La Nación (GDA)
Los episodios que vivieron la última semana Moria Casán y la hija de Isabel Macedo al exponerse al sol en la playa, revivieron un debate que en muchas familias se volvió parte de la grieta generacional y que a otras las atraviesa, más allá de las edades:“No se opina sobre del cuerpo ajeno” .
Esa fue justamente la respuesta que recibió masivamente en las redes la usuaria de Twitter que le sacó una foto a Moria Casán en bikini en Mar del Plata y la criticó por exhibirse: “Tápese señora, ubíquese como lo que es, una mujer mayor”. Algo similar ocurrió entre los seguidores de Instagram de Isabel Macedo, cuando publicó fotos de su beba en la orilla del mar. Le sugirieron que debía ponerla a dieta. La respuesta de otros usuarios no se hizo esperar.
Aunque hoy resultan inaceptables comentarios como estos en las redes, el bodyshaming (humillación corporal) es una práctica mucho más habitual y naturalizada de lo que se cree, sobretodo en el seno de la propia familia, dicen los especialistas. Implica criticar o avergonzar a alguien por alguna característica de su cuerpo. Abarca críticas abiertas y descarnadas con el fin de burlarse y herir, pero también comentarios sutiles sobre la apariencia física.
Bodyshaming es un término acuñado por el activismo gordo y por el feminismo como parte de la visibilización de la diversidad de los cuerpos, que hoy empieza a sedimentar, a hacer base entre los adolescentes. Esta premisa, de no hablar del cuerpo de los otros resulta muchas veces en una discusión sin punto de retorno entre abuelos, hijos y nietos: el detonante es un “comentario inofensivo”.
El impacto sobre la autoestima
Esta máxima que repiten los adolescentes como un mantra busca desnaturalizar comentarios sobre la apariencia física, que tienen un impacto negativo sobre la autoestima. “El bodyshaming es una forma de avergonzar sutil o abiertamente a quien no responde a un estándar de belleza asociado a la delgadez, incluso, muchas veces enmascarado en un discurso de salud, que no es tal, el famoso te lo digo por tu bien”, explica la abogada feminista Lala Pasquinelli, fundadora del grupo “Mujeres que no fueron tapa”.
“La humillación corporal genera inseguridad, baja autoestima, confusión si mi cuerpo es o no adecuado”, explica Alicia Alemán, psicóloga, coordinadora de La Casita, centro especializado en trastornos de la alimentación en adolescentes, donde justamente durante la pandemia recibieron, al igual que otros centros más casos que nunca. “El bodyshaming tiene efecto a corto y a largo plazo y mucho más en adolescentes que están construyendo su personalidad y las bases de su autoestima. De alguna manera, estos comentarios avergonzantes empiezan a instalar la idea de un cuerpo hegemónico, que todos tenemos que tener. Si no nos parecemos a esa figura o si hay partes de nuestro cuerpo que no encajan con ese ideal, hay algo en nosotros que está mal. Se instalan pensamientos, ideas o creencias en ese sentido y los adolescentes las viven como reales. Esto amenaza la propia seguridad todo el tiempo”, asegura Alemán.
Pueden ser comentarios abiertamente hirientes. Pero también, esas “frases poco felices del tío que no nos ve hace tiempo”, o de quien le aleja el plato de sándwiches a la adolescente “para que no se tiente”, o incluso la frase del padre o de la madre que se preocupan cuando a sus hijos pequeños (la mirada suele ser más cruel hacia las mujeres) tiene rollitos o panza. “Hay una idea de que hay un único tipo de cuerpo que merece ser exhibido en la playa. Y que los demás, se deben ocultar. A las mujeres se nos demanda belleza y cualquiera cree que puede venir a exigirla. Es una forma de violencia simbólica”, explica Pasquinelli.
No es casualidad que la llegada del verano incremente los comentarios sobre el cuerpo ajeno. Mucho más en la playa. “Hace unos meses hicimos una encuesta que contestaron unas 8000 mujeres de todo el país. El 97% dijo que en algún momento de su vida había hecho dieta. Y más del 67% dijo que le sugirieron bajar unos kilos entre los cinco y los 17 años. Quiere decir, hay una idea de belleza asociada a un estereotipo y esos son los únicos cuerpos que merecen ser mostrados. Los demás, según esta idea, deberían esconderse o taparse. Por eso llegan las críticas en el verano. Las mujeres reales y sus cuerpos no aparecen en las fotos. Lo paradójico es que los cuerpos de la mayoría de las mujeres no encajan en ese ideal de belleza. Sin embargo, cuando vamos a la playa nos terminamos escondiendo, creyendo que somos las únicas que no encajamos”, asegura Pasquinelli.
#HermanaSoltaLaPanza
Mujeres que no fueron tapa es un grupo feminista que desde hace ocho años difunde la diversidad de miradas sobre las mujeres y los cuerpos. Desde hace dos años, en el verano lanzan una campaña en la que invitan a las mujeres a retratarse en sus vacaciones, disfrutando con sus cuerpos reales. Se llama #HermanaSoltaLaPanza. “Es constante la llegada de mensajes de mujeres que nos cuentan que por primera vez, a sus 30 0 40 se animaron a la bikini y a sacarse una foto. Que dejaron de estar siempre vestidas en la playa, por la mirada de los otros. Con todas esas fotos armamos una muestra, que se exhibió en el Centro Cultural Recoleta y que ahora está girando por Alemania, España e Italia”, cuenta Pasquinelli.
“Hay una campaña que se viene instalando para evitar en redes el fat talking o food talking. No hablar de lo que uno come ni del cuerpo de los otros. Todavía creo que es un inicio. Por suerte, porque está a la vista las consecuencias negativas de hablar del cuerpo de los otros, pero todavía estamos en el inicio. Todavía está muy naturalizado en nuestra cultura el hablar del cuerpo de los otros. Hacemos estos comentarios: estás más linda, quiere decir que estás más flaca. Algunas adolescentes no tienen idea de que tener la panza chata es una característica genética de algunas personas. Y que somos todos distintos”, apunta Alemán.
Eso de estar mirando permanentemente el cuerpo de los otros es algo que hemos aprendido, asegura la psicóloga. Pero no hablar del cuerpo de los otros es solo el primer paso. “Deberíamos interpelarnos, no solo por lo que hablamos sino cómo miramos el cuerpo del otro. Y el propio”, dice. Aunque muchos crean que se trata de comentarios bienintencionados o menores, los especialistas explican que el bodyshaming es una práctica que tiene por fin generar una emoción negativa en quien recibe el comentario para lograr un cambio en alguna conducta. Puede venir de muchos lugares: de los padres, de los pares, de los abuelos, de los docentes, de los médicos.
“Detrás del bodyshaming hay una cultura de la delgadez obligatoria, de un modelo único de cuerpo, de una cultura gordofóbica, racista, sexista, gerontofóbica. Está fundamentado bajo ciertos estereotipos de belleza. Hay un solo tipo de cuerpo validado y debe ser delgado”, asegura Mercedes Estuch, representante en Argentina de la organización internacional AnyBody.
Un estudio que hizo la organización hace algunos años indica que apenas el 28,2% de los argentinos considera que su talle ideal y su talle real coinciden. Es decir que solo tres de cada diez argentinos se sienten a gusto con su cuerpo. “Es muy complejo el entramado que hay detrás del bodyshaming. Los argentinos somos muy gordofóbicos y gordodiantes. Tenemos una cultura que venera la delgadez y asigna jerarquía a las personas por su aspecto físico. Somos uno de los países que más trastornos alimentarios sufre la adolescencia. El 70 % de los factores que los desencadenan son sociales y tiene que ver con esta cultura de la delgadez. Hay una obsesión generalizada con el aspecto físico”, asegura Estuch.
“Tenemos que rever de dónde vienen esos estereotipos. Que no sea solo no opinar de los cuerpos, sino romper con la idea de que hay cuerpos mejores. Y que quienes nos alejamos de ese estereotipo tenemos algo que está mal y que hay que aceptarlo y ya. O hacer algo para cambiarlo. Lo que tenemos que cambiar es la mirada”, remata Estuch.