Cuando Nicolás Aparicio cocinaba en Punta del Este, en un hotel cinco estrellas a minutos de su Maldonado natal, se dio cuenta de que había encontrado su techo en el país. Con ganas de abrir sus horizontes en la gastronomía, en 2018 se fue al exterior, sin saber que su carrera comenzaría a marcarse con estrellas Michelin, una distinción internacional a la restauración de excelencia.
Se instaló en Ciudad de México, donde conoció nuevos platos y técnicas. Y tiempo después regresó al país para trabajar en la temporada de verano. Ese momento «fue como volver para tomar impulso» para irse a Europa, recordó a El Empresario.
Suecia, amor y cocina
Un viaje de mochilero con amigos lo llevó a conocer Suecia, un país del que sabía que «es desarrollado, hay oscuridad, gente rubia e impuestos altos». Fue así, que luego de cocinar en España y Croacia, obtuvo la visa sueca y llegó al que hoy es su hogar. Y realizando un voluntariado en una granja de permacultura en Gotenburgo conoció a su actual esposa, una estudiante de Ciencias Políticas alemana que estudiaba en Hamburgo.
Cuando le surgió la oportunidad de trabajar para el quinto mejor restaurante latinoamericano, y número 11 en el mundo, volvió a México. Allí, en la capital, cocinó en Pujol, integrante del ranking The World’s 50 Best Restaurants, donde ganó una gran experiencia, principalmente por la fuerte exigencia. «Fue un entrenamiento muy bueno, catapultó mi carrera», aseguró Aparicio.
Seis meses después volvió a Suecia, donde su currículum le abrió puertas a la gastronomía de lujo, y comenzó a trabajar en Carbon, un restaurante destacado por la Guía Michelin. Actualmente, el fernandino trabaja en Tizne, un restaurante de fine dining que propone «experiencias gastronómicas» por las que los clientes pagan entre US$ 400 y US$ 500 por una cena.
En Suecia el sector gastronómico «es competitivo desde lo creativo», dijo Aparicio. «Se trata de dar mensajes con la comida», y eso se debe a la gran educación en alimentación que hay. En un país con escasas horas de luz hay poco espacio para la producción, por lo que «todo lo que se produce se usa», y todo se come, por ejemplo las hojas de hortiga.
Sabores charrúas
Emprender en Suecia es difícil por los altos costos impositivos, pero tras estudiar el sector y las regulaciones de la Unión Europea, el joven de 28 años decidió llevar allí sus orígenes para mostrar que la comida uruguaya puede ser bien recibida al otro lado del mundo, a más de 12.000 kilómetros.
Así creó Mariki, junto a su esposa, un chef y una sommelier uruguaya. Un proyecto gastronómico con un menú de cinco tiempos, con platos como lengua a la vinagreta, molleja, helado de mate y postre chajá. Ahora, para abrir el abanico, apuestan por la comida sudamericana, incluyendo chivitos, empanadas o chipá. Marike se desarrolla por evento, y el primero fue muy emotivo, recordó Aparicio: asistieron hijos de uruguayos exiliados en dictadura que recordaron los platos de su país, lo que fue muy especial.
En su futuro ve cocinas, pero también educación. Le gustaría impulsar proyectos que fomenten la educación nutricional, como el Manifiesto Nórdico hace en Suecia, y y sueña con hacerlo en su país.