Hacía rato que habíamos dejado de contar los atardeceres tras la viña, las excursiones al monte o las liebres. Eran cosa de todos los días. Así como el omnipresente frío que nos invitaba a remolonear bajo las tres mil mantas sin percibir los amaneceres. Los días transcurrían y se disipaban con naturalidad como la niebla cuando salía el sol.

La niebla y la humedad formaban parte de la banda del frío. Un trío inseparable en aquel otoño tras la viña.

No recuerdo el motivo, pero aquel día el despertador sonó temprano. Cuatro narices rojas asomaron tras el horizonte de las frazadas de polar. Preparamos tecitos dulces para los pequeños, mate para Mauri y cafecito para mí. Con el cuerpo templado, medias gruesas, botas de goma y mantas de sobretodo, bajamos del motorhome. La niebla era una gran masa que impedía la visión a más de un metro de distancia.

“¡Entremos en la niebla!”, dijo alguno. Supongo que Simón, el más atrevido de los cuatro.

De la mano y con un poco de miedo, comenzamos a caminar hacia el inmenso baño de vapor. La helada había congelado las flores y las telas de araña. Había cientos de ellas, de todos los tamaños. Pudimos observar la perfección de sus tejidos. La belleza de la geometría de la vida salpicaba el terreno de pastizales aún sin arar. Las gotas de rocío, que se apoyaban apenas en las hojas de los pinos y las telarañas, reflejaban pequeños arco iris. La escarcha dibujaba nuestras huellas al pasar. Nuestros alientos se fundían con el frío.

Toda una vida -invisible a la luz del sol- brillaba como pequeños faros en la inmensidad de la neblina.

Cuando pensamos que no hay nada, hay un mundo entero.

CONOCÉ A NUESTRA COLUMNISTA

Sofi Solari Adot

Sofi es escritora y mamá de Olivia y Simón. Tiene una vida sobre ruedas junto a su familia @losfeippe. Es autora de la novela autobiográfica “No siempre fuimos nómades” y dicta el taller on line “Las palabras también importan”.

Podés seguirla en Instagram como@sofisolariadot y @losfeippe