CON LOS HIJOS
Enseñar a nuestros hijos a calmarse y controlar las conductas que desplieguen cuando los invada una emoción, es fundamental para criar hijos emocionalmente inteligentes.
“Así no se puede hablar contigo!” “Cuando te pones así, no te quiero” “Mira qué feo que quedas con esa cara de enojado!” “Si sigues así te vas a tu cuarto en penitencia” “Primero cálmate y después hablamos”. ¿A quién no se le escapó alguna vez una de estas frases? ¿O cuántas veces las escuchamos nosotros de boca de nuestros padres o maestros?
Imagina ahora que te pasa algo que te hace estallar, que te remueve todo por dentro, al punto que no logras controlar tus emociones, lloras, quieres gritar, nada te consuela. Sabes que no logras mejorar nada poniéndote así y no quieres sentirte de esa manera pero realmente no puedes dejar de hacerlo.
Imagina ahora que la persona que tienes más cerca es quien además más te quiere y mejor te entiende. Una de las que más te ama y más se preocupa por tu bienestar. Imagina que cuando te ve en ese estado, se te acerca y con mala cara y peor voz te dice “cálmate que así no quiero hablar contigo” y se aleja. Pues eso es lo que sienten los niños cada vez que un adulto les dice estas frases cuando están desregulados. ¿Y sabes qué? Un niño desregulado no puede regularse sólo. Necesita ayuda. “Esa vieja técnica de irse de su lado para que el niño se recomponga sólo, dice Álvaro Bilbao, sólo consigue que el niño se sienta abandonado por la persona a quién más necesita”. Y en el momento en que más lo necesita.
Porque es en ese momento justamente cuando nuestros hijos más nos necesitan. Necesitan la ayuda de alguien que tenga más madurez y más control de sus emociones. Porque esto se aprende a lo largo de la vida pero en los primeros años, es prácticamente imposible de lograr porque desde lo biológico mismo el cerebro del niño no está preparado para lograrlo por sí solo.
¿Por qué? Porque como explica, Rafael Guerrero Tomás, Psicólogo y Doctor en Educación y autor del libro “Educación emocional y apego”, cuando la rabia se apodera del niño, se activa su “cerebro emocional”, en concreto, las amígdalas cerebrales, y es ahí cuando se dispara la “pataleta”. A este fenómeno se le conoce como el secuestro de la amígdala ya que es esta estructura cerebral la que toma el control del comportamiento del niño, liberando cortisol y adrenalina, lo que le impide “pensar” y hace que se muestre en extremo emocional y sin capacidad de hacerse cargo ni de sí mismo ni de la situación, y llora, patea, golpea, etc.
Ahora bien, las emociones como tales, son involuntarias e inconscientes y por ende incontrolables y por esto es que siempre decimos que no hay emociones buenas y malas. Hay emociones y punto. Y no debemos reprimirlas ni pedirle a un niño que las reprima jamás. Por el contrario, debemos ayudarlos a identificarlas para recién luego poder entender qué hacer con ellas. Pero si la emoción no se puede controlar, lo que sí podemos controlar es la conducta asociada a ella, y eso es lo que debemos enseñarle a nuestros hijos. ¿Cuándo? Pues cuando lo precisan. Cuando están “secuestrados” por estas emociones que se apoderan de ellos y no los sueltan.
Una cosa es querer darle un golpe a alguien y otra muy distinta dárselo. Pero para lograr esa disociación, el cerebro ejecutivo (el responsable de las acciones voluntarias y conscientes) ya tiene que estar maduro, y éste, madura más tarde que el emocional.
Cuando educamos a nuestros hijos a calmarse, estamos educando su cerebro ejecutivo. “Ese, es el único cerebro que se aprende, y que por tanto se enseña, dice Guerrero Tomás, en oposición a los demás, que son automáticos, inconscientes y reactivos. Los padres somos los principales encargados de moldear y construir ese cerebro ejecutivo, clave para hacer personas sensibles, autónomas, capaces de solucionar conflictos, emocional y socialmente inteligentes, resilientes y con buena autoestima. Somos los arquitectos de los cerebros de nuestros hijos, sostiene este autor, tanto para lo bueno como para lo malo”.
Es por ello que ante un desborde del niño, debemos quedarnos junto a ellos, ofrecerles nuestro abrazo y consuelo, aun si estamos muy enojados con ellos. Porque es ahí cuando necesitan entender qué les pasa y para ello, nos precisan a su lado como traductores momentáneos, como anclas que ofrezcan estabilidad en medio del maremoto, para que les enseñemos a transitar por esas aguas turbulentas y para que sepan que cuando las cosas se ponen difíciles, siempre estaremos con ellos.
Lo importante es intentar autoregularnos nosotros mismos antes de regularlos a ellos. Esa es la base para poder ofrecerles seguridad. Recordar que no nos lo está haciendo a nosotros, que se lo está haciendo a sí mismo y que se siente mal por ello. Y que utilizar ese momento doloroso para clavar el dedo en las costillas, comparándolo con sus hermanos o con nosotros mismos de pequeños para hacerlo salir perdiendo, es sólo otra forma de humillación que aleja y lastima, pero jamás ayuda ni educa.
Debemos ser capaces de enojarnos pero sin jamás perder el respeto, de forma de enseñarles que enojarse o frustrarse es inevitable, pero cómo nos comportemos en dichos momentos es opcional y sólo depende de nosotros. Que vean que es posible decir no sin gritar, sin pegar, sin herir, sin denigrar, y que ése sea su ejemplo. Y esto no es posible si nosotros mismos estamos desregulados.
¿Y qué pasa si no logramos calmarnos? Por más claro que tengamos todo esto, no siempre podemos calmarnos y “nos salta la térmica” y si bien no es lo mejor, tampoco es el fin del mundo.
Lo importante es que podamos expresarle lo que sentimos y admitir nuestro enorme enojo y quizá plantearles que necesitamos calmarnos juntos. Quizá, podamos decir que ese no va a ser el mejor momento para que charlemos de lo que pasó y que lo hablaremos luego. Pero nunca ni por un segundo castigarlo con nuestro abandono cuando ya de por sí se siente abandonado a su suerte en un mar de turbulencias que lleva dentro y que no puede aplacar por sí sólo. Cuando hablamos, les estamos enseñando a hablar. Cuando reaccionamos, les estamos enseñando a reaccionar, y como dice la escritora y activista Maya Angelou, “tus hijos olvidarán tus palabras, pero no lo que les hiciste sentir en ese momento”.
Necesitamos ser la calma en su tormenta. El puerto seguro en el que puedan guarecerse del temporal y desembarcar de su malestar. Y recuerda que como dice Rosa Jové, la psicopediatra española especializada en antropología de la crianza, “a los niños hay que quererlos más cuando menos parezcan merecerlo, porque es cuando más lo necesitan”.
La socióloga uruguaya y especialista en marketing y comunicación es la fundadora de Mamá estimula. En el grupo que administra desde Argentina, comparte materiales educativos y soluciones para padres.
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