Agustín Folle es montevideano, se crío en Parque Batlle y de joven se interesó por la aviación. Comenzó a volar como hobby en el Aeropuerto de Melilla con un avión para dos personas que pesaba 600 kilos y que sacaba del hangar a fuerza de empuje con su instructor.
Empezó con la esperanza de que algún día su pasatiempo se transformara en profesión. «Pero en aquel entonces la aviación en Uruguay estaba súper chata», recordó Folle a El Empresario. Las opciones pasaban por trabajar como aplicador de agroquímicos, piloto de taxis aéreos, de vuelos sanitarios o de publicidad, pero en el líneas aéreas no había tantas oportunidades.
Comenzó a trabajar para Pluna en atención al cliente y check-in, mientras continuaba su formación, primero obteniendo la licencia de piloto privado, luego el certificado comercial y finalmente la licencia de línea aérea. Y cuando Pluna abrió un llamado para personal, en un plan de expansión, se presentó.
En 2011, con 21 años, Folle se convirtió en piloto de la aerolínea de bandera. «Tuve la oportunidad de hacer ese salto que fue un sueño», señaló. Pero duró poco, porque Pluna cerró en 2012.
Pista de despegue
Luego de esa experiencia fue a trabajar a granjas en Nueva Zelanda, y estuvo seis meses sin volar. Pero estando lejos de casa se enteró de que en Indonesia, la aerolínea nacional, Garuda Indonesia, estaba comprando aviones similares a los que él solía volar con Pluna, y necesitaba personal calificado. Se presentó, fue contratado y se instaló en el sudeste asiático, lugar que describe como «paradisíaco». Emigrar no fue sorpresivo para él, porque «Uruguay siempre fue un buen exportador de pilotos», comentó.
Estuvo tres años volando en Indonesia, hasta que encontró trabajo en EVA Air, una aerolínea de Taiwán que cuenta con 90 aviones de gran porte, transporta pasajeros y carga y es top 10 del mundo en materia de seguridad.
La rutina en el aire
Folle está casado y tiene una hija pequeña. Es capitán de crucero en una flota que hace vuelos de largo alcance (de hasta 17 horas y media), cumple funciones de copiloto en tierra y en el aire queda al mando del vuelo cuando el capitán descansa.
Ha tenido la oportunidad de vivir experiencias «increíbles» como volar cerca del Polo Norte sobre aurora boreales, o ver «lluvia de estrellas fugaces»; pero a veces, está lejos de casa.
Su trabajo se rige por cantidad de horas de vuelo, y suele estar en el aire entre 75 y 80 horas al mes.
Cuando tiene travesías cortas, por ejemplo de una hora y media a Hong Kong, puede salir de su casa a las ocho de la mañana y volver a las cinco de la tarde; pero cuando vuela a Alaska o Nueva York, puede pasar hasta una semana lejos. Los períodos se hacen largos por la necesidad de descanso por los cambios horarios. «En un vuelo a Alaska despegamos a las 10 de mañana de Taiwán y podemos llegar en la noche del día anterior», contó para explicar el desorden de horarios que puede llegar a tener.
Pese a lo desafiante de su trabajo, lo elige sin dudar. «Es un balance súper favorable», dice Folle, que ya tiene una nueva meta en la mira: se prepara para ser capitán.
Vuelos de alta exigencia en un Boeing 777
En Eva Air, en Taiwán, Folle vuela un avión Boeing 777, de los más grandes de su tipo, con capacidad para 360 pasajeros y gran volumen de carga.
En algunos de los vuelos de mercaderías que ha hecho ha transportado desde tecnología hasta autos de alta gama. «Volamos a un nivel de exigencia altísimo y es muy acotado el margen de error que podemos tener», expresó.