es apasionante, es muy lindo pensar algo, diseñarlo y en poco tiempo tenerlo en las manos. Es un proceso continuo de aprendizaje», indicó. El artesano y emprendedor aseguró que «hay mucho mercado para estas artesanías» y que hay una buena inserción laboral y gran demanda por capacitación, por eso comenzará un proyecto de formación para enseñar el oficio.