Por Irene Arias
Se termina Febrero y con él el tiempo de vacaciones. Es tiempo de comenzar las clases, de retomar la rutina del año, de aprontar uniformes, viandas, deberes y cronogramas de actividades extracurriculares. Se acerca el fin del compartir 24/7 y eso alivia y entusiasmaal mismo tiempo que entristece y agobia.
¿Cómo viven las mujeres madres este tiempo? Por lo general es un tiempo de mucha ambivalencia. Ganas de retomar las rutinas que dan orden a la vida adulta y a la vida de nuestras hijas e hijos. Mientras se añoran los tiempos más laxos de las vacaciones y las actividades más recreativas a las que invita el verano.
Ganas de recuperar espacios de trabajo, de tiempo adulto mientras se extraña el compartir más cotidiano que posibilita el estar todos un poco más libres y livianos.
La vuelta a la rutina, la rigidez de los horarios, las exigencias de los diferentes espacios que se vuelven a habitar puede tener una alto impacto en la vida y en la carga mental, sobre todo, de las mujeres madres.
Un gran hito en esta transición de febrero a marzo es el comienzo de la escolarización. Tiempo de volver a las instituciones educativas, ya sea, en formato colonia o ya sean las clases formales. ¡Qué momento! un gran momento para ellos y para ellas y un gran momento para los y las adultas referentes.
Tiempo de estrés, de preguntas, de dudas, de necesidades tironeando de los deseos. De movimientos que, aunque pueden ser añorados durante los tiempos de vacaciones, puede tener altos costos emocionales cuando se aproxima marzo.
Con el foco puesto en las niñeces, el foco puesto en que el proceso de integración a las instituciones educativas sea respetuoso, a tiempo, mullido y amoroso para las niñas y los niños, muchas veces se pierde de vista que también es un tiempo de transición para las mujeres madres. Un tiempo que puede levantar muchas sensaciones incómodas, un tiempo que requiere adaptaciones de tiempos y horarios, una gran disponibilidad para sostener los procesos emocionales de los hijas e hijas. Todo eso lleva energía y puede ser muy movilizante. Es un proceso que impacta en cada uno de los protagonistas, pero que también impacta en las rutinas, en los tiempos y los vínculos de todos aquellos que habitan cada familia.
Ésto puede generar una gran ambivalencia respecto al proceso de integración. Una ambivalencia a la que hay que estar atentas para poder hacer los movimientos que sean necesarios en orden de sentirnos más cómodas, para poder acompañar y sostener, pero también en pos de comunicar mejor las emociones y sentimientos que éste proceso está despertando en cada una.
Poder ir chequeando cómo está impactando este tiempo de transición va a permitir gestionar mejor las emociones que se disparan y los sentimientos que se generan. Eso va a posibilitar tomar decisiones que estén en una mayor sintonía con lo que se necesita y se desea, evitar conflictos innecesarios, regular las expectativas con las realidades y moverse con un poco más de asertividad y de una forma más amorosa y compasiva. Siendo, al mismo tiempo, cuidadosas con las niñeces, pero también con nosotras, las mujeres madres.
Si resonás con ésto, si te encontras acá, te abrazo fuerte.
Irene Arias
Licenciada en psicología. Diplomada en Psicología Perinatal y Salud Mental Materna.
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