OPINIÓN
Ahora que los debates organizados en el marco de la COP 26 acaban de concluir, resulta urgente actuar a favor de la transición energética para cumplir el objetivo de la neutralidad de carbono en 2050.
La Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 26) acaba de terminar. En ella se anunciaron nuevos compromisos para combatir el calentamiento global. Sin embargo, seis años después del Acuerdo de París adoptado en la COP 21, el aumento de los precios del petróleo y del gas desde hace más de un año nos ha recordado una persistente realidad: el mundo no está invirtiendo lo suficiente para satisfacer sus necesidades energéticas futuras.
Por supuesto, el panorama no pinta totalmente negro y las inversiones efectuadas para la transición energética están aumentando de forma progresiva. No obstante, de una parte, el impulso no es suficiente y, de la otra, los recursos asignados tanto en el ámbito local como a escala mundial continúan siendo demasiado bajos para satisfacer de forma sostenible la creciente demanda de servicios energéticos.
Así, los compromisos asumidos en la última década representan un 20 % de los esfuerzos que deberían desplegarse para cumplir el objetivo de neutralidad de carbono contemplado por la Unión Europea para 2050, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE). En cuanto al Acuerdo de París, para lograr el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5 grados centígrados respecto a los niveles preindustriales, la inversión anual en proyectos e infraestructuras de energía limpia debería ascender a cerca de 4 billones de dólares para 2030, según la AIE. Sin embargo, las inversiones efectuadas hasta la fecha representan solo unos cientos de millones al año.
El reciente encarecimiento del petróleo y el gas, que han duplicado con creces sus precios en un año, ha servido para recordar esta falta de financiación de la energía verde en un momento en el que los inversores cuestionan la capacidad de la economía mundial para satisfacer sus necesidades energéticas. A día de hoy, se han puesto en marcha muy pocos proyectos para desarrollar energías alternativas. Si se reduce la inversión en el sector del petróleo y el gas sin aumentar al mismo tiempo y en gran medida la dirigida al desarrollo de las energías renovables, resulta improbable que se vaya a alcanzar el objetivo de neutralidad del carbono en los próximos 30 años.
Así pues, a fin de no generar un nuevo problema para resolver otro, la transición energética debe ser inclusiva. La producción de energía es, en efecto, una compleja cadena en la que intervienen múltiples actores. No basta con prohibir la venta de calderas de gas o de vehículos diésel, ni con detener la explotación de nuevas minas de carbón para afrontar el reto de la transición energética. También es necesario implicar a las compañías petroleras y gasísticas con vistas a que produzcan lo suficiente para satisfacer las necesidades al tiempo que emiten menos CO2.
El desafío es importante, ya que el sector petrolero y gasístico forma parte de la respuesta necesaria en un marco de transición, especialmente en el actual contexto de falta de inversión. La realidad es que el fin de los combustibles fósiles no está a la vuelta de la esquina, ya que la economía mundial sigue necesitándolos en gran medida.
El papel fundamental de las nuevas tecnologías
De hecho, hasta que se encuentre una alternativa, la demanda de petróleo se mantendrá durante muchos años. Cabe esperar incluso que siga creciendo hasta 2030, tras lo que comenzará a disminuir. En cuanto al gas, presenta un papel esencial en la transición energética como fuente de producción estable —al igual que la energía nuclear— en paralelo al desarrollo de las energías renovables.
Además, existe una importante dimensión social a menudo ignorada. Alrededor de 40 millones de personas en todo el mundo trabajan directamente para la industria del petróleo y el gas. Asimismo, muchas regiones de los países en desarrollo prosperan gracias a este sector, o dependen exclusivamente del mismo.
Por todo ello, debemos reflexionar sobre cuál es la mejor manera de apoyar a este sector en los próximos años al objeto de ayudar a la economía mundial a afrontar el reto de la transición energética. Nadie duda de que las nuevas tecnologías serán esenciales. Son un factor sine qua non para alcanzar el objetivo de la neutralidad del carbono. Gracias a ellas podremos afrontar los retos que constituye el almacenaje de la energía renovable, la mejora de la eficacia de los procesos de producción, la utilización del hidrógeno como fuente de energía o la captura del CO2 presente en el aire y su almacenamiento bajo tierra.
Tanto si se trata de nuevas tecnologías como de una solución transitoria, el impulso de los responsables políticos resulta fundamental. De hecho, la agenda política del segundo semestre ha estado muy cargada en materia medioambiental. En julio, la Unión Europea detalló una hoja de ruta para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero en un 55 % en 2030 respecto a 1990. Al otro lado del Atlántico, el Gobierno de Biden ha hecho del clima una de sus principales prioridades desde el inicio de su mandato, por lo que se espera que incluya medidas importantes en su próximo plan de infraestructuras, o en el marco de otras iniciativas. Y lo más destacado de la agenda climática fue, por supuesto, la COP 26.
Está por ver cómo se materializarán todos los anuncios recientes y si las buenas intenciones no sólo vendrán acompañadas de actuaciones, sino si estas serán asimismo suficientes para cumplir unos objetivos climáticos que resultan cruciales para el futuro del planeta.
(*) Gestor de Carmignac, Francia