Con los hijos
Los límites cuidan y por ello son indispensables para que los chicos aprendan a entablar relaciones saludables. No confundamos poner límites con ser autoritario o educar a base de amenazas y castigos.
Aprender a poner límites a los chicos suele ser una de las tareas más complicadas, agotadoras y por momentos angustiantes para los padres.
Pero por mucho que nos agobie esta tarea, sabemos que no hacerlo es condenarlos a la fragilidad y a la falta de empatía, porque tarde o temprano, encontrarán límites en el mundo que los rodea y en las personas con las que entablen trato, y no sólo no entenderán qué pasa, sino que sufrirán por no poder dominar sus propios actos o entender sus consecuencias.
Por el contrario, un niño que conoce sus límites claramente, es un niño que se siente cuidado y se maneja seguro en el mundo. Puede que no le agraden algunos de ellos, que los cuestione, que incluso los desafíe, pero lo que no puede es dejar de reconocer (si estos están claros y bien impuestos), que quienes se los han marcado, lo han hecho por su propio bien, porque los verdaderos límites cuidan, no prohíben y sobre todo de pequeños, nos ayudan a movernos en el mundo con tranquilidad, entendiendo hasta dónde podemos llegar.
Poder o autoridad
Pero tan negativo como la ausencia de límites, es el exceso de éstos, y por sobre todo el confundirlos con autoritarismo y abuso de poder.
Autoridad y poder no son lo mismo. Uno tiene poder de hecho sobre sus hijos sobre todo cuando son pequeños, sencillamente porque ellos dependen de nosotros para absolutamente todo. Por ende, nosotros como adultos podemos usar ese poder para determinar cuándo y qué come el niño, a qué escuela va y a la casa de qué amigos, qué juguetes tiene o qué ve en la tele y por cuánto rato.
Pero tener genuina autoridad sobre alguien, no es simplemente aprovecharnos de nuestra situación de ventaja en la relación, de la total dependencia del otro y del no tener que dar cuenta a nadie de nuestras decisiones tomadas “por su bien”.
Autoridad en cambio, es que el otro acepte nuestras decisiones aun cuando no esté de totalmente acuerdo, porque nos respeta y confía en nuestro criterio.
¿Qué sucede cuando alguien ejerce su poder sobre nosotros pero no tiene genuina autoridad? Pues que le respetamos a regañadientes pero sólo cuando nos vemos obligados a ello o cuando está presente y observándonos. Pero ni bien desaparece la persona, desaparece el límite y su obediencia.
Se dice que un buen jefe es aquel que gobierna con firmeza aun cuando no está presente. Lo mismo sucede en casa. Cuando tenemos genuina autoridad, cuando los límites están claros y han sido verdaderamente internalizados por los chicos, se cumplen aun fuera de nuestra vista mientras que marcar límites a base de golpes, castigos, penitencias, amenazas o incluso chantajes, no solamente es agotador sino también cortoplacista, porque no genera un aprendizaje real en el niño y termina por generar más rebeldía y hasta falta de respeto.
Por ello, para que los límites sean genuinamente internalizados y respetados, y para que nosotros como padres seamos vistos como fuentes de autoridad y respeto (y no solamente figuras que infunden miedo y que imponen sus caprichos a voluntad abusando de nuestro poder sobre nuestros hijos) debemos imponerlos pero desde el respeto y con amabilidad, con firmeza pero con empatía, involucrando al niño tanto en el establecimiento de las reglas de convivencia como en las consecuencias de sus acciones.
Hacelos partícipes
No cabe duda que todos obramos mejor en consonancia con cualquier regla si la entendemos y si de alguna forma estamos de acuerdo con ella.
Claramente esto es más difícil cuando son muy pequeños, pero cuando ya tienen 5 o más años por ejemplo, se les puede y debe involucrar en la toma de decisiones respecto a los límites, negociando en el buen sentido y haciéndoles sentir parte importante de las decisiones que se tomen respecto a ellos.
Dar explicaciones no te hace ver débil
Para esto, es fundamental explicarles de forma simple pero firme el porqué de los mismos y que intentemos establecer con ellos los sí y los no, explicando muy bien los por qué. No es porque yo lo digo sino porque te puedes lastimar, porque eso lastima a otras personas, porque eso se puede romper o porque ahora no es el momento porque no tenemos tiempo o los recursos para hacerlo etc.
Debemos sacudir de nuestras cabezas la vieja máxima de que los padres no debemos dar explicaciones a nuestros hijos y entender que al hacerlo, no perdemos autoridad sino todo lo contrario, perdemos autoridad cuando nos imponemos a la fuerza y no explicamos nuestras razones claramente, cuando carecemos de argumentos.
Elige tus batallas
Los límites deben ser pocos y sobre todo deben ser lógicos. Si todo es un "no" permanente, si tenemos más reglas en casa que pelos en la cabeza, puede que sólo consigamos atosigar a nuestros hijos con mandatos de todo tipo y al final, los importantes, se terminen perdiendo.
Pregúntate si es realmente tan indispensable marcar ese límite, si es realmente tan importante que se haga así y no de otra manera, si es realmente racional lo que estás pidiendo.
Por supuesto algunos límites serán innegociables, sobre todo aquellos relacionados con la seguridad, pero seguro en muchos otros descubriremos que nuestros límites están más en consonancia con nuestra voluntad que con la lógica. Los niños pueden ser nuestros maestros si los dejamos serlo. Y muchas veces podemos caer en la cuenta que estamos exigiendo cosas sólo porque así nos las hacían hacer nuestros padres de pequeños, o porque nos queda más cómodo o porque sí nomás, por lo que está bueno dejarse cuestionar cada tanto para flexibilizarnos.
Consecuencias, no castigos
No hay mejor forma de que entendamos las consecuencias de nuestros actos que cuando las vivimos en carne propia. Pero los adultos solemos confundir con facilidad consecuencias con castigos.
Dejar que un niño sufra una caída “para que aprenda a no subirse ahí” claramente no va de la mano con una crianza respetuosa. Pero castigarlo con no ir a fútbol el domingo porque no se quiere acostar en hora, tampoco. Porque seamos francos ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? O acaso cuando discutimos con nuestra pareja le decimos “ahora no te regalaré nada en tu cumpleaños”?
Por el contrario, si el castigo es la consecuencia en sí misma del hecho, se entenderá mucho mejor la razón por la que le decíamos que actuara o no de tal manera en primer lugar. Por ejemplo, “si no nos acostamos ya, no podrás levantarte para ir a fútbol mañana, o no tendremos tiempo para leer cuentos” etc.
No siempre será fácil encontrar una consecuencia directa de sus actos que nos sea razón suficiente para convencerlos, pero a veces, justamente esto, es lo que nos alerta sobre uno de esos límites no tan racionales que en realidad pudiéramos ahorrar.
Usa lenguaje positivo
Álvaro Bilbao dice “si te digo que no pienses nunca más en un perro verde nadando, ¿tú qué haces? Piensas en el perro verde nadando enseguida! Pues imagínate qué sucede en el cerebro de un niño cuando le pides que no haga algo. Teniendo en cuenta, además, que para ellos es aún es más difícil descifrar una frase larga que comienza con una negación”.
Pero además cuando todo es "no", el "no" se devalúa y termina por perder efecto. Por ello, es muy útil ensayar abandonar paulatinamente el "no", intentando reemplazarlo por una versión positiva de la misma idea. Es decir, en lugar de plantear qué no puede hacer, plantea lo que sí puede. Por ejemplo en lugar de “no golpees tu juguete, no ves que lo vas a romper?” puedes decir “cuanto mejor trates a ese juguete, más durará y más tiempo podrás jugar con él” etc.
Reparación sí, humillación no
Hay una enorme diferencia entre exigirle a un niño que pida disculpas a alguien a quien lastimó física o emocionalmente e intentar que sienta él también en carne propia el dolor infligido al otro. No se trata de educar en el ojo por ojo, diente por diente, sino en que aprendan a disculparse pero porque les hayamos ayudado a ponerse en la piel del otro y entender de verdad cómo se sintió el afectado, y al hacerlo, le estaremos enseñando humildad y empatía al mismo tiempo.
Y lo más importante, si se disculpa de corazón, felicítale, aun si todavía estas molesto o enojado. Las emociones positivas educan más y mejor por lo que tu reconocimiento por haber hecho lo correcto le quedará grabado con mucha mayor intensidad que la vergüenza de lo hecho antes.
Y recuerda, una crianza respetuosa no se trata de nunca decir no. Se trata de hacerle entender a nuestros hijos que un no debe respetarse y que no es el fin del mundo.
La socióloga uruguaya y especialista en marketing y comunicación es la fundadora de Mamá estimula. En el grupo que administra desde Argentina, comparte materiales educativos y soluciones para padres.
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