La transformación digital de las empresas tradicionales va de la mano con softwares libres, organizaciones menos jerarquizadas y favorece un método de «intenta, aprende y modifica»
Con sus vistosos zapatos rojos, Jim Whitehurst —presidente y director ejecutivo de Red Hat— se mueve de un lado a otro de uno de los escenarios principales del Centro de Convenciones y Exhibiciones de Boston. Este economista e ingeniero de formación es la figura estelar de la decimotercera versión de la «Red Hat Summit», la reunión más importante del mundo en torno a temas de open source (código abierto) y que congrega a cerca de 6.000 personas. En los pasillos del lugar, se pueden ver desde empresarios que pagaron el pase de US$ 1.500 por los tres días de conferencias hasta tekkies que llevan tatuajes con el logo de la compañía porque se identifican con este modelo de desarrollo de software.
«La planificación, tal como la conocemos, está muerta», afirma Whitehurst. «En un mundo que se mueve tan rápidamente, los planes están obsoletos antes de que hayan sido siquiera completados. En vez de prescribir actividades y descifrar dónde está el futuro, hay que crear un contexto para que los individuos prueben cosas, aprendan y, rápidamente, solucionen problemas. El código abierto provee un modelo diferente: ‘intenta, aprende y modifica’», dice el orador, a menudo requerido por empresas para dar charlas sobre transformación digital.
Para mostrar los beneficios de este modelo, Whitehurst invita al escenario a tres clientes de Red Hat que recurrieron a la ayuda del open source para innovar y alcanzar la velocidad de operación necesaria.
El primero es el Gobierno del Estado de Jalisco, en México, que redujo de días a horas la espera por las demandas online de sus ciudadanos (desde solicitudes de información fiscal hasta atenciones de salud). El segundo caso es la provincia canadiense de Columbia Británica, donde oficiales de gobierno desarrollaron dos aplicaciones que permiten a los conductores ver si las rutas están abiertas y seguras. El tercero es «myResponder», una aplicación impulsada por el gobierno de Singapur para alertar al personal entrenado más cercano si alguna persona ha sufrido un ataque al corazón y necesita asistencia.
A pesar de ser una de las firmas de tecnología más importantes del mundo, Red Hat no es tan conocida como Microsoft, Hewlett-Packard o IBM. ¿La razón? No vende productos de consumo masivo —como laptops o impresoras—, sino que funciona sobre la idea de buscar formas para agregar valor en soluciones informáticas. Bajo la filosofía de código abierto, ofrece software para empresas, que son creados y perfeccionados por una enorme comunidad de desarrolladores. Su negocio consiste en cobrar por un servicio de suscripciones donde sus clientes reciben productos y soluciones a medida, soporte técnico y actualizaciones, sin que estas últimas tengan que involucrarse en el proceso. Así, solo el año pasado, la compañía facturó US$ 2.400 millones, un 18% más que en 2015.
En 1994, cuando Red Hat creó su propia versión de Linux para empresas, llamada Red Hat Enterprise Linux (RHEL), este sistema operativo era mirado con desconfianza por sus competidores (Steve Ballmer, el exCEO de Microsoft, lo llamó «un cáncer»). Hoy, sin embargo, el concepto de open source trasciende las tecnologías de la información y se posicionó en los gobiernos y áreas como la salud y la banca. En términos competitivos, Red Hat lleva la bandera a la hora de presentar soluciones efectivas a bajo costo: ocho de las 10 bolsas de valores más grandes del planeta trabajan con la compañía del sombrero rojo. Amadeus, la central que maneja la mitad de las reservas globales de aviones y hoteles, corre por un software de código abierto proporcionado por la firma.
Descifrando el código.
El software de código abierto es aquel en que una persona puede acceder a su código fuente. Así, puede aprender cómo está hecho, modificarlo y, lo más importante, mejorarlo. A diferencia de los softwares propietarios —cuya licencia es propiedad de una empresa y los únicos que pueden mejorarlo son sus empleados—, los de código abierto son impulsados por una comunidad de cientos o miles de personas de todo el mundo. Estos últimos pueden adaptarlo a sus necesidades, corregir sus errores y buscar nuevas soluciones de una forma mucho más acelerada.
Para gestionar la innovación y velocidad del código abierto, se necesita a alguien que sepa administrarlo. Y compañías como Red Hat son las encargadas de hacer el puente entre dicho código y cualquier banco, aerolínea o gobierno que quiera acceder a este nivel de innovación. De todas las opciones disponibles para resolver el mismo problema, Red Hat elige la que considera que está lista para ser usada por alguna empresa, la empaqueta y le da el soporte para usarla. «Lo que no hace falta pagar en el código abierto es la licencia. Ese dinero lo puede usar, por ejemplo, un gobierno para invertir en proyectos», dice Sebastián Cao, director de Tecnología para Latam en Red Hat.
En los últimos cinco años, todas las grandes innovaciones tecnológicas —desde los sistemas tipo cloud, móviles y big data hasta avances en áreas como la inteligencia artificial y los autos autónomos— son a partir de código abierto. El open source también está arraigado en firmas como Facebook, Google, Uber y Airbnb. Cuando estaban en estado startup, empezando con su modelo de negocios, el desarrollo hubiese sido inviable de haber tenido que trabajar con el modelo tradicional de pago de licencias. «Un modelo diferente, como el open source, permitió viabilizar su rápido crecimiento. Hay un tema económico y también otro vinculado a una filosofía de colaboración y proyecto común al cual adhieren muchas de estas compañías que hoy son líderes mundiales», dice Javier Haltrecht, director de Marketing para Latam en Red Hat.
«Hay que aprender a tolerar el error»
El open source se traduce en sistemas auto organizados y valores asociados como la colaboración y una innovación ágil. Aunque cada vez más ejecutivos le preguntan cómo implementar este modelo en sus compañías tradicionales, Whitehurst admite que impulsar ese cambio de mentalidad no es fácil. «En este siglo, casi todo será automatizado. Los trabajos que se mantendrán son aquellos que requieren que las personas apliquen sus juicios, tomen la iniciativa y sean creativos», dice. «Y nuestro sistema educativo, en la mayor parte del mundo, está creado para generar trabajadores de fábrica que sigan órdenes y no cometan errores. Estamos creando trabajadores para el siglo XX, no para el siglo XXI». Según Cao, la transformación digital de las empresas tradicionales tendrá como meta moverse a la misma velocidad de firmas como Google y Facebook: «Su gran valor es que construyen cosas continuamente: cosas que funcionan y que no funcionan. Lo que no funciona, lo modifican y vuelven a probarlo. Eso lo hacen a una velocidad continua extremadamente alta. Las organizaciones clásicas de los últimos 40 años, en banca y en gobiernos, fueron diseñadas para no fallar y cambiar lo menos posible. Ahora, para competir, van a tener que hacerlo». «El principal desafío organizacional es aprender a tolerar el error», concluye.El Mercurio / GDA
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