Por Lucía Torroba
En su columna, la cirujana plástica Lucía Torroba Werner cuenta el origen de experimentos e intentos de producir armas biológicas del hoy reconocido tratamiento estético
A comienzos de 1800 un extraño fenómeno ocurrió en Europa: habitantes del sur de Alemania desarrollaban síntomas de intoxicación letales luego de ingerir diferentes productos de origen rural.
La investigación de este “veneno de las salchichas” (así se lo llamaba) demoró casi un siglo en descubrir la causa microbiológica del problema. Era una neurotoxina producida por una bacteria llamada Clostridium Botulinum.
Durante la primera guerra mundial se desarrollaron experimentos e intentos de producir armas biológicas a partir de esa toxina botulínica, por suerte, sin éxito.
Es una de las sustancias más tóxicas conocidas hasta el momento, y, aunque por factores ténicos sería difícil de lograrlo, un gramo de toxina podría matar a más de un millón de personas. Su uso militar está prohibido por la Convención de Ginebra.
En 1960 aparecieron sus primeros usos terapéuticos, en el campo de la oftalmología. El desarrollo de la tecnología continuó hasta lograr el producto cosmético que hoy conocemos.
En 1991 el fármaco fue adquirido por Allergan, con el nombre comercial Botox®, y desde 1994 es fabricado en Wesport, Irlanda. En esta localidad de 6000 habitantes, su planta emplea a 1200 personas. La toxina original se produce en un lugar desconocido en Estados Unidos, y se traslada a Irlanda en operativos de máxima seguridad. Menos de un gramo de toxina purificada alcanza para producir Botox® para todo el mundo durante un año.
La producción, manipulación y distribución de un medicamento biológico es compleja y costosa. Estos fármacos son sensibles a mínimas alteraciones, requieren tecnologías específicas y recorren un camino meticuloso hasta llegar a nuestras manos.
Por todo lo que les conté, el prospecto de Botox® tiene el tamaño que les muestro en la segunda foto. Creo que ahora queda más claro por qué hay tantas precauciones detalladas en ese papel, y por qué siempre insisto en que le demos la importancia que el fármaco, el tratamiento, su precio y el profesional que lo aplica se merecen.
Especialista en Cirugía Pla?stica, Reparadora y Estética
Magíster en dirección de empresas de Salud
Migrante y mamá
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