Mary tiene 217 perros en su chacra de Pando. Llegaron ahí porque estaban lastimados, abandonados o sufriendo maltrato. Ella dice que los "rescata". Los atiende hasta curarlos y los mantiene "hasta encontrarles un hogar digno para su bienestar".
Karina, en tanto, lucha contra el maltrato a los caballos. Milita para erradicar los carros de basura que usan a estos animales en Montevideo y protesta contra las jineteadas. Está organizando una movilización para hoy frente a la Criolla del Prado, además de dedicar varias horas a la semana a cuidar animales heridos.
Antonella, por su parte, coordina la protectora Unidos por los Animales (UPA), en la ciudad de Santa Lucía, en Canelones. Ella ubicó a otras personas de la zona que están alarmadas por las situaciones de abuso y agresión a animales, que dicen que son frecuentes allí, y comenzaron a trabajar para atenderlos.
Además, colaboran con una mujer de 70 años que quedó sola al frente de un predio donde funcionaba un refugio de animales, y que hoy tiene más de 100 perros para atender.
Ellas son "activistas" por los animales, y son sólo una pequeña parte entre los que militan a diario por esta causa. En Uruguay ya hay 26 organizaciones de protección animal con personería jurídica. Funcionan como refugios, hacen castraciones, ayudan a ubicar animales perdidos, atienden animales lastimados o denuncian casos de maltrato. Y más allá de esos grupos, cientos trabajan en el tema de forma independiente. Son tantos que nadie en el ambiente se anima a dar una cifra: "Seguro que hay varios miles", dicen.
Es evidente que esta tendencia viene registrando un notable crecimiento en los últimos años y que cada vez moviliza a más gente, además de cuestionar elementos de la identidad nacional como las domas y jineteadas y toda la liturgia que ellas suponen.
Los activistas ya se hicieron sentir frente a las criollas y han enfrentado a los jinetes. Son los que reclaman cuando un caballo aparece lastimado tras tirar de un carro y los que se organizan por un perro perdido, por un gato herido, por la fauna marina contaminada o, como pasó esta semana, por la jauría de perros que mató a un paciente en la Colonia Etchepare.
Vocación.
Son fanáticos. No les importa si hace frío, calor, si es muy temprano o muy tarde. Casi como un dogma, repiten que donde haya un animal en problemas, ellos van a estar. Ponen dinero de su bolsillo, se apoyan unos a otros, buscan donaciones e incluso se vinculan con sus pares a nivel internacional.
Se organizan por las redes sociales y las usan como plataforma para encontrar un animal perdido o para denunciar abusos. Se movilizan de a decenas o centenas e incluso recurren a los "escraches". Algunos eligen marchas o reclamos pacíficos, otros optan por la violencia, las agresiones y el ingreso a la fuerza a zoológicos para abrir jaulas y liberar criaturas.
Sus posturas, dicen, parten del amor a los animales y la naturaleza, pero no están exentas de fundamento y buena retórica para explicar sus reivindicaciones. Su forma de pensar los marca a fuego. Muchos se hacen vegetarianos o veganos (se abstienen de consumir alimentos o usar artículos de origen animal). Todos coinciden en algo: dar todo por la causa.
Incluso, algunos se enferman por esto. Se denomina "fatiga compasional" y es un síndrome que aparece en las personas que trabajan en pro de los animales y que se sienten desbordadas por no poder dar la suficiente asistencia. Incluso a veces, sin darse cuenta, terminan perjudicando a los animales que tienen a su cargo.
"Es algo que uno lleva en el alma. En mi caso pienso así desde los nueve años, cuando vi que en mi barrio se llevaban perros enlazados a la perrera", contó a El País Karina Kokar, que integra el Movimiento Basta de TAS (tracción a sangre) y la organización Animal Help.
Ella es vegana y si bien no da detalles, dice que dedica "muchas horas semanales y dinero" de su bolsillo a la causa. "Es a pulmón, pero es porque entendemos que las cosas deben ser así", afirmó.
Consultada sobre si ante algunas situaciones el hacer foco en los animales no lleva a olvidar las propias carencias de las personas, respondió: "No somos personas que se preocupen sólo por los animales, somos gente que ampliamos nuestro círculo de compasión, somos sensibles con los humanos y con los animales también. Tienen la misma importancia".
Críticas.
Pero más allá de que la defensa animal es empujada constantemente por los activistas y las ONG que se movilizan a diario, el asunto ha tenido repercusiones ínfimas a nivel estatal, y las respuestas a situaciones de maltrato, abuso o similares siguen siendo deficientes.
La Comisión Nacional Honoraria de Bienestar Animal (Conahoba), dependiente del Ministerio de Educación y Cultura, procura "la tenencia responsable de animales" y el "control de los animales de compañía". La preside Homero Cabanas y se integra con representantes de diversas reparticiones públicas y organizaciones protectoras de animales. Recibe denuncias de maltrato y puede actuar de oficio.
Durante la Semana Santa El País procuró consultar al jerarca a cargo, pero no respondió. El miércoles pasado ya nadie atendió el teléfono en el organismo, la casilla de mensajes estaba llena y en la sede de la Conahoba nadie respondía.
Según cifras del MEC, dicha oficina recibió desde marzo del año pasado (cuando fue reglamentada la ley de Protección Animal) hasta el 3 de julio, más de 1.000 denuncias por maltrato contra animales. Ante esas situaciones, "en algunos casos hubo que proceder a la requisa" y "se retiraron por malos tratos más de 150 equinos destinados a trabajo urbano y más de 200 perros", se informó en ese entonces.
Sin embargo, Gabriela Moreno, veterinaria, presidenta de la Asociación Nacional de Protectoras de Animales y delegada alterna por parte de las protectoras ante la Conahoba, lanzó, en diálogo con El País, duras críticas sobre esta comisión.
"La Conahoba directamente no actúa. No tiene recursos y no hay voluntad. Los lunes deberían reunirse los representantes de todos los organismos comprendidos y sólo se juntan el presidente de la comisión y la representante de las ONG. Es una comisión abandonada e inoperante", dijo la activista. Señaló que de las 1.000 denuncias se resolvieron cerca de 100, mientras que el resto quedaron formalmente presentadas, pero olvidadas.
"Se presentaron denuncias formales con fotos, firmas y hasta con videos. Denuncias por maltrato, abandono, peleas de perros y demás, pero no se hizo nada con todo eso", afirmó la veterinaria.
En ese marco, la delegada también se quejó de que tras el ataque en la Colonia Etchepare, la Conahoba no tuvo respuestas. "Llamé a Cabanas, pregunté qué íbamos a hacer y me dijo que la dirección de Jurídica del MEC había prohibido que la comisión hablara con la prensa. Entonces, al final, no se hizo nada".
La activista concluyó: "La Conahoba es la única herramienta que hay para defender a los animales, pero no cumple su objetivo".
El Arca de Canelones.
Es una suerte de granja —aunque no una cualquiera— a seis kilómetros al norte de Canelones. Dos o tres perros reciben al visitante. Luego se acerca una decena. Más tarde se reúne un centenar. Ya es flor de perrada. Parece que salieran de todas partes: de casas, de galpones, de debajo de los árboles, de debajo de las piedras. A muchos les falta una pata, o les faltan los dientes, o exhiben heridas grotescas, o son perros muy viejos y desvencijados. Cinco llevan dos ruedas traseras en vez de patas. Con esas prótesis bien aceitadas desarrollan velocidades asombrosas. Hay perros grandes, chicos, cachorros, viejísimos, gordos, flacos, de los pelajes más variados, feos, tristes, confiados y desconfiados. Y todos, sin excepción, parecen desesperados por un poco de cariño.
En total, en varios edificios y galpones desperdigados en decenas de hectáreas, hay más de 700 perros, 280 caballos, centenares de gatos, muchos cerdos, vacas, chivos, ovejas y carneros, gansos, patos, burros.
Eso es, en síntesis, Animales sin Hogar, una ONG (organización no gubernamental) que recoge perros, los cura, los mantiene y recoloca a algunos en adopción.
Muchas personas abandonan en la puerta de la granja camadas de cachorros, en general demasiado chicos para sobrevivir, o perros heridos, o perros tristes. Y entonces la noria nunca para, y se hincha cada vez más.
Animales sin Hogar también custodia caballos requisados por orden judicial a personas que los maltrataron, en general usándolos para recoger basura. Ahora esas yeguas y machos castrados, que son mansos, lucen bien alimentados y sanos, aunque a varios les falte una pata o tengan señales de viejas y horribles heridas o quebraduras.
Glenda Ghan (33) llega a la granja el miércoles de Semana Santa con su hija Melissa Faget (12) y un veterinario. Glenda es una de las coordinadoras del emprendimiento, aunque se gana la vida como empleada administrativa en una empresa de Montevideo.
La granja de animales se acomoda en más de 100 hectáreas de tierras propias y arrendadas, y demanda mucha alimentación para perros, yeguarizos y lanares, servicios de sanidad animal, vigilancia y personal de campo, electricidad y comunicaciones. La ONG sostiene esos gastos con ayuda de padrinos y empresas, más algunas donaciones puntuales del exterior. Es conducida por menos de 20 voluntarios, que tienen sus propias ocupaciones y destinan su tiempo libre a atender animales. Hay también cerca de 20 asalariados que trabajan en tres turnos en esa granja inusual.
La perra Campanita no para de ladrar; tras ella, ladran todos. Está en el área de Internación o Clínica, que es por donde los perros ingresan y en donde permanecen los más chicos, los más mansos, los inválidos, los que aún no han sido castrados o los que son demasiado viejos para que alguien los adopte. Luego de recuperados, vacunados y castrados, se redistribuyen según sus características en tres encierros más, donde son vigilados por tres empleados en cada turno de ocho horas. Algunos son agresivos y están más aislados.
Otra parte de los perros se ofrece en adopción. "Pero no los damos así nomás —precisa Glenda Ghan. Primero conocemos a las familias, conocemos el hogar, y entonces después sí pueden venir a elegir al animal e iniciar el proceso de adopción".
Desde hace cinco años Glenda se ocupa de adopciones, de coordinar la compra y entrega de fardos y otros alimentos para animales, del pago de salarios y de las mil y una obligaciones que surgen de una granja superpoblada. Las adopciones —una decena al mes— son, por lejos, menos que la oferta. La granja siempre está a reventar. Muchas personas abandonan o pierden sus mascotas; o toman animales que crecen más allá de sus cálculos, como Tito, un ovino Corriedale que pasta junto a Chocolatito, un criollo de lana oscura.
"Ahora sólo ingresamos perros en casos de extrema gravedad, pues tenemos más de 1.100 animales", dice Glenda Ghan. "La vamos remando como podemos".
Mientras Glenda habla, un perro ataca a un cerdo. El cerdo da la vuelta, corre al perro y trata de morderlo. El perro huye hasta que se reúne con varios otros. Entonces la jauría persigue al cerdo, que se detiene y defiende en redonda, como hacían en las viejas películas de cowboys los colonos en carretas ante un ataque de los indios.
La situación parece casi insostenible. Para Glenda se trata de "un problema de educación y de respeto por la vida animal". "Falta conciencia en el tema de las castraciones. Con una castración de macho o hembra se salvan muchas vidas de animales".
El proyecto Animales sin Hogar fue iniciado en 2003 por Juan Echavarría, un técnico en computación, y Laura, su mujer, quienes vivían en un apartamento de Montevideo. Adoptaron un perro, luego un gato y se involucraron en el asunto de los animales abandonados que, como todos saben, no tiene fin. Terminaron mudándose a Solymar en busca de espacio. Cuando acumularon 165 perros en 1.600 metros de jardín, llevaron el grueso de la ONG a las inmediaciones de Canelones, a 50 kilómetros del Centro de Montevideo, donde hay más espacio.
En octubre, cuando Animales Sin Hogar realiza su festejo anual, concurren miles de personas. Su página de Facebook, una herramienta para concretar donaciones y adopciones, reúne 645.440 "Me Gusta".
"Esta es una organización que sueña con el día en que dejará de existir", repiten Juan y Laura, sus creadores.
LEVANTAN UN SINFÍN DE BANDERAS.
No más jineteadas.
Los activistas por los derechos de los animales se expresan en contra de las domas y jineteadas, por entender que el caballo es maltratado y resulta expuesto a diversas formas de "crueldad". Ya se ha hecho costumbre de todos los años las manifestaciones de protesta en la Rural del Prado, y para hoy se está planeando una "gran movilización" de activistas.
Nueva legislación.
Las protectoras de animales piden que se apruebe una ley que penalice el maltrato animal, y se quejan porque los castigos actuales para ese tipo de conductas son "por demás leves". La nueva ley en cuestión plantea pena de dos a 24 meses de prisión para quienes "den muerte con graves sevicias" a un animal doméstico. El proyecto está trancado en el Parlamento.
Cierre del Zoo.
Los activistas que piden por el cierre de los zoológicos integran los grupos más radicales dentro de los militantes pro-animales. Además de organizar marchas y protestas, han participado en graves episodios como el copamiento del municipio CH, el ingreso a la IMM para desplegar banderas y la liberación de animales en el Parque Lecocq (ver aparte).
Trato responsable.
Los activistas buscan transmitir que la tenencia de un animal implica darle un cuidado "responsable". Se insiste en la atención que requieren, en la necesidad de vacunarlos y en los asuntos vinculados a la esterilización. El año pasado más de 100 personas realizaron un escrache en la casa de una mujer que prendió fuego a su gata y la tiró por la ventana.
LAS POLÉMICAS SON CONSTANTES
Municipio copado.
En noviembre del año pasado una veintena de activistas anarquistas, portando máscaras, copó el edificio del municipio CH y desplegó varias pancartas para protestar por el “maltrato animal” y reclamar el cierre del zoológico de Villa Dolores. La Intendencia de Montevideo dijo que se trató de un copamiento realizado con “violencia”, por lo cual presentó una denuncia policial. Los activistas difundieron lo hecho en la web y expresaron: “¡No a la mercantilización ni espectacularización de la vida! ¡La libertad no se negocia!”.
Ataque al Lecocq.
En febrero de este año un grupo de defensores de los derechos de los animales realizó durante la noche un ataque al Parque Lecocq. Según la denuncia que hizo la Intendencia ante la Policía, cortaron tejidos y rompieron rejas y candados en los recintos de ciervos y emúes, entre otras criaturas. Los emúes fueron recapturados al día siguiente, pero un ciervo que había escapado, murió. La autopsia confirmó que su muerte fue producto del estrés sufrido y de golpes que se dio en la cabeza, probablemente contra una reja.
Colonia Etchepare.
El último episodio se desató esta semana, luego de que una jauría de perros matara a un paciente de la Colonia Etchepare. La Justicia intimó al MSP y a ASSE a que en 72 horas coordinaran acciones con otros organismos para erradicar a los animales del lugar y también de la Colonia Santín Carlos Rossi, lindera a la anterior. Activistas de los derechos de los animales se movilizaron y protestaron en distintos sitios buscando que los perros no fueran sacrificados; montaron largas guardias en el centro asistencial y finalmente se llevaron unos 100 canes.
vea el videoANDRÉS ROIZEN / MIGUEL ARREGUI