CON LOS HIJOS
En su columna semanal, Claudia Guimaré habla sobre el comportamiento del hijo más pequeños de los duques de Cambridge que captó la atención de todos la pasada semana.
La semana pasada, un evento real se llevó las primeras planas de los periódicos de todo el mundo: elJubileo de los 70 años de la Reina Isabel II de Inglaterra en el trono, actualmente la monarca viva más longeva del mundo y que está a dos años de coronarse también como la monarca con más años de reinado de la historia (puesto que hoy ocupa aun Luis XIV de Francia, el Rey Sol).
Pero si hay algo que se robó por completo la atención de la prensa en dicho evento, fue el berrinche del príncipe Louis, el hijo menor del príncipe William y Kate Middleton, en el que se lo nota verdaderamente harto de la situación y no quiere ni escuchar a su madre intentando calmarlo e incluso le hace burlas y gestos mientras tanto.
Miles de artículos han aparecido en diarios y revistas del mundo, cientos de noticieros y programas de televisión y radio han abordado el tema e infinidad de videos que mostraban el momento exacto en que el pequeño Louis “se portaba mal”, inundaron YouTube y generaron millones de vistas, dividiendo las aguas entre quienes sostenían “tan sólo tiene 4 años!” y quienes (en su mayoría), criticaron no sólo el comportamiento del pequeño sino también a su madre por cómo manejarlo, parándose en la vereda de enfrente, la de la condena de la situación. ¿Por qué?
Pues para empezar porque a nadie le gusta ver berrinches ajenos y la única cosa peor que tener que ser testigo de uno, es que sea tu hijo o hija el que lo haga y tú, la que sea observada (ni que hablar, filmada para la posteridad y transmitida en vivo ante millones de espectadores) al intentar controlarlo.
Por un lado, solemos pensar que la forma en que los niños se desregulan en público es una clara muestra de cómo se desregulan en privado, donde imaginamos la cosa debe ser mucho peor, y por ende, de inmediato concluimos que es un indicador inequívoco de falta de límites y de una crianza demasiado permisiva que termina generando niños intolerantes a la frustración y sencillamente malcriados.
Por el otro sin embargo, el 99% de las madres y padres del mundo, en algún momento de sus vidas ha pasado por alguna situación del estilo, aun si no consideran en absoluto que sus hijos sean unos malcriados, maleducados, faltos de límites o incapaces de ningún autocontrol. ¿Entonces?
Entonces, lo primero que necesitamos hacer es intentar ponernos en los zapatos de un niño de tan sólo 4 años que se ve forzado por las circunstancias a comportarse como un adulto e intentar mostrarse calmado e incluso interesado, en un evento de y para adultos, que en realidad no le interesa, le aburre y ni siquiera le permite moverse durante horas, mientras sus padres, también debido a las circunstancias del momento, se ven imposibilitados de poder simplemente levantarse e irse con él a otro sitio para entretenerlo o calmarlo y quienes además, no pueden actuar “normalmente” debido al escrutinio al que están siendo sometidos en ese momento. Algo así como multiplicar por mil el estrés que siente cualquier padre o madre cuando su hijo hace una pataleta en el supermercado ante la mirada crítica de quienes lo rodean.
¿Significa eso que todos los modos de reaccionar de los chicos en esos momentos son válidos y deben ser permitidos sin más? Por supuesto que no. ¿Qué hacer entonces?
1. Entenderlos.
Antes que nada, nosotros, como adultos infinitamente más entrenados y capaces de controlarnos en situaciones estresantes, necesitamos recordar que los niños, cuanto más pequeños son, tienen una mucho menor capacidad de autocontrol y de autorregulación de sus emociones. Esa frase tan mentada de que “las emociones se apoderan de nosotros” es absolutamente cierta, sobre todo en los más pequeños, en quienes se activa el “cerebro emocional”, o más precisamente las amígdalas cerebrales (como explica Rafael Guerrero Tomás, Psicólogo y Doctor en Educación y autor del libro “Educación emocional y apego”) tomando el control de su comportamiento, liberando cortisol y adrenalina, lo que le impide al niño “pensar” ni hacerse cargo ni de sí mismo o de la situación, y ahí es cuando entonces llora, patea, golpea, etc.
2. Autocontrolarnos.
La vergüenza o el fastidio pueden apoderarse de nosotros en esa situación, con la misma velocidad y facilidad que la rabia de lo ha hecho de nuestro hijo y como sabido es que un adulto desregulado no puede ayudar a un niño desregulado, necesitamos tomarnos un minuto para respirar profundo y entender lo que está sucediendo y lo que puede pasar. Si dejamos que las emociones se apoderen también de nosotros y nos enojamos, les gritamos, les amenazamos etc, lo único que estaremos haciendo es empeorar la situación. Y si nos cuesta controlarnos, ahí tenemos la mejor prueba de lo mucho más que le debe estar costando a nuestro hijo o hija, razón de más para intentar entenderlo. Si es necesario hasta podemos alejarnos unos minutos para poder despejar nuestra cabeza, pero necesitamos tener bien presente que nosotros seremos el agua o el kerosene que arrojemos a esa hoguera y si queremos lograrlo, necesitamos hacer un enorme esfuerzo por olvidarnos del entorno por mucho que nos presione, porque lo más importante en ese momento es y debe ser ayudar a nuestros pequeños, y no, tener una salida rápida que no ayude y de la que incluso después nos arrepintamos, tan sólo por satisfacer al escrutinio ajeno. Al fin y al cabo y por suerte no somos la futura reina de Inglaterra y tampoco es que vamos a salir en todos los diarios.
3. Contenerlos
Antes de hablar, es necesario que los calmemos, puesto que de lo contrario, no habrá palabra que les llegue y haga efecto. Alejarnos brevemente del lugar en que nos encontremos es la mejor solución para poder empezar a desarmar el berrinche lentamente. Abrazarlos aun cuando estemos fastidiados y aun cuando en principio parezca que ellos tampoco lo quieren y ayudarlos a calmar su respiración, es una táctica más útil de lo que parece y envía el claro mensaje de que estaremos con ellos y los queremos, sean cuales sean las circunstancias en que nos encontremos.
4. Contener con firmeza.
Ponte a su altura, míralo de frente, espera a que haga contacto visual contigo y empieza por interpretar la situación, aclarándole primero que nada que sabes perfectamente cómo se siente y que hasta quizá tú misma te sentirías igual si estuvieses en su lugar, pero que lamentablemente…. y ahí recién procede a explicar la situación y por qué no puedes aceptar esa conducta por respuesta.
Esta táctica no dará resultado a la primera. Ni a la segunda. Probablemente tampoco a la décima. Pero la consistencia en el mediano plazo establece patrones que con el paso del tiempo, a medida que ellos también van creciendo y madurando su cerebro, darán forma a la manera en que tus hijos se comporten y aprendan a autorregularse a futuro por sí mismos.
Y por sobre todo, practica la empatía también para con otras mamás y papás que pasen por esos momentos. La mirada crítica, despreciativa hacia el otro, la que enjuicia sin conocer los detalles de la situación de esa madre y ese niño que estás viendo, lejos de ayudarlos, les dificulta enormemente encontrar la solución. Seamos como padres y madres, los niños que queremos tener en situaciones de estrés, pero también, seamos los padres y las madres que queremos sean los demás con nosotros cuando nos pase.
La socióloga uruguaya y especialista en marketing y comunicación es la fundadora de Mamá estimula. En el grupo que administra desde Argentina, comparte materiales educativos y soluciones para padres.
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