Con los hijos
Claudia Guimaré nos explica por qué a veces perder es ganar la principal batalla de la vida: la que libramos contra nosotros mismos, contra nuestro ego, ambición y orgullo.
En el último triatlón de Santander en septiembre pasado, el español Diego Méntrida dejó pasar a su rival, con el que disputaba el bronce, al advertir que éste había equivocado el camino. Así, se quedó sin medalla pero ganó el reconocimiento del mundo entero que viralizó su gesto de inmediato en las redes sociales, como sinónimo del verdadero espíritu deportista. Entre otras cosas, despertó felicitaciones de entidades como la ONU y de artistas como Will Smith. “Me salió así, era lo justo”, dijo simplemente Méntrida.
Actitudes como ésta se viralizan porque demuestran un sentido de la honestidad, del honor, del juego limpio y de la justicia, tan admirables como poco comunes: no cualquiera sabe perder.
Porque existe una enorme diferencia entre ser un perdedor y ser un buen perdedor. “Perdedores” como Mérida demuestran que a veces perder es ganar la principal batalla de la vida: la que libramos contra nosotros mismos, contra nuestro ego, nuestra ambición, contra nuestro orgullo.
¿Cómo se aprende a perder en la infancia y por qué es tan beneficioso para los niños que los padres lo permitamos y fomentemos?
Perder es fundamental para el aprendizaje y el desarrollo emocional. Cuando es bien aprendido en la infancia, brinda al niño las herramientas necesarias para más adelante atravesar otras derrotas de manera sana y constructiva así como para el desarrollo de la resiliencia, es decir, de la capacidad de volver a levantarnos luego de cada caída.
Los padres marcamos el Do.
Por ello lo primero que debemos tener presente es que nuestra actitud en relación a la competencia y a los logros, va a ser el “do” de la escala musical de nuestros hijos.
Si nos ven enfurecernos cada vez que no nos sale algo o enojarnos ante un resultado diferente del esperado, si nos ven amargarnos más de la cuenta por no poder imponer nuestra voluntad en casa o en el trabajo, pues claramente les será más difícil separarse de ese ejemplo para procesar las derrotas de manera diferente.
Ni que hablar si nos ven pelearnos con el árbitro o con los papás de los contrincantes en el partido de Baby Fútbol.
Desdramatizar el error.
Para esto debemos ejercitar el concebir al perder como parte del proceso del aprendizaje, es decir, del ensayo y error. Si pensamos que en realidad perder no es otra cosa que eso, un intento infructuoso y no una derrota definitiva, les acostumbraremos a pensar que “nadie nace sabiendo” así como también que hay cosas que requieren práctica, constancia y esfuerzo y que sólo de esa forma es lógico esperar que las cosas nos salgan.
Este desdramatizar el error es además de fundamental importancia para el fomento de la creatividad en los chicos. Y para ser coherentes con esto, debemos siempre hacer énfasis en el proceso y no en el resultado: premiemos el esfuerzo puesto en la cancha, no en los goles del partido.
La sobreprotección daña.
Ayudarlos a ganar, evitarles situaciones en que puedan frustrarse, hacer todo por ellos, son sólo algunas de las formas en que muchas veces los padres creemos estarlos protegiendo, cuando en realidad, estamos haciendo todo lo contrario: los estamos dejando desnudos, sin armas para poder salir adelante por sí solos en el futuro y por ende, minando su autoestima. Por lo que dejarlos perder es la única forma de que aprendan cómo hacerlo.
Aplaude la actitud
Actitudes como la de Mérida claramente no surgen espontáneamente. Se educan como se educan todos los valores en casa. Y seguro no surgen en niños cuyos padres los burlan o critican cuando no “hicieron todo lo necesario” para poder derrotar al contrincante o porque fueron demasiado buenos y dejaron ganar a otro.
Alábalos cuando sepan perder y sobre todo, cuando prioricen lo verdaderamente importante: el espíritu deportivo, la sana competencia, el respeto y la solidaridad, porque de nada servirán las medallas si más adelante se ufana de aprobar un examen copiando o de ganar un juego haciendo trampa o de obtener mejores notas que sus amigos.
No ejerzas presión
Recuerdo una vez un concierto de fin de año en el que una mamá no paró todo el evento de hacerle señas a su hijito de 5 años para que cantara más fuerte mientras el niño, en el escenario, cada vez se mostraba más cohibido y avergonzado. No se trata de no intentar “empujarlos” para que se animen a hacer cosas, a cobrar protagonismo, a tomar riesgos. Se trata de alentarlos pero a disfrutar del proceso.
Competir es divertido y perder no lo es. No se trata de desconocer la realidad. Se trata de ayudarlos a sobrellevarla. No se trata de prohibirles competir pero sí se pueden tomar algunas medidas para prevenir la competitividad malentendida.
Por ejemplo, fomentando juegos donde al premio accedan todos, que si hay equipos se armen aleatoriamente y su integración se vaya cambiando, al igual que los nombres de los equipos por ejemplo. De esta forma se evitan las rivalidades y se desalientan las comparaciones, esquivando aquella tremenda costumbre de armar los equipos eligiendo a quienes juegan mejor y dejando para el final a los que nadie quiere en su equipo de forma que los chicos no se sientan elegidos o excluidos como si se tratase de un concurso de belleza.
Premiemos las buenas actitudes, seamos estrictos con las reglas, no aplaudamos las “avivadas” y pongamos el énfasis en que todos tengan su turno, su oportunidad, se sientan parte del equipo, disfruten y cuando ganen, premiémosles la empatía para con el rival. Pero sobre todo, asegurémonos que siempre tengan clara una cosa: lo más importante en esta vida para hacer los sueños realidad es perder… el miedo a equivocarse.
La socióloga uruguaya y especialista en marketing y comunicación es la fundadora de Mamá estimula. En el grupo que administra desde Argentina, comparte materiales educativos y soluciones para padres.
Conocé cómo Mamá Estimula puede auxiliarte en la crianza de tus hijos.