HISTORIAS DE PIEL
¿Cuáles son los ideales de masculinidad que tenemos? ¿Qué es lo que supuestamente debe ser un hombre? ¿Acaso solo pueden expresarse según un único modelo de comportamiento?
¿Cuáles son los ideales de masculinidad que tenemos? ¿Qué es lo que supuestamente debe ser un hombre? ¿Acaso solo pueden expresarse según un único modelo de comportamiento? Y si no lo hacen ¿con qué nombres descalificantes son etiquetados? ¿Porqué se educa y controla constantemente a los hombres para que se ajusten a un patrón exclusivo de masculinidad?
Masculinidad y vigilancia
Tradicionalmente se cree que hombres y mujeres poseen características específicas y hasta opuestas entre sí (de hecho los llamamos sexos “opuestos”) porque simplemente “son así” o “nacen así”, y ahí muchas veces se acaba la discusión.
Sin embargo ser “todo un hombre” sería el resultado de un complejo entrenamiento que comienza desde el momento del parto (o la ecografía), cuando se dice que ese ser que ha nacido “es” un varón. Y de hecho no termina jamás, ya que mientras esa persona es adulta se ve expuesta a una serie de vigilancias y controles para que exprese un comportamiento considerado “masculino”.
Un control que todas las personas (hombres y mujeres por igual) ejercen sin ser concientes de ello, con sus palabras, con sus gestos, sus silencios, sus formas de manejar el cuerpo, sus prácticas. Un control que los hombres van incorporando desde niños, aprendiendo a auto vigilarse en su accionar y a controlar a otros hombres para que actúen “como tal”. Con ello se generan fuertes limitaciones en las potencialidades expresivas que todo ser humano posee más allá de su sexo y género.
Y como todo entrenamiento también tiene sus castigos ante la “desviación”; Desde niños a los hombres se los asusta con abyectos personajes a modo de contra ejemplos masculinos, para dejar claro lo que no deben ser. Figuras tales como “el maricón”, “el cobarde”, “el pollerudo”, “el pelele”, “el débil”, serán construidas como identidades degradadas y ridiculizadas como avisos del fatal destino que les puede aguardar si no cumplen con lo dictaminado.
Todo ello no se acata de manera conciente, sino que más bien se va “encarnando” en un largo proceso de socialización. Por eso podemos ver hombres que se paran “como hombre”, que hablan de política y no de decoración, que expresan gusto por jugar al fútbol y no por bailar, etc. etc. Creando la ilusión de que estas actitudes son “naturales” y “propias” de los hombres, con lo cual se pierde de vista el constante entrenamiento del cual esos comportamientos “masculinos” son justamente el resultado.
Con ello se crea también la ilusión de que “todos” los hombres son así. Haciendo que la diversidad de expresiones que existen entre ellos sea negada y se torne invisible, ya que se cree y espera que los hombres respondan a un único modelo de masculinidad.
Pero si creemos que este tipo de comportamiento que llamamos “masculino” es propio de los hombres, ¿porqué la sociedad se afana tanto en entrenar y vigilar cuerpos para demostrar su correcta instalación? Si algo es natural, no necesitaría entonces ningún tipo de adiestramiento. “No aclares que oscurece” versa el dicho popular.
Pongamos un ejemplo: Actualmente se han flexibilizado un poco los tipos de regalos que niñas y niños reciben, permitiendo por ejemplo que las niñas puedan jugar con pelotas. Pero ¿qué sucede en las reacciones de la familia si un niño recibe como regalo una muñeca? ¿Cuál es el miedo que aparece en las personas adultas? ¿Qué es lo que supuestamente se vería amenazado en el desarrollo de ese niño si jugara con esa muñeca?
Al parecer esa masculinidad supuestamente “natural” del hombre no sería tal, ya que ese temor de la familia nos estaría indicando que creen que la masculinidad es algo que puede no alcanzarse, o puede ser amenazada por cualquier circunstancia, incluso una muñeca.
¿Y qué sucede si esa masculinidad no se logra o se pierde? La amenaza que aparece es que el hombre se torne femenino (la “peor desgracia” que le puede ocurrir a un ser “importante” como el hombre en una cultura misógina). Feminización que de hecho toma mil formas amenazantes: debilidad, cobardía, deseo sexual por otros hombres, “exceso” de afectividad, movimientos corporales demasiado “sueltos”, etcétera, etcétera.
Al parecer el gran mandato que recibe un hombre para ser tal, es que no exprese nada que tenga que ver con lo que se considera femenino, es decir con la pasividad, la ternura, la suavidad, etcétera. Pero si ser hombre es “no ser” femenino ¿qué es entonces “ser” hombre?, y en última instancia ¿qué significa “masculinidad”?
¿Cómo se fabrica un hombre?
Para “ser” hombre no alcanza con nacer macho genética, hormonal y anatómicamente hablando, sino que más bien implica el acatar y ajustarse a toda una serie de expectativas y mandatos que la sociedad transmite a través de sus espacios de fabricación de identidades (familia, escuela, grupos de pares, medios de comunicación, etcétera).
Los mandatos son demasiados, por eso hagamos simplemente una somera vista por algunos de ellos, para ver como se construye el estereotipo de la masculinidad hegemónica:
• No expresar afectos: Un hombre “de verdad” no llora, no siente miedo, es controlado, no se “desborda” en emociones, eso es “cosa de mujeres”.
• No expresar dependencia ni debilidad: La películas de guerreros “hipermasculinos” sustentan este mandato de exigencia heroica y autonomía a ultranza. Ser “pasivo” es vivido como insulto para muchos hombres ya que se cree algo típicamente femenino.
• Tener mucho deseo sexual y dirigido exclusivamente a las mujeres: “Ser” hombre parece que se demuestra con una constante exhibición de heterosexualidad. Esto lo veríamos en el orgullo de algunos padres frente al comportamiento sexual de su hijo, cuando dicen: “Y sí, es hijo e` tigre”.
• Tener un buen desempeño sexual y cosificar a las mujeres: Un “verdadero” hombre tiene buenas erecciones, un pene “grande”, no rechaza ninguna oferta sexual y está “siempre listo”. De esta manera actualiza su supuesta “naturaleza” de conquistador de “presas”, cuando acumula “trofeos” de caza para ser exhibidos ante otros hombres. Esto lo veríamos en la expresión “me gané terrible mina”.
• Ser homofóbico: Como en nuestra cultura se asocia erróneamente el deseo afectivo-sexual de un hombre hacia otro como algo femenino, el mandato es rechazar, ridiculizar y despreciar a todo hombre que manifiesta un deseo de esas características. Por esta misma razón se restringen las zonas corporales con las cuales un hombre puede disfrutar sexualmente, ya que el erotismo sobre cualquier orificio está destinado exclusivamente al cuerpo de las mujeres. Y es este mismo mandato homofóbico el que establece restricciones para el contacto corporal entre hombres (como no ocurre entre mujeres), salvo en situaciones socialmente permitidas como el fútbol.
• Cultivar la violencia como forma de resolver conflictos: A los hombres se los educa bajo la creencia de una “naturaleza” violenta e irrefrenable. Son típicas las escenas en las cuales cuando un hombre se enoja debe ser refrenado ya que se “enceguece” y golpea. Este mandato es uno de los aspectos que lamentablemente hacen tan común la violencia doméstica y de género, así como la violencia en el fútbol.
• Ser proveedor: El estereotipo masculino indica que sea el hombre quien suministra los recursos para el sustento cuando está en pareja con una mujer (y si no es así, que parezca que lo sea). Es él quién debe “mantener” a su familia, pagar la cuenta cuando va a cenar con una mujer, manejar él cuando sale en el auto con “su” mujer, etc. Por esta razón las crisis económicas y los cambios en el rol de las mujeres como económicamente autónomas, han provocado grandes vacíos en muchos hombres que sienten “atacada” su identidad.
• Cultivar el honor: Es interesante ver que la palabra “virilidad” viene de “virtud”. Y la virtud implica un lugar valorado en las relaciones de poder con los otros, lo cual constituiría el honor. Un “hombre sin honor” no es un hombre de verdad, y esto lo vemos cuando otro hombre se apropia de sus “posesiones” (como por ejemplo “sus” mujeres), lo cual se expresa cuando escuchamos decir “pobre fulano…es un cornudo”.
• Ser habilitado para la adicción: La frase “hacete hombre, vení, tomate una” plantea que el tomar alcohol, y “saber” tomarlo, es una característica típica del entrenamiento masculino. Con todas las consecuencias negativas que ya conocemos respecto al consumo de alcohol y otras drogas.
• Privilegiar la acción por sobre la palabra: Hablar demasiado es algo que se cree propio de mujeres, y por tanto algo desvalorizado socialmente, por eso un “auténtico” hombre actúa mucho y habla poco ya que…“es un hombre de pocas palabras”. No por casualidad mucha violencia explícita es ejercida por hombres, y lamentablemente son ellos los que se suicidan más.
Hombres en vías de sanación
La educación que han recibido y reciben tradicionalmente los hombres los coloca socialmente en lugares de poder y dirección, pero son estos mismos lugares los que también los someten y limitan.
Las consecuencias negativas de estos mandatos de valor, conquista, compulsión sexual, represión de afectos, etc. son muchas: violencia, alcoholismo, explotación sexual, delincuencia, depresión, afecciones orgánicas, suicidios, etcétera. Manifestaciones que son estadísticamente significativas dentro del colectivo de los hombres que han encarnado esta masculinidad hegemónica.
Aún así, poco a poco se manifiestan hombres que se permiten entrar en crisis respecto a sus creencias masculinas, así como ser interpelados por los cambios que las mujeres y “otros” hombres vienen experimentando desde el Siglo XX.
Hombres que se atreven a indagar más allá de los restringidos espacios que la sociedad les ha indicado. Buscando ejercer un erotismo más en contacto con sus compañeras y/o compañeros, ejerciendo una paternidad más cercana afectivamente, eligiendo actividades más allá de si son o no consideradas “femeninas”, dejando atrás la homofobia cultora de tantos odios y crímenes.
En definitiva, construyendo un ser humano más integrado y ya no tan dividido a causa del mandato hegemónico de tener que ser “lo opuesto” de la mujer. ?
Psicólogo, Sexólogo y Psicoterapeuta. Es además docente y autor de los libros: “Cuerpos, poder y erotismo. Escritos inconvenientes”, “A lo Macho. Sexo, deseo y masculinidad” y “Eróticas Marginales. Género y silencios de lo (a)normal” (Editorial Fin de Siglo).
Fue co conductor de Historias de Piel desde 1997 a 2004 por Del Plata FM y desde 2015 a 2018 por Metrópolis FM. Podés seguirlo por las redes sociales de Historias de Piel o por su canal de YouTube “Ruben Campero”, Facebook, Instagramy Twitter.