A mediados de enero, emigramos. Llegamos a esta pequeña ciudad costera del departamento de Canelones que conserva aún sus playas vírgenes de acceso a pie por la costa. En Uruguay, el acceso a las playas es libre. No se ven balnearios, pasillos de carpas, ni grandes hoteles con playas privadas y los vendedores ambulantes trabajan tranquilos.
Estacionamos sobre un acantilado, entre la combi de Raúl y el camper de Teresa y Ricky. Quince días con vista al mar junto a una comunidad de jubilados. Parece que el acantilado es el lugar de encuentro de estos sesentones largos que, sin agenda, rodantean la costa uruguaya en verano.
Llevamos veinte minutos de caminata por la playa esquivando aguas vivas, a la hora en la que todo se tiñe de color ocre y dorado. Arena, arena y más allá, arena bañada por el Río de la Plata. Seca, blanca, fina y tibia. Estamos en un balneario con mucha forestación salvaje y altos barrancos. Dicen que Pablo Neruda se hospedó aquí una temporada.
Antes de acelerar súbitamente el paso, Oli y Simón sacan sus bitácoras de las mochilas y esbozan unos dibujos y algunas letras. Oli, Oli, Oli. Es igualita a la foto del libro de papá.
A nuestra izquierda, el mar verde con poco oleaje. En el horizonte, el atardecer. Y, hacia la derecha, en medio de un pequeño bosque de pinos nativos, sobre un acantilado, podemos ver la construcción de piedra. Cabeza de águila y cuerpo de delfín. Una zigzagueante escalera de madera y juncos nos permite el acceso desde la playa a este extraño monumento edificado en 1945, en Atlántida. Esta pequeña ciudad costera es considerada la capital turística de la Costa de Oro, por su vida nocturna y cultural.
Los enormes ojos del “Nido del Águila” o “la casa del Águila” son las ventanas de la sala de estar. No podemos entrar. Se encuentra cerrada. La quimera, esta obra donde actualmente funciona un centro de exposiciones y eventos, fue confeccionada por Juan Torres en la década del 40 y perteneció al italiano Natalio Michelizzi.
Dos versiones circulan sobre el origen de El Águila. La primera es que se ideó como una gruta para la Virgen. La segunda tiene connotaciones históricas nazis. Un águila sobre un acantilado, en 1945, post segunda guerra mundial, en una zona de conocidos desembarcos. Es un hermoso paseo para realizar a la hora el atardecer. Una caminata única por arena tibia, rodeados de vegetación autóctona. Un momento para agradecer.
Extracto del libro "No siempre fuimos nómades!, de Sofi Solari Adot.
Sofi Solari Adot
Sofi es escritora y mamá de Olivia y Simón. Tiene una vida sobre ruedas junto a su familia @losfeippe. Es autora de la novela autobiográfica “No siempre fuimos nómades” y dicta el taller on line “Las palabras también importan”.
Podés seguirla en Instagram como@sofisolariadot y @losfeippe