Mamá estimula: Paciencia o permisividad; 5 consejos para poner límites sin perder la calma

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madre e hijo

Por Claudia Guimaré

Ni la paciencia es permisividad, ni está reñida con la exigencia. La exigencia con cariño es la clave para no perder la paciencia y educar de forma firme pero amable.

Los adultos solemos confundir la paciencia para con los niños con la falta de límites o con la falta de carácter, pero al hacerlo caemos en una doble trampa que nos hace creer entonces que está bien no intentar ejercerla si no queremos perder autoridad sobre nuestros hijos.

Pero en realidad, paciencia y autoridad no son excluyentes. De hecho un motivo común por el que los padres suelen perder la paciencia es cuando sienten que no están ejerciendo una genuinaautoridad sobre sus hijos, cuando los límites fallan o no existen.

Ser pacientes y firmes a la vez es posible, pero hacerlo exige de verdad un enorme grado de autoconocimiento y autocontrol, cuya necesidad se vuelve evidente con la llegada de los hijos, cuando nuestra paciencia es puesta verdaderamente a prueba. Y es así que esos pequeños grandes espejos ambulantes, cuando llegan, nos devuelven una imagen de nosotros mismos que quizá no esperábamos, o que no siempre nos gusta, abriendo una compuerta a una dimensión desconocida: nuestra propia emocionalidad.

Pero si tener paciencia no implica no saber poner límites, tampoco es sinónimo de permisividad. Repetir las cosas millones de veces sin obtener resultados, “estirando” las disputas con los chicos eternamente en un desgaste inútil e ineficaz, hasta que se cansan o nosotros “aflojamos” por cansancio no es tener paciencia. Eso es ser permisivo. Y muchas veces es esa permisividad, malentendida como “mucha paciencia” la que nos hace terminar explotando.

¿Cómo reconocer si estamos siendo pacientes o permisivos?

La respuesta está en los modos pero también en los resultados.

Paciencia es la actitud que nos permite enfrentar contratiempos en pos de algún bien futuro. Permisividad en cambio, es no ofrecer resistencia a algo perjudicial. Es decir, en el primer caso, esperamos firmes por un devenir mejor, en el segundo, permitimos que aquello que no queremos que pase, termine pasando.

Cuando le repetimos una y mil veces algo a nuestros hijos sin que nada suceda hasta que terminemos dando por perdida la batalla, estamos siendo permisivos. Paciencia en cambio, es tener el autocontrol suficiente para explicarle de manera amable pero firme, una vez más, la regla que se está infringiendo, pero deteniendo la conducta inapropiada, alcanzando el resultado.

Para esto, aquí te compartimos cinco consejos que pueden ayudarte a ejercer la paciencia en casa.

1- Se repite la regla, no el pedido.

Los niños aprenden a base de repetición y más, cuando se trata de aprender hábitos de comportamiento. Y los hábitos, son lo más difícil de adquirir y ni que hablar de modificar. Por ello, hay que estar preparado y predispuesto para repetir las reglas tantas veces como sea necesario. Pero repetir las reglas, no las suplicas.

Es decir, no se trata de pedirle 18 veces que recoja sus juguetes. Se trata de pedirlo una vez y al hacerlo, volverle a explicar la regla que hay detrás, es decir, el por qué juntarlos. Por ejemplo “habíamos acordado que después de jugar debemos guardar los juguetes” y ahí, encargarnos de que se cumpla.

2- Reglas y consecuencias claras

Pero para ello, hay que tener las reglas y las consecuencias acordadas desde antes. Es importante que a medida que los chicos crecen, vayamos identificando las nuevas situaciones que generan estrés en el hogar, y vayamos marcando las reglas acordes, para intentar evitar que esos momentos se vuelvan permanentes. Si uno conoce la regla y la consecuencia de romperla, es más fácil que evalúe dos veces antes de hacerlo.

Hacer que las reglas se cumplan, implica necesariamente que haya una consecuencia directa de no hacerlo. Pero consecuencia no es lo mismo que castigo, por lo que cuando planteamos las reglas, debemos ser muy precisos (y a veces creativos!) para que la consecuencia afecte al niño en algo que realmente le importe pero que esté estrechamente vinculada a la regla incumplida.

Por ejemplo, si la regla es que los juguetes deben juntarse, no nos vamos a ir a dormir hasta que eso suceda, y cuanto más se demore en juntarlos, menos tiempo le quedará para que le leamos cuentos antes de dormirse. Esa es una consecuencia directa. Decirle que si no lo hace no habrá helado en cambio, es un castigo, no una consecuencia.

3- Reconocer nuestras propias emociones

Para poder marcar límites de manera efectiva, con firmeza pero con aplomo y respeto, necesitamos poder conectar realmente con nuestros hijos, y esto es imposible si estamos desregulados. La mejor forma de no perder la calma, es poder identificar el momento exacto en que estamos comenzando a perderla, y para ello, necesitamos aprender a reconocer nuestras señales corporales cuando sentimos literalmente que “nos sube la temperatura”.

Para algunos será una postura corporal como llevarse las manos a la cara, o a la cintura, o rascarnos la nuca, entornar los ojos, para otros decir una frase de muletilla, etc… Yo por ejemplo he descubierto que me rasco la ceja izquierda! Detecta tus propias señales y tómate unos minutos para frenar “la erupción”. Si es necesario aléjate de los chicos un instante, respira hondo, cuenta hasta diez o incluso diles honestamente lo que te pasa y que te tomas unos minutos para regularte. De esta forma, evitarás que tus emociones se apoderen de ti y te hagan perder el rumbo de lo que realmente les quieres decir y del modo en quieres decirlo, y de paso, les estarás enseñando con el ejemplo, a leer sus propias señales y a hacer lo mismo, puesto que de padres pacientes, niños pacientes.

4- Sé sincero.

A veces “andamos de mecha corta” y estamos más predispuestos a perder la calma rápidamente por problemas nuestros que nada tienen que ver con ellos. Los chicos tienen un detector de nuestros estados de ánimo por lo que decirles “no me pasa nada, son cosas de grandes y punto” no es la mejor respuesta.

Mucho mejor (para ellos y para nosotros) es decirles la verdad, explicarles que estamos enojados o tristes porque alguien fue grosero con nosotros en el trabajo y nos dolió muchísimo, por ejemplo. Y que por ello estamos más molestos. De esta forma, no sólo estamos dejándoles claro que no son ellos el origen de nuestro mal humor, sino que nos lo recordamos a nosotros mismos. Pero lo mejor, es que estas charlas suelen provocar una seguidilla de preguntas de parte de los peques que son una excelente oportunidad para trabajar con ellos la inteligencia emocional y hasta a veces, nos ayudan a calmarnos, al poner en perspectiva las cosas y a propiciar el diálogo en familia.

5- Pide perdón

Cuando pierdes los estribos y gritas o dices cosas hirientes, cuando tiras ironías al aire que alguien atrás tuyo seguro recoge… retrocede, confiesa lo que realmente te angustia o duele, pide perdón por tu reacción, reconoce que no estuvo bien y es más, aclárale a tu hijo que no está bueno que tolere a futuro esas frases de nadie.

Explicar es una forma además de trabajar la empatía porque los niños entienden mucho más de lo que solemos darles crédito y que entiendan cómo nos sentimos, y por qué a veces reaccionamos como lo hacemos, nos acerca y muestra como seres humanos de carne y hueso.

Poner límites con firmeza y con paciencia, es un arte que se aprende lentamente, a través de la prueba y el error y sobre todo, de mordernos la lengua y respirar hondo muchas muchas veces. Lo importante es recordar que, en palabras de Tyna Bryson (coautora junto con Daniel Siegel del best seller de crianza, Disciplina sin lágrimas), “si quieres ser un puerto seguro para tus hijos, no puedes convertirte en una tempestad”.

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Claudia Guimaré
Claudia Guimaré

La socióloga uruguaya y especialista en marketing y comunicación es la fundadora de Mamá estimula. En el grupo que administra desde Argentina, comparte materiales educativos y soluciones para padres.

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