Realeza
El Palacio podría divulgar escándalos financieros de los duques y revelaciones sobre su ritmo de vida tras la explosiva entrevista que tuvieron con Oprah Winfrey
Estalló la guerra y no hay marcha atrás posible. El príncipe Harry de Inglaterra y su mujer, Meghan Markle, lanzaron ayer una bomba atómica de venganza y ajuste de cuentas contra la monarquía británica. Pero lo que ignoran los dos promotores de ese nuevo drama es que la historia termina siempre igual: con el triunfo de La Firma.
El ritual es inamovible. Aun confinada en el palacio de Windsor, ayer la reina Isabel II tomó su desayuno como todas las mañanas escuchando el “Sovereign Piper” de las gaitas, interpretado en el jardín por un guardia real escocés en kilt. Tostadas, mermelada de naranja, cereales en un bol Tupperware, té Darjeeling servido con una nube de leche proveniente de las vacas Jersey de su tambo local. La soberana también se sumergió en su diario favorito, planchado con anticipación para que no le manche los dedos: el Racing Post, dedicado al turf.
Su mayordomo le dio noticias de su esposo, el príncipe Felipe de Edimburgo, de 99 años, hospitalizado en una clínica de Londres, y después Isabel recibió a Edward Young, su secretario privado, con quien analizó la entrevista delduque y la duquesa de Sussex con la papisa norteamericana de los talk-shows, Oprah Winfrey, difundida ayer a la noche en Estados Unidos y hoy en el Reino Unido, así como en otros 70 países.
Develando sin pudor sus tropiezos familiares, Meghan Markle lanzó un devastador misil en el ordenado jardín de la realeza británica. Implacable, la duquesa —convertida casi en un clon de su suegra, la malograda princesa Diana— reveló, sin dar nombres, los sufrimientos que le infligieron los miembros de la dinastía: “inquietudes” en el seno del clan Windsor por el color de piel de su hijo Archie, negativa a darle una futura protección armada, ideas suicidas y depresión… Kate, su cuñada que la hizo llorar y no al revés como lo había asegurado la prensa, etc. etc.
En ese reality-show post-victoriano, la ex actriz estadounidense también reveló que nunca había estudiado la historia de los Windsor y que ignoraba cómo ejecutar una reverencia ante la reina. Asesina, la duquesa ultrajada denunció “una verdadera campaña de denigración del Palacio”, al más alto nivel.
Harry, a su vez, puso de lo suyo. El hijo menor de Carlos y Diana acusó a su padre, heredero del trono, de haberlo abandonado y, sobre todo, de haberlo dejado sin un centavo en el primer trimestre de 2020, cuando la pareja anunció que pretendía renunciar a sus obligaciones oficiales y partir a Estados Unidos. En ese nutrido tiro de artillería, solo su abuela se salvó. En pocas palabras, escuchando a Meghan Markle, los Windsor no son los Borgia, pero casi.
Como sucedió en 1995 con la entrevista explosiva de la princesa Diana sobre sus dramas conyugales, una bomba atómica volvió a estallar en pleno corazón del sistema monárquico que dirige el país desde hace más de mil años.
Es probable que, como siempre durante sus 69 años de reinado, escuchando a su secretario privado, Isabel II haya susurrado imperturbable el eterno leitmotiv de los Windsor: “I see” (Entiendo). Pero también es fácil imaginar sus pensamientos.
Por ejemplo, que Meghan miente cuando afirma que nunca nadie le enseñó a hacer una reverencia. Porque, a fin de facilitar su integración, la soberana encargó a su ex directora de comunicación que se ocupara de acompañarla en sus primeros pasos dentro de La Firma (como los mismos Windsor llaman a la familia real).
“También puso a su disposición a Nana Kofi Twumasi-Ankrah, su primer escudero negro, para que le sirviera de mentor. Pero el coronel, espantado por el comportamiento imprevisible de la futura duquesa y por sus exigencias, solicitó ser relevado de sus funciones”, relata Anne-Elisabeth Moutet, ex cronista real del periódico The Telegraph.
Isabel también debe haber pensado que Harry no dice la verdad cuando afirma que su padre lo dejó sin dinero. “La verdad es que las exigencias financieras de ambos fueron tan exorbitantes durante los últimos meses de negociación, que terminaron por convencer a Carlos y a la reina —decidida a hacer todos los esfuerzos para lograr el regreso de su nieto favorito— de que ya no era posible seguir respondiendo a esos caprichos”, analiza Holly Baxter del diario The Independent.
Durante la entrevista, Meghan Markle dio a entender que su hijo no recibiría título nobiliario como los otros bisnietos de la soberana, por ser el primer miembro mestizo de la dinastía. Los especialistas corrigen:
“Según los protocolos establecidos por Jorge V hace más de 100 años, en 1917, los hijos y nietos de un soberano tienen derecho automático a recibir el título de HRH (His Royal Highness) y de príncipe o princesa. Cuando Archie nació, era el bisnieto de la reina, no su nieto. Solo cuando su abuelo, Carlos, acceda al trono, tendrá derecho a un título nobiliario”, explica el gran historiador de las monarquías Jean des Cars.
La versión oficial del Palacio es simple: el domingo la reina se consagró a sus ocupaciones. Miró en televisión la conmemoración del Commonwealth destinada a proyectar la imagen de una familia unida. Por videoconferencia rindió un vibrante homenaje al éxito de esa gran familia de ultramar que reúne un buen cuarto de la humanidad, sin olvidar poner el acento en “la importancia de la abnegación y el desinterés” de aquellos que trabajan para el bien de los demás.
El mensaje es sencillo: la soberana, que había nombrado a Harry presidente de la juventud del Commonwealth y del Commonwealth Trust, y a Meghan, vicepresidenta, se estima traicionada por esa pareja de ingratos. Con la misma flema, el primer ministro conservador Boris Johnson declaró ayer “su más profunda admiración por Isabel II”. A buen entendedor…
La pregunta ahora es si, en este drama shakespeariano, ha sonado la hora de la venganza real. Fuentes anónimas allegadas dejan entender que el Palacio podría divulgar otros escándalos, sobre todo financieros, implicando a los Sussex, a comenzar por las condiciones de la renovación de su casa de Frogmore Cottage en Windsor, su tren de vida y, sobre todo, otras acusaciones de acoso por parte de la duquesa contra varias de sus colaboradoras en Kensington Palace. La reina podría incluso retirarles sus títulos de duque y duquesa real.
Las decisiones estratégicas de la soberana son siempre objeto de una lenta reflexión. Pero el resultado es, siempre, de una temible eficacia.
“La transformación profunda y radical de la dinastía británica necesitaba desde hacía tiempo una suerte de tsunami que terminara con sus ramas superfluas para concentrarse en el núcleo duro del orden sucesorio: Carlos, William y George. Isabel II lo hizo sin piedad”, señala Holly Baxter.
A los 95 años, la soberana sabe perfectamente que la brutalidad tiene la ventaja de la claridad. Por esa razón, a pesar del enorme ruido mediático de la entrevista, la suerte de Harry y Meghan no tiene ninguna importancia para el futuro del reino. Como dicen los ingleses: aunque lluevan las bombas, se agiten los enemigos y se multipliquen los complots, la reina siempre gana la guerra.