Mamá estimula: Educar sin gritos, la quimera posible

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madre e hija

CON LLOS HIJOS

Claudia Guimaré acerca algunas estrategias para que los gritos queden fuera de la crianza, algo que en muchas ocasiones nos puede parecer imposible

Si buscamos en el diccionario la palabra “quimera”, encontraremos dos principales definiciones: “Sueño o ilusión que es producto de la imaginación y que se anhela o se persigue pese a ser muy improbable que se realice”, pero también “Monstruo fabuloso femenino que se representa con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón y que lanzaba fuego por la boca”, algo así como el monstruo al que todas queremos (y alguna vez juramos) no parecernos cuando seamos madres.

Nadie llega a la maternidad anhelando el día en que pueda gritarle a todo pulmón a sus hijos y ponerles castigos y penitencias increíbles, creativas y originales. Por el contrario, nuestra mayor ilusión, y por qué no, convicción, es que seremos pacientes y comprensivas, que sabremos explicar nuestras razones y encauzar sin conflictos la educación de nuestros hijos e hijas.

Que podremos exponer con firmeza y claridad los pros y contras de cada conducta en la que incurran y sobre todo, que podremos hacerles entender, que todo, todo, todo, lo hacemos por su propio bien.

Es más, cuando aún no tenemos hijos, miramos con estupor a otros padres o madres que gritan, rezongan, se desbordan y hacen un papelón en el supermercado, en la sala de espera del médico o en el restaurante, y para nuestros adentros, nos decimos con total confianza que eso, a nosotras, no nos va a suceder.

Y es que como siempre digo, todas somos excelentes madres hasta que tenemos hijos, pero recién ahí es cuando comienza la aventura de descubrirnos a nosotras mismas en ese rol y vaya si la cosa se complica.

Y lo peor de todo, sigue complicándose paulatinamente porque no es lo mismo lidiar con un bebé de meses que con un pequeño de 3 años, pero luego con uno de 6 surgen otras complicaciones, otros planteos, otras respuestas, otras negativas a nuevas responsabilidades que a esa edad ya consideramos deberían poder tener, y vemos con espanto que cuando logramos convencerlos de que los remedios deben tomarse para sentirse mejor, no lo logramos con cuestiones como ordenar los juguetes o ir a la escuela, y más adelante llegan las discusiones por las llegadas tarde de las fiestas o sobre el estudio para los exámenes, porque como dice el refrán, a hijos más grandes, problemas más grandes.

Y es así que, antes o después, de repente, llega el día en que nos desbocamos y decimos algo que suena exactamente igual a lo que casualmente nos decía nuestra madre, y muchas veces, es justo aquello que más nos dolía de ella, y que más juramos no repetir jamás.

Porque todos venimos con nuestra historia a cuestas y como dicen Miriam Tirado, consultora en crianza, y autora de “Límites” y “Rabietas”, entre otros libros, y Alba Castellví, socióloga y coach familiar, “no sólo con nuestra historia personal sino con nuestra historia social, y es una historia con muchos gritos”.

¿Pero cómo cambiar y romper ese patrón? ¿Cómo no perder la paciencia cuando hemos repetido 10 veces las cosas y no hay resultado? ¿Cómo no enojarse cuando estamos además, cansados? Tirado y Castellví proponen 4 consejos para lograrlo:

Órdenes no, juego si

Para estas expertas, el primer error que cometemos los padres nace de desconocer realmente cómo funcionan los niños y creer que porque pueden literalmente entenderlos, podemos comunicarnos con ellos como si fuesen adultos en miniatura.

Pero los niños no prestan atención a aquello que les parece aburrido por lo que por mucho que les expliquemos la importancia de que nos den la mano para cruzar la calle porque pueden tener un accidente, puede que no les apetezca simplemente porque no les interesa y no logran encontrar el sentido de hacerlo o dimensionar el posible peligro.

Sin embargo, dice Tirado, si pruebas a decirle a un niño pequeño que te dé la mano para cruzar este río infectado de cocodrilos saltando de raja en raja en una cebra, seguro se prenderá gustoso enseguida y no cuestionará en lo más mínimo la utilidad de hacerlo.

Cuantas menos órdenes, mejor

Esto no significa, explica Castellví, que estemos recomendando no poner límites y dejar que hagan lo que quieran ni mucho menos, significa invitar a nuestros hijos a crecer de forma libre y responsable.

Educar a alguien para que a futuro sea libre y tome sus propias decisiones, implica darle libertad desde el inicio pero una libertad responsable. Esto significa permitirles tomar ciertas decisiones pero haciéndose cargo de las consecuencias.

El ejemplo más claro de esto, y que practico a diario en casa con mi hija es, en lugar de repetir 10 veces que hay que dejar de jugar y recoger los juguetes para ir a la cama, permitirle que elija que si se queda más rato jugando, no quedará tiempo para leer cuentos antes de dormir.

Pero sobre todo, hay que cumplirlo para que no quede tan sólo como una muletilla que se repite pero jamás se aplica. El niño o niña tiene que entender que hay una consecuencia (lógica, nunca arbitraria) en relación directa a la norma no respetada, que haga sentido. De lo contrario no son consecuencias sino castigo, como sería decirle por ejemplo “si no ordenas los juguetes como te he dicho, este domingo no vas a fútbol”.

No culpabilizarlos

“Es que hasta que no grito no haces caso” Esta es otra mala costumbre que para estas autoras lejos de solucionar el tema, instala por el contrario la idea en el niño o niña de que hasta que no se llega a ese extremo, las cosas no son tan importantes, generándose un espiral sin fin y donde además, se deposita la culpa de nuestros gritos en la conducta de nuestros hijos. Son ellos quienes nos provocan.

No somos nosotros los responsables. ¿Pero quién es el adulto en esa relación?” se pregunta Tirado, “somos nosotros! Nosotros somos quienes debemos dar el primer paso y comprometernos a relacionarnos con nuestros hijos de forma sana”.

Mensajes breves y en voz calmada

Agacharnos a su altura, hacer contacto visual directo y darles un mensaje muy breve en voz baja por el contrario, es, para estas autoras, la forma más adecuada de generar conexión y captar su atención sin frustrarnos todos.

Pero no sin antes hacer un genuino esfuerzo por controlar nuestra ira, respirar hondo, “bajar un cambio” y estar verdaderamente dispuestos a dar el primer paso, a ser el adulto que marca el “do”, el que rompe con su historia, el que crece, el que sana.

En el fondo, gritamos porque perdemos el control y por la impotencia de ver que no contamos con más recursos para conectar con ellos y que comprendan el esfuerzo que estamos haciendo. Pero no podemos olvidar que si nosotros gritamos, les estamos enseñando que para las cosas importantes tienen que gritar.

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Claudia Guimaré

La socióloga uruguaya y especialista en marketing y comunicación es la fundadora de Mamá estimula. En el grupo que administra desde Argentina, comparte materiales educativos y soluciones para padres.

Conocé cómo Mamá Estimula puede auxiliarte en la crianza de tus hijos.

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