Mamá estimula: adultos tradicionales, adolescentes, inseguros y “aliados”

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adulto rezonga

CON LOS HIJOS

Claudia Guimaré advierte que forma tradicional de ser adulto, no se ajusta a las nuevas expectativas de respeto, de dignidad y de valor de la condición de persona de los niños, niñas y adolescentes.

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Padres y madres “autoritarios” en extremo que delimitan la cancha de sus hijos centímetro a centímetro, o padres y madres “amigos” de sus hijos a quienes les es imposible poner límites.
Parecería ser que entre estos dos extremos se ubican hoy todos los padres y madres del mundo, una disyuntiva que hace décadas atrás —no muchas—, hubiera sido impensable en una época en la que la autoridad y el verticalismo imperaban sin cuestionamientos y donde el adultocentrismo no era UNA forma de comprender el mundo, sino LA FORMA.

En la columna anterior (que puedes leer aquísi te la perdiste), charlamos sobre esta mirada adultocentrista y sus implicancias: en este modelo, los adultos son la medida del ser humano y niños y adolescentes, son ciudadanos de segunda sin voz ni voto.

Esta mirada hoy nos parece irrespetuosa, sin empatía y que conlleva a la larga a una enorme falta de comunicación y confianza de los chicos para con sus padres.

Los adultos tenemos incorporada una forma “especial” de comunicarnos con los niños que, a simple vista puede parecer inocente, cariñosa, protectora, pero que cuando se la mira al trasluz puede parecer también irrespetuosa, egocéntrica y falta de empatía.

Esa vocecita forzada y aguda para hablarles y explicarles todo más lento, de forma casi condescendiente, esa palmadita “graciosa” o esa cosquilla sin permiso, esa caricia en la cabeza que le desordena todo el pelo a ese niño que acaban de presentarnos, y si el chiquito “pone cara”, ahí va el chistecito sobre su mal humor, porque no aguanta una broma, etcétera, en lugar de la disculpa por incomodarlo o hasta burlarnos de alguien a quien recién conocemos.

Ni que hablar de ese reclamo de besos y sonrisas aún de gente desconocida o incluso esa atribución del derecho de bromear sobre ellos, delante de ellos, cuando lloran, se sienten mal o se mandaron alguna macana.

Si recibiésemos esas actitudes de otro adulto, seguramente nos indignarían sin embargo consideramos tenerlas con un niño o niña, están bien, que no pasa nada. Pero sí sucede. Pasa que nos acostumbramos a tratar a los niños de manera diferente a como lo hacemos con los demás adultos, pero en formas en las que no siempre salen ganando por ello.

Del cariño a la condescendencia hay un paso, como lo hay del mimo a un toque incómodo, aún cuando las intenciones sean las mejores. Esa es la mirada adultocentrista.

En esta mirada, los adultos pueden tratar a los chicos y chicas de forma más socarrona, más burlona, más autoritaria, más rezongona, o más dura, sencillamente porque podemos.

¿Cómo quebrar entonces con la inercia del paradigma adultocentrista y criar desde una perspectiva respetuosa, donde consideremos a los niños y niñas como semejantes nuestros en términos éticos, sin olvidar por supuesto las diferencias y asimetrías reales y necesarias que tenemos con ellos?

Lo primero que tenemos que entender es que la forma tradicional de ser adulto, ya no se ajusta a las nuevas expectativas de respeto, de dignidad y de valor de la condición de persona de los niños, niñas y adolescentes.

“Las cosas ya no son como antes para los adultos, explican expertos de Unicef Chile en su manual “Superando el adultocentrismo”. Los derechos de la niñez y adolescencia alteraron el orden de superioridad de los adultos, proponiendo relaciones más igualitarias y poniendo límites a las arbitrariedades de los adultos” señalan, y esto, sumado a otros cambios sociales, culturales y tecnológicos de nuestra época, ha dejado a los adultos desprovistos de referentes de actuación y cuestionados en sus roles.

Parece que hoy, los padres se sienten “más perdidos” en su rol que ninguna otra generación anterior, más llenos de dudas y auto cuestionamientos, pero también, se muestran más reflexivos sobre cómo romper este paradigma y despegarse del modo en que ellos mismos fueron criados.

En respuesta a estos cambios sociales surgen, según Silvia Di Segni Obiols,  autora de Adultos en crisis, jóvenes a la deriva, nuevos tipos de paternidades: los adultos tradicionales, los adultos adolescentes y los adultos inseguros, tres tipos fácilmente distinguibles pero donde ninguno configura un modelo verdaderamente estable y beneficioso para los chicos.

Adultos tradicionales

Para Di Segni, esta categoría engloba a los adultos que repiten los patrones con los que fueron criados, donde los roles de padre y madre en la casa están absolutamente delimitados y donde existe una bajada de línea dura respecto de lo que se puede y no hacer, permitiendo al adolescente tener contra qué y quién rebelarse, pero cayendo en un autoritarismo, al intentar mantener un modelo que actualmente no encuentra eco.

Adultos adolescentes

Son padres abandónicos que creyéndose cercanos en extremo a sus hijos por presentarse como “sus compinches”, “sus amigos”, terminan dejando solos a los chicos, ya que al negarse a ponerles límites, los enfrentan a situaciones o responsabilidades para las que aún no están preparados.

Adultos inseguros

intentan, por un lado, no imitar a sus padres, pero tratan de ocupar el rol adulto (no le rehúyen como en caso anterior) pero a costa de cuestionarse su proceder en todo momento. Temen cometer errores que causen daños irreversibles a sus hijos y buscan ayuda continuamente. Reconocen el valor de los límites, pero desconocen cómo ponerlos, e inclusive en algunos casos extremos, pueden llegar a ser víctimas de maltrato por parte de sus propios hijos o terminar por generar hijos híper-maduros, en un intento de compensar la inseguridad de sus propios padres.

Adultos aliados

En este contexto, surge un nuevo modelo de adulto que ponga fin al adultocentrismo y a los excesos que tanto para un lado o para el otro, ha provocado. Un adulto que plantea un verdadero nuevo modelo de relacionamiento con niños, niñas y adolescentes, donde éstos sean vistos y oídos como un verdadero “otro” y, que al mismo tiempo, puedan educar y coaprender de ellos para trasmitir el conocimiento de sus límites sin anular su personalidad y de esta forma podrán crecer de manera saludable y ejercer sus derechos en forma responsable.

Entender que los límites son necesarios y no dejar de aplicarlos por miedo a ser rechazado por nuestros hijos y estar dispuesto a conversar con ellos sobre los mismos, y sobre todo, a dar los argumentos necesarios para que haya genuina comprensión y no sólo obediencia, asumir que no lo sabemos todo y que para tener autoridad no es necesario mostrarnos como invulnerables o como omnipotentes, admitir nuestras limitaciones, nuestras falencias, nuestros errores y por sobre todo, entender que la ganancia en participación los más chicos en las decisiones que les competen no es una perdida para los adultos sino una gran oportunidad para una relación más igualitaria en términos de valores, (no de responsabilidades) son algunas de las primeras tareas que debemos abrazar si queremos transformarnos en verdaderos aliados en la crianza de nuestros hijos e hijas.

Normalicemos decir, “no sé”, “estas cosas me cuestan”, “tenés razón”, “me equivoqué”, “no lo había pensado desde tu punto de vista”, “gracias por explicármelo mejor” y ni que hablar “gracias por hacerme cambiar mi modo de ver las cosas en este tema” y habremos allanado el camino de la comunicación asertiva, responsable pero sobre todo respetuosa para con nuestros hijos de por vida.

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Claudia Guimaré

Socióloga uruguaya y especialista en marketing y comunicación. Fundó Mamá estimula y desde Argentina, comparte materiales educativos y soluciones para padres. Su comunidad cuenta con más de 330.000 integrantes.

Mirá cómo Mamá Estimula puede auxiliarte en la crianza de tus hijos. Podés leer otras notas de Guimaré acá.

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