Mujeres
Las mujeres atravesamos montones de prejuicios y avanzado enormes pasos. Sin embargo, la mirada del otro y el lugar que ocupa la belleza física en cómo nos evaluamos, aún nos pesa.
Hace unas semanas, buscando que esas vacaciones de julio sin cines ni teatros fueran menos difíciles para el más chico de la casa, fuimos a un hotel en el interior uruguayo. Uno de esos días en que —previa reserva— fuimos usar la piscina, tocó compartirla —en el otro extremo— con una pareja que parecía estar en algún punto de sus veintes.
Cuando llegaron no entraron directamente al agua. Primero ella sacó su celular, buscó un lugar que le parecía adecuado (al principio de la escalera para bajar al agua) y se aprestó a posar para una sesión de fotos. Él sacaba varias fotos y se detenía, ella iba a mirarlas y le pedía que sacara nuevas. Así durante unos 15 minutos, en los que ella cambiaba poses que permitieran retratarla junto a la piscina en sus mejores ángulos.
Una vez finalizada la rutina, él se metió en el agua. Ella no. Se sentó en el borde de la piscina, sostuvo su pelo con una mano para evitar que se mojara. Así estuvieron un rato hasta que se acercó el tiempo máximo. Él se fue a cambiar de ropa al vestuario cercano. Ella puso su celular en un estante y siguió posando. Metiendo su panza hacia adentro, acomodando su pelo, revisando los lugares en los que colocaba su traje de baño. Revisando si la foto era adecuada. Y volvía a empezar.
Observé las escenas desde adentro de la piscina, debo confesar que, al principio, juzgando. Miraba mientras corría carreras de nado, jugaba a buscar objetos debajo del agua o hacía paros de mano. Ayudada por la alegría de un niño de 9 años, logré no pensar en mis kilos de más, en cómo me quedaba la malla o si mi pelo se arruinaba.
Pero después entendí que muchas veces fui ella, soy ella. Las mujeres hemos atravesado montones de prejuicios y avanzado enormes pasos. Pero que muchas veces la mirada del otro, el lugar que ocupa la belleza física en cómo nos evaluamos, nos sigue pesando.
Influencers nos recomiendan rutinas de skincare que llevan una hora de cada noche y sentimos que son más importantes que leer un libro, mirar una serie o dormir un rato. Cada sábado miles de mujeres pasan todo el día en la peluquería porque tienen que tapar sus canas o hacerse un laciado. Horas, dinero y tiempo dedicado a la depilación láser, las uñas esculpidas o el maquillaje perfecto. A ponernos cremas para las estrías, la celulitis o las arrugas que el tiempo nos va dejando.
¿Cuánto de eso lo hacemos porque queremos y cuánto porque sentimos que lo necesitamos? ¿Cuánta más plata y energía cuesta estar “prolija” si somos mujeres? ¿Cuánto pesa en nuestra autoestima nuestro aspecto? ¿Cuánto más tenemos que hacer que los varones para ir a las mismas reuniones o a los mismos trabajos? ¿Cuánta energía le ponemos a eso y cuánto de eso podríamos usarlo para hacer cosas que nos hacen más felices o para capacitarnos?
Escribo esto y vuelvo a verla, posando. Fingiendo para las redes sociales que irá a una piscina a la que después jamás la veré entrar. Perdiéndose de hacer en favor de parecer.
Pero ya no la juzgo. La veo y pienso, que todas somos un poco como ella. Que aunque sea en cosas que parecen pequeñas, todas tenemos algo en común. Seguimos siendo esclavas, pero ahora tenemos distintos amos.
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Periodista, Gerente de Producto Digital en El País, conductora de @relatostvciudad y columnista en @laletrachicatv Podés seguirla a través de su cuenta de twitter @PerezAnaLaura y en su blog elLado B de la maternidad