Liz Alderman
The New York Times
Los productores franceses de champán realizan negocios por casi US$ 1.000 millones con EE.UU. cada año. Pero en los últimos días en Épernay, la capital mundial del vino espumoso, situada en la región de Champagne (noreste), la única cifra en boca de todos era 200.
Ese fue el porcentaje de arancel que el presidente norteamericano Donald Trump amenazó con imponer al champán y otros vinos y licores europeos exportados a EE.UU., en una guerra comercial que estalló la semana pasada luego de que la Unión Europea contrarrestó las sanciones del mandatario al acero y el aluminio con sus propios aranceles sobre los productos estadounidenses.
La amenaza de Trump cayó como un rayo en Épernay, sacudiendo a los trabajadores de los campos cercanos, a los productores de los pequeños pueblos y a las venerables casas que bordean la Avenida de Champagne, el bulevar central de Épernay y un sitio declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco que rezuma riqueza de buen gusto.
«Un arancel del 200% está diseñado para garantizar que no se envíe champán a EE.UU.», dijo Calvin Boucher, gerente de Michel Gonet, una casa de champán de 225 años de antigüedad en la avenida. Con entre el 20% y el 30% de las 200.000 botellas que produce anualmente exportadas a vinateros y restaurantes estadounidenses, «ese negocio se vería devastado», aseguró, y agregó que el precio de un champán de US$ 125 se triplicaría con creces de la noche a la mañana.
Épernay se encuentra en el corazón de una región productora del mejor espumoso del mundo. EE.UU. es su mayor mercado extranjero, con 27 millones de botellas exportadas allí en 2023, valoradas en unos € 810 millones (US$ 885 millones).
La cuna legal de la bebida
Las uvas Chardonnay, Pinot Noir y Meunier cubren las ondulantes colinas y los profundos valles de Champagne, que abarca más de 230 kilómetros cuadrados, desde la ciudad de Reims hasta el río Aube. La zona agrícola se encuentra bajo el estricto sistema de Denominación de Origen francés, que garantiza que solo el vino espumoso elaborado aquí, mediante métodos específicos, pueda llamarse legalmente champán.
Con más de 4.000 vinicultores independientes y 360 casas de champán, la zona produce alrededor de 300 millones de botellas al año, y 1.000 millones más reposan en bodegas. Las casas más importantes, como Dom Pérignon, Veuve Clicquot y Moët & Chandon, propiedad del conglomerado de lujo LVMH Moët Hennessy Louis Vuitton, dominan la producción y las exportaciones, y representan un tercio de las ventas totales.
Pero estas cifras no sirvieron de mucho consuelo tras la amenaza de Trump. Justo al lado de la Avenida de Champagne, Nathalie Doucet, presidenta de Besserat de Bellefon, una casa de champán especial que exporta el 10% de su producción premium a EE.UU., dijo que la guerra comercial la preocupaba.
«Estamos esperando a ver qué pasa, pero no son buenas noticias», evaluó Doucet.

El champán ya tuvo un año difícil debido al mal tiempo que redujo la cosecha. El consumo ha disminuido a medida que los jóvenes han cambiado sus hábitos y se han pasado a los cócteles y la cerveza artesanal. Las ventas de champán han bajado desde la pandemia, cayendo un 9% el año pasado.
Al mismo tiempo, indicó Doucet, Europa lidia con guerras en Ucrania y la Franja de Gaza. Y ahora, la disputa comercial con EE.UU., uno de los aliados tradicionales de Francia, por asuntos ajenos al champán, la ha hecho sentir como un daño colateral.
«Parece un castigo deliberado», opinó Cyril Depart, propietario de la vinoteca Salvatori, justo al lado de la avenida, que ofrece una amplia variedad de champanes artesanales. Su esposa era gerenta de exportaciones de una de las grandes casas productoras de champán y ya estaba calculando las posibles consecuencias de la suba de aranceles.
Espumante amenazado

Los daños de una guerra comercial se extenderían mucho más allá de las grandes casas de champán, afectando a los importadores y distribuidores estadounidenses y poniendo en riesgo a numerosas pequeñas empresas.
Michael Reiss, presidente de Vineyard Road, una pequeña distribuidora de Framingham, Massachusetts, que importa champán y vinos de Europa y los distribuye en Nueva Inglaterra, afirmó que pequeños negocios como el suyo, incluyendo restaurantes y tiendas minoristas, se verían muy afectados. El impredecible entorno comercial podría obligar a las empresas a cancelar inversiones planificadas, añadió el empresario.
Para agravar el problema, los aranceles aplicados al inicio de la cadena de suministro pueden multiplicarse, ya que cada empresa que gestiona el producto lo revaloriza según corresponda, explicó Reiss. «Por lo tanto, incluso un arancel del 25% puede fácilmente generar un aumento de precios del 40% al 60%», apuntó.
Un arancel del 200% «eliminaría la posibilidad de que la gente compre cosas que les traigan alegría a sus vidas», afirmó.
Incluso dentro del Museo del Champán, que bordea la avenida de Épernay, la conversación se centró en los aranceles de Trump. Sacha Raynaud, cuya familia posee una pequeña bodega de champán, había traído a un amigo para que aprendiera la historia del champán, que apareció por primera vez en el siglo XVII en las mesas de la realeza, lo que le dio el apodo de «el rey de los vinos».
«Los franceses están tomando conciencia de lo que ocurre en EE.UU. y están empezando a hablar de boicotear los productos estadounidenses», afirmó.
Preocupaciones similares circulaban en los campos. Trabajando bajo una luz matinal suave, una docena de peones sujetaban vides marrones y nudosas con alambres antes de la temporada de crecimiento primaveral en tierra recién arada a la sombra de Reuil, pueblo productor de champán, al oeste de Épernay.
Incluso estos empleos estaban en riesgo, dijo Patrick Andrade, quien dirige una pequeña empresa que ayuda a mantener los viñedos de champán. La parcela de 12 hectáreas pertenece a una pequeña empresa que exporta a EE.UU., explicó.
Si caen las ventas, los productores de vino necesitarán menos trabajadores agrícolas y habrá menos trabajo para los operadores de tractores, los fabricantes de corcho y los embotelladores. En el peor de los casos, agregó Andrade, esto podría obligar a los productores de champán a considerar la posibilidad de arrancar las vides.
El viernes 14, el ministro de Asuntos Exteriores francés, Éric Lombard, calificó la guerra comercial de «estúpida» y afirmó que viajaría pronto a Washington. «Necesitamos hablar con los estadounidenses para rebajar la tensión», declaró.
Las mayores casas de champán de Francia han permanecido visiblemente en silencio, negándose a decir nada mientras esperan a ver cómo se desarrolla la amenaza de Trump y si los funcionarios europeos pueden lograr que dé marcha atrás.

Entre ellas se encuentra LVMH Moët Hennessy Louis Vuitton, que vende casi el 35% de sus vinos y licores en EE.UU. La empresa no respondió a una solicitud de comentarios.
Afuera de la mansión Moët & Chandon de LVMH, en la Avenida de Champagne, un grupo de estadounidenses se tomaba selfies frente a una estatua de Dom Pérignon, el monje que inventó el champán. Dentro del majestuoso edificio, ningún miembro del personal quería hablar de aranceles.
Aun así, entre los vecinos corrieron rumores de que las grandes casas estaban molestas por la amenaza arancelaria, pero esperaban que esta pudiera pasar desapercibida.
Después de todo, algunos decían que Bernard Arnault, el hombre más rico de Francia y jefe del imperio LVMH, mantiene una larga relación con Trump y fue invitado por él a su investidura. Quizás la amistad de Arnault prevalezca al final, decían.
Pero por ahora, todo eso es pura especulación. La realidad es que nada es seguro, y la incertidumbre perjudica los negocios.
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