Isabelle Chaquiriand tiene 46 años y es la tercera generación de su familia al frente de la ATMA. Desde 2020 es decana de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Católica del Uruguay (UCU) y cree que en la formación del capital humano está la clave para que el país se desarrolle. Asegura que la propuesta de transformarlo en un hub de innovación le permitirá salir de la dependencia de los commodities y así “hacer la diferencia”.
Para que Uruguay logre ser el hub de innovación al que aspira convertirse es necesario atender no sólo la inversión sino la educación y la primera infancia, aseguró Chaquiriand. Los gobernantes de hoy y de mañana deben afrontar varios frentes si lo que se quiere es tener un país innovador, sostuvo, y en eso, el diálogo entre el sector público y privado es fundamental. Aquí un resumen de la charla de la CEO de ATMA con El Empresario.
—Hace más de 75 años que ATMA está en el mercado, ¿cómo ha logrado mantenerse?
—Mantenerse es el principal driver de los que hemos estado en puestos de decisión en la empresa. Mantenernos vigentes y presentes es uno de los principales factores que hemos tenido presente al tomar decisiones. Tenemos claro que esto es una carrera de resistencia y no de velocidad, y esto está muy atado a que sea una empresa familiar. Una cosa está ligada con la otra y eso hace que el largo plazo tenga una trascendencia mayor que en otras organizaciones. Las decisiones tienen el componente de pensar no sólo en qué queremos en el corto plazo sino cómo nos vemos a futuro, y sobre todo el tener poco apego a lo que los contadores llamamos el “costo hundido”. Si bien los valores de la empresa siguen vigentes y hay determinados pilares que son fundamentales, el “porque acá siempre fue así” nos ata poco en la forma de hacer las cosas. Estamos mirando más al futuro que al pasado.
—Ingresó en ATMA para atender las consecuencias de la crisis de 2002. ¿Cómo ve hoy la formación de ejecutivos en torno a la gestión de crisis?
—Hace muchos años la formación tradicional era aprender a gestionar y eventualmente manejar una situación excepcional. Ahora en la formación —al menos como la encaramos desde la UCU— una cosa está muy empapada de la otra. La incertidumbre, ambigüedad, complejidad, volatilidad, es algo del día a día. Estamos en un contexto de cambio permanente, por eso las habilidades emprendedoras, la capacidad de innovación y resiliencia, son parte del día a día. Los ciclos de vida de los negocios son cada vez más cortos, pasamos de un mundo que miraba sólo la rentabilidad para el accionista, a un mundo que tiene que mirar una cantidad de partes relacionadas o stakeholders. Hoy no hay que mirar sólo lo que se produce, sino también a la sostenibilidad, el entorno, la gobernanza y el medio ambiente. En ATMA vivimos transformándonos, porque nunca hay que dejar de avanzar. Si te quedás quieto, te pasan por arriba. Eso es parte central de lo que formamos en la universidad, que implica no sólo las habilidades emprendedoras, sino también —y por las características de nuestro país— una visión global muy importante, un componente de internacionalización fuerte y el aprender haciendo. Sí o sí tenés que actualizarte, además de la formación continua, lo que es fundamental es cómo ese conocimiento teórico se aplica a situaciones prácticas concretas, al desarrollo de competencias.
—¿La industria uruguaya es innovadora?
—El sector es amplio e involucra a mucha gente, y en ese sentido el tren va a distintas velocidades. Hay ramas sumamente innovadoras que son un tren de alta velocidad y otras que siguen en los reclamos tradicionales de aranceles externos, cómo protegernos, la plataforma de reivindicaciones en la exoneración de aportes patronales y que sigue en un modelo —desde mi punto de vista— ya anticuado de lo que debería ser la industria nacional, e insostenible. Hay una heterogeneidad en la industria muy grande. Uruguay por sus características de mercado chico, sumado al contexto en el que está, toda la vida se ha dedicado a exportar bienes que además son commodities, entonces es muy susceptible a la volatilidad de sus precios. Creo que la propuesta de Uruguay como hub de innovación nos saca de ese lugar de dependencia de los commodities, de poco valor agregado y tenemos la oportunidad de hacer la diferencia. Creo y confío en ese modelo. Ahora, la contrapartida, es que eso no se acompaña con el pilar fundamental de un hub de innovación que es el capital humano. Tenemos un serio problema a nivel de educación. El aspiracional de hub de innovación no se acompaña con una fuerza de capital humano y de desarrollo de ese capital humano que sea la plataforma necesaria para llevar adelante este hub de innovación.
—¿Qué es lo que falta?, ¿hay poca formación o el capital humano se forma y emigra?
—Para empezar hay que mirar los índices de egreso de secundaria y la deserción. El sistema de secundaria no está logrando retener a los chiquilines. El crecimiento económico se da por invertir en los factores de capital humano. Uruguay está haciendo, vía régimen de Comap (Comisión de Aplicación de la Ley de Inversiones), distintos estímulos y esfuerzos para que mejore la inversión en innovación y tecnología, pero si no invertís de la misma manera en el capital humano, la inversión en los bienes de capital tecnológico no se puede potenciar. Uruguay no está “exprimiendo la naranja” todo lo que podría para volverse un hub de innovación. Los niveles de deserción en secundaria tienen tasas alarmantes, y además se genera un círculo vicioso, porque a lo que no logramos despegar y tener el crecimiento y desarrollo que queremos, los que llegan a graduarse, luego a nivel terciario y eventualmente a una maestría, no encuentran atractivo el mercado uruguayo y terminan yéndose.
—¿Qué deberían atender los próximos gobernantes para mejorar en ese sentido?
—Creo que estamos todos de acuerdo en que hay un problema en la educación, lo que es un avance, porque durante mucho tiempo nos compramos el relato de que éramos la “Suiza de América” y que el sistema educativo uruguayo era muy bueno, y un día nos dimos de trompa con las estadísticas y nos desayunamos que el sistema educativo uruguayo es un fracaso. Creo que nos quedamos en esa autocomplacencia de decir no estamos tan mal como otros, pero la realidad es que quedamos sumamente rezagados. Pero el tema no pasa sólo por la educación, sino también por la primera infancia. Todos estamos de acuerdo con que había que reformar el sistema y la ley de primera infancia recién se aprobó la semana pasada, pero estuvo seis años dando vueltas en el Parlamento. ¿Qué es lo que hace falta? Lo que se ve, al menos desde el mundo empresarial, donde lo vemos con la agilidad del sector privado, es que el sector público tiene otros tiempos y se nos está yendo el agua por los dedos. Lo que está pasando es que, incluso en los temas en los que hay un consenso, las medidas que hay que tomar están llevando unos tiempos que hacen que Uruguay quede rezagado respecto a otros países, o que las buenas intenciones y medidas que se están tomando para posicionarnos como innovadores y atraer inversión extranjera directa no logren despegar de la manera que tendrían que despegar. En este Uruguay de cercanías hay conversaciones o temas que nos está costando mucho encarar, hay costos políticos que no se están queriendo asumir o no sé cuál es el problema, pero la realidad es que a la hora de la implementación de determinadas reformas nos quedamos haciendo agua, no logramos encarar mucho la conversación.
—¿Cómo es hoy el diálogo entre los privados y el gobierno?
—Hay un buen diálogo entre el sector público y el privado, pero sí a veces sorprende cómo determinadas medidas que se toman desde el sector público están hechas a espaldas totalmente del privado. Por ejemplo, antes de 2007 si tu invertías en formar a tu personal podías deducir ese costo del Impuesto a la Renta, con algunos topes razonables, claro. Dentro de los cambios o recortes tributarios que se hicieron, ese beneficio se dejó exclusivamente para sectores priorizados, como el de software y alguno más. La industria manufacturera no quedó dentro de los sectores priorizados, por ejemplo. Si hay algo en lo que el país tiene que invertir, estimular e incentivar es en la capacitación de su gente. Es en ese momento que decís “sorprende que con el enorme diálogo que hay con el empresariado se tomen medidas sin tener en cuenta esa conversación”.
"Luces amarillas" en la inversión
—¿Cómo visualiza actualmente los niveles de inversión en las empresas uruguayas?
—No tengo un estudio, pero lo que sí escucho a mi alrededor es que los niveles de inversión se están enlenteciendo un poco en la medida que están directamente atados al régimen de Comap, que es un estímulo que tenés para invertir que está relacionado a que tengas renta. Y en algunos sectores de la industria se está complicando la ecuación, ya sea por un efecto de tipo de cambio, de inflación o costos en dólares que hacen que se pierda la productividad de los factores. Creo que el contexto macroeconómico de los últimos meses o el último año y pico, ha hecho que la ecuación a nivel general de las empresas se haya deteriorado un poco o mucho, dependiendo el caso, entonces eso no está ayudando a que se desencadene la inversión en el largo plazo. Esto no quiere decir que no hay sectores que sí están funcionando muy bien y que sí están creciendo y se están desarrollando. Lo que digo es que a largo plazo está habiendo luces amarillas.
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