Empatía, aliento y visibilidad: lo que necesitan de la sociedad las madres de niños pequeños

Federica Cash, de Mamás reales, reflexiona sobre el cansancio de maternar a niños menores de dos años a los que no se puede sacar el ojo de encima ni por un minuto

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Madre triste
Mujer con depresión pos-parto.
Foto: Freepik.

* Por Federica Cash (de Mamás Reales)
@mamásrealesblog
“Disculpen, que no se note demasiado que estoy criando a un ser humano». Esta cita no me pertenece; es de la cuenta Instagram de Sofía Slobo, “Puérpera”. Lo que pasa que causó tal flechazo en mí, que es como si fuera mía.

Quiero hablar sobre las madres que tienen hijos menores a dos años; niños que todavía no duermen de corrido, niños que piden cuerpo, upa, brazos, teta, mimos todo el día; niños a los que no se los puede dejar solos ni un minuto porque vuelan, y aún no tienen idea del peligro. Niños cuya demanda dura 24 horas y exigen una intensidad vincular que nunca decae.

Claro que como lo hemos dicho tantas veces, la naturaleza lo previó todo para que estemos ahí los primeros años. Sin movernos mucho. Y si no estamos, tengamos al menos a otro adulto responsable en un vínculo idealmente de uno a uno. Sabemos que este tiempo es capital. Que la cabeza se cablea y que no da lo mismo ser sensibles a las necesidades de nuestros hijos, dando respuestas ajustadas al contexto y al bebé, que no hacerlo. Sabemos que es aquí donde se sientan las bases de la confianza, y que esa sensación de seguridad que se gesta en el vínculo -en general con mamá-, dura para siempre. Hoy hay mucha información sobre cómo acompañar a los más pequeños para que se desarrollen en plenitud, pero, a decir verdad, en la cancha nada es fácil.

La publicación con la que sintonicé al toque, hablaba de estas madres que navegan sus días en modo “supervivencia”. Que se quedan mirando la nada después de haberlo hecho todo -cambio de pañales, de ropa, teta o mema, baño, pañales otra vez, y así-. Yo soy una de esas. A las 9 de la mañana ya corrí todas las maratones del mundo y me siento en el escritorio mirando a lo lejos sin divisar nada en particular. En general veo borroso. Después, de a poco, voy recobrando la claridad.

Lo siento también en la puerta de entrada del jardín de infantes. Veo llegar a las familias con sus bebés, mochilas y viandas en mano, y no hay vez que no me pregunte cuántas maratones ya habrán corrido. Y les queda la peor; dejar a los bebés que aún en noviembre siguen llorando en cada despedida. Las madres somos las madres. Puede resultar agotador, es así.

Las abrazo. Yo soy una de ustedes. Este cansancio traerá sus frutos. Pero no se distraigan con la sociedad. Con las miradas que juzgan. A todas por momentos nos sale un poco mal. Es parte del juego. Nuestros hijos no necesitan madres perfectas, necesitan madres emocionalmente disponibles, abiertas a la relación. Nada más. Ni nada menos.

Mientras dormimos mal, comemos apuradas y vivimos con la alarma que nos avisa cuando el bebé se ha ido de nuestro radio visual, nos sentimos tironeadas entre la maternidad y el trabajo. Y si existe más de un hijo, ahí las exigencias ascienden de manera exponencial. En este camino de criar seres humanos 100% dependientes, intentando establecer un apego seguro, desde afuera se nos pide estar lúcidas, despiertas, que no se note mucho que estamos en esta. Claramente el sistema al que estamos subidas no prioriza el vínculo. Si supiéramos que priorizando la primera infancia y los apegos seguros estamos invirtiendo en el bienestar del país, la cosa no sería así; hay varios estudios que demuestran cómo los recursos económicos y sociales volcados en primera infancia tienen un retorno palpable en la sociedad. -Lógicamente, la política pública número 1 debería ser la de poder quedarnos más tiempo en casa para criar-.

Pero bien, no me quiero ir del tema. Solo decirles que cuando vean a una mamá de un bebé pequeño, se agradece la empatía, el aliento y la visibilidad. En nuestra sociedad, no estaría mal colgarnos una cartita en el pecho que diga:

“Disculpen que me olvide de las cosas; que me sienta vulnerable; que me priorice; disculpen que no me comporte siempre de manera elegante y que diga las cosas de frente. Me siento sobreviviendo, y solo cuidándome, cuido a mi bebé. Me encuentro haciendo un trabajo artesanal, complejo, que lleva años, cuyo resultado influirá en todos. Mi atención hoy se encuentra restringida a esta díada que somos nosotros, que me toma por completa. Estoy acompañando a dar los primeros pasos ni más ni menos que a un ser humano. Sepan comprender. Muchas gracias.”

Mamás reales

Federica Cash y Carolina Anastasiadis, impulsoras de Mamás reales
Federica Cash y Carolina Anastasiadis, impulsoras de Mamás reales
Foto: Cortesía Mamás reales

Carolina Anastasiadis y Federica Cash comparten experiencias y conocimiento en “Mamás reales”, un blog que nació hace 10 años durante el embarazo de sus primeros hijos.

Seguilas en @mamasrealesblog o en la web mamasrealesblog.com

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