Durante mucho tiempo, Leonard Cukurs iba a recordar aquella mañana del 22 de febrero de 1965, cuando acompañó a su abuelo al aeropuerto de Congonhas, en San Pablo. Era la víspera de su séptimo cumpleaños. Había ido en auto con su hermana mayor Werena y el padre de ambos, Gunars, que conducía un flamante Cadillac del 49.
En el aeropuerto, el pequeño “Leo” se mostró apesadumbrado porque su abuelo no iba a estar presente para festejar sus 7 años. Y el abuelo le acarició la cabeza y respondió: “¡No estés triste, te traeré un hermoso regalo!”.
De inmediato, el letón Herbert Cukurs, vestido con traje gris oscuro, camisa a cuadros y sombrero, cargando un portafolio y un bolso de mano, se aprestó a embarcar en el avión de Air France con destino a Montevideo. No volvió a saberse de él hasta el domingo 7 de marzo, cuando su cadáver fue encontrado dentro de un baúl, en una modesta casa de playa de Shangrilá.
“Lamentablemente, el 23 de febrero, cumpleaños de mi hermano, se asoció en la familia con el día en que nuestro abuelo fue asesinado”, recuerda Werena.
Emboscada
En Montevideo, Cukurs fue recibido en el aeropuerto de Carrasco por un empresario austríaco, Anton Künzle, calvo, de cara redonda como una galleta, lentes de armazón grueso y un grueso bigote, quien condujo al letón hasta el Hotel Victoria Plaza, donde le había reservado la habitación 1.719. Künzle había trabado amistad con Cukurs en San Pablo y lo había convencido de asociarse en un negocio de turismo aeronáutico en la costa uruguaya. Cukurs ya tenía un emprendimiento de embarcaciones para turistas en Brasil, que contaba con 20 hidropedales, dos lanchas rápidas y un hidroavión.
Al día siguiente, el austríaco pasó a recoger a Cukurs por el hotel y lo paseó en un oscuro Vokswagen escarabajo por varias localidades canarias, hasta que llegaron a un pequeño chalet de Shangrilá que Künzle había alquilado. En el interior, al letón lo aguardaba una desagradable sorpresa...
Un ciclo emitido tiempo atrás por el canal National Geographic con el nombre Cazadores de Nazis dedicó su primer capítulo a este caso. El documental, que cuenta con testimonios de dos exagentes del Mossad y en el que participa el propio Künzle, recrea los hechos que ocurrieron en ese chalet, donde cuatro comandos del servicio de inteligencia israelí aguardaban el ingreso de Cukurs, totalmente ajeno a la emboscada que le tendieron.
Los agentes estaban en calzoncillos, con el torso y los brazos cubiertos de aceite para evitar agarrones en el fragor de la lucha que se preveía, porque Cukurs, pese a sus 64 años, era un exmilitar de fuerte complexión y endurecido en antiguas batallas. La resistencia fue encarnizada. Cukurs gritaba: "¡“Déjenme hablar!” y se debatía agitando brazos y piernas, hasta que uno de los hombres lo doblegó golpeándolo en la cabeza con un martillo. Ya en el suelo, lo remataron de dos disparos.
Después dispusieron el cuerpo dentro de un baúl cubierto con un impermeable y colocaron sobre el cadáver una nota de acusación: "Considerando la gravedad de los delitos de los que se acusa a Herberts Cukurs, especialmente su responsabilidad en el asesinato de 30.000 hombres, mujeres y niños, lo condenamos a muerte". Estaba firmada: “Los que nunca olvidarán”.
La estrella letona
¿Quién era Heberts Cukurs? Hay dos versiones opuestas sobre su notable personalidad: una heroica, que recuerda la historia antes de la Segunda Guerra Mundial, y otra posterior y macabra. Su biografía transita los más variados matices del alma humana, desde la admiración al horror.
Nacido en Liepaja (al oeste de Letonia, sobre el mar Báltico) el 17 de mayo de 1900, Cukurs era un típico letón “de cutis blanco, cachetes rojizos, alto, robusto, de pelo rubio peinado a la gomina con raya en el lado derecho, ojos claros, boca fina y mirada penetrante”, como lo describía la prensa.
Se hizo famoso por los vuelos de larga distancia que realizó en los años 30, cuando escribió su nombre y el de su país en la historia de la aviación mundial.
En 1933, con un avión diseñado y construido por él mismo, partió de Riga (capital de Letonia) hacia Gambia y regresó, en un viaje de más de 19.000 km. En 1936, de nuevo con un avión por él diseñado, realizó una travesía sin escalas a Tokio. En su país es considerado un héroe de la Fuerza Aérea de Letonia.
Su yerno Francisco Walter Rizzotto (ya fallecido), en una defensa encendida que hizo de su suegro en 1965, dijo que “Cukurs dedicó enteramente su vida a la aviación. Hacia 1916 participó en la guerra de liberación de Letonia del dominio alemán, y el raid aéreo que llevó a cabo en 1933 entre Europa y África hizo que lo conocieran como “el Lindbergh del Báltico”. Su figura —agregó— llegó a aparecer en sellos postales, paquetes de cigarrillos y tabletas de chocolate”.
Tras la ocupación de Letonia por la Alemania Nazi en el verano de 1941, Cukurs se convirtió en miembro del Comando Arajs, responsable por múltiples crímenes contra los judíos en su país. Estaba “exclusivamente” a cargo del mantenimiento de vehículos de este regimiento, según sus defensores, aunque también se sumó a las fuerzas nazis que luchaban contra los rusos.
Los testimonios de sobrevivientes judíos de las matanzas en el “ghetto” de Riga afirman que las atrocidades cometidas durante la guerra, como la quema de una sinagoga con 300 judíos atrapados en su interior, le hicieron ganarse el apodo de "el verdugo de Riga" entre los supervivientes del Holocausto.
Al término de la conflagración mundial, salió de Letonia hacia Francia y desde allí se embarcó con destino a Brasil, con su esposa, Milda Cukurs, y sus tres hijos: Gunars, Dolores Antinea y Herbert junior, entonces de 14, 11 y 3 años, respectivamente. También viajó con ellos una joven judía, Miriam, a la que habían acogido en la familia.
A diferencia de otros notorios criminales nazis, Cukurs viajó munido de un documento legal a su nombre, que le fue otorgado por las autoridades francesas después de requerir sus antecedentes a Letonia.
Cukurs —que en letón significa “azúcar”— tuvo una sensación agridulce al llegar a Rio de Janeiro, donde la alegría del carnaval explotaba en las calles. Su estrella se había apagado. Con su familia sobrellevaban una asfixia económica pavorosa y tuvieron que dormir los tres primeros días en la playa.
Llaman al comisario Otero
Transcurrió la última semana de febrero de 1965 y el tétrico baúl con el cuerpo del letón no había sido descubierto.
“Los que nunca olvidarán” no querían que la ejecución quedara en el olvido. Por eso, al ver que los días transcurrían sin novedades, una llamada anónima a las agencias de noticias AP, Reuters y UPI, en Frankfurt, avisaba del asesinato de Herbert Cukurs en Montevideo. Al principio los periodistas pensaron que era una broma y no le dieron importancia. Otras noticias, como las marchas de Martin Luther King en Alabama en defensa de los derechos de la población de raza negra, y el inminente desembarco de los primeros marines en Vietnam del Sur, ocupaban las planas internacionales.
El comisario Alejandro Otero (fallecido en 2013) tenía entonces 33 años y dirigía el Departamento de Inteligencia y Enlace, una modesta oficina policial que contaba con una fuerza de 30 hombres. También era árbitro de fútbol.
El periodista Renzo Rossello recordó en una crónica que “el 7 de marzo, cuando se disponía a cerrar la puerta de la oficina, a Otero no le hizo ninguna gracia la noticia que le traía un viejo conocido, el periodista Humberto Dolce del hoy desaparecido El Diario”.
Dolce había recibido un cable de la agencia Associated Press fechado en Bonn, informando la dirección del chalet de Shangrilá donde se encontraba el cadáver de Cukurs. Otero no quiso saber nada. Ya había recibido una comunicación similar el día antes, había enviado agentes a recorrer el balneario de Canelones y se volvieron sin encontrar nada.
“Dolce no se dio por vencido. Subió al despacho del director de Investigaciones, Guillermo Copello, y unos minutos después Otero fue llamado a su escritorio”, relata Rossello.
Finalmente aceptó ir junto al comisario Santana Cabris y otros agentes, y esta vez, con las indicaciones del periodista, ubicaron la dirección precisa: una casa de veraneo en estado de abandono. Al romper una de las cortinas, a través de la ventana, vieron manchas de sangre en el suelo. Después de forzar una puerta, Otero ingresó a una de las habitaciones donde se encontraba el baúl de cuero con el cadáver de Cukurs.
"Me pongo un pañuelo en la boca y entro. Llego a un lugar con la puerta cerrada, la abro y veo un baúl lleno de gusanos. Un olor insoportable. Unas ganas de vomitar terribles. Pero voy y levantó la tapa y veo la cabeza de alguien y el cuerpo de alguien", relató Rossello describiendo la reacción de Otero.
La investigación
Los tentáculos del director de Inteligencia se expandieron rápidamente y en pocos días la investigación produjo los primeros frutos. Otero logró averiguar la identidad de un ciudadano griego que había alquilado por dos meses el chalet de Shangrilá a Künzle y localizó la arrendadora de autos que había rentado los vehículos utilizados por los comandos israelíes. De esas pesquisas surgieron nuevos nombres, entre ellos el de Oswald Heinz Taussig, que había llegado días antes a Montevideo y se había alojado en el Hotel Victoria Plaza. Pero a esa altura de marzo, Künzle y Taussig habían desaparecido del mapa. Presumiblemente habían volado a Europa junto con los otros agentes del Mossad.
Una duda obsesionaba a Otero: ¿Por qué habían traído a Cukurs a Uruguay, si querían ejecutarlo, cuando podían haberlo hecho sin tanta parafernalia en Brasil?
A su juicio, el plan original era el de secuestrar a Cukurs para someterlo a juicio al igual que se había procedido con el nazi Adolf Eichmann, secuestrado en Argentina cinco años antes y luego juzgado, condenado a muerte y ahorcado en Israel.
"Acá no vinieron a ajusticiar a nadie, acá vinieron a secuestrar a alguien y a llevárselo y la operación les falló porque nunca pensaron que este hombre de tanta edad tuviera esa resistencia física", declaró Otero al periodista Renzo Rossello.
Algunos indicios alimentaban su hipótesis: la compra de un baúl al que le habían practicado orificios como respiraderos; la existencia de un buque que —según algunos pescadores que Otero entrevistó— habría estado anclado durante 72 horas frente a las costas de Shangrilá en la fecha en que se cometió la ejecución.
Pero Anton Künzle, en la entrevista que concedió en 2011 para la serie Cazadores de Nazis, explicó que la ejecución de Cukurs se decidió desde un principio. La razón era mostrar al mundo que todavía quedaban criminales de guerra impunes, en un momento crítico en que el parlamento alemán se aprestaba a votar la prescripción de los crímenes del nazismo. (De hecho, luego del asesinato del letón se resolvió dejar sin efecto esa prescripción).
También explicó por qué no procedieron a ejecutarlo en Brasil. “A diferencia de Uruguay, en Brasil estaba vigente la pena de muerte y era riesgoso que algún agente pudiera ser capturado y sometido a juicio en aquel país”.
Muchos años después
En 2018, el público que asistía al Festival de Eurovisión se sorprendió gratamente al escuchar la canción Funny Girl en representación de Letonia, interpretada por la joven veinteañera Laura Rizzotto, bisnieta de Herbert Cukurs.
Nacida en Brasil, la cantante pop visitó Riga hace algunos años para conocer a fondo la cultura de sus ancestros y ver a su abuela, Dolores Antinea Cukurs, quien trasladó allí su residencia luego de enviudar. En aquella ocasión Laura declaró sentirse orgullosa de su bisabuelo, al que no conoció, pero que describió como “una especie de Indiana Jones”.
Laura es nieta de Dolores y del brasileño Francisco Walter Rizzotto, quien en 1965 viajó a Montevideo para entrevistarse con las autoridades policiales y defender ante la prensa la figura de su suegro.
“Cukurs nunca anduvo escondido. La policía siempre supo la dirección donde residía. El DOPS (Departamento de Orden Público y Social) de Brasil jamás pudo comprobar que fueran ciertas las acusaciones que se hacían a mi suegro”, declaró entonces, y subrayó que “en ninguno de los 43 tomos que insumió el juicio de Nüremberg aparece Herbert Cukurs como criminal de guerra… Era una figura popular en Letonia y en 1933 ya había recibido expresivos homenajes”.
Enteradas de su presencia en Rio de Janeiro, en los años 50 se inició el asedio de organizaciones israelíes que lo acusaban de criminal de guerra y responsable de matanzas de judíos. El letón “recibió en su domicilio varias cartas acusatorias y el asedio no cesó hasta que Cukurs se trasladó con su familia a San Pablo en busca de tranquilidad y un campo propicio para los negocios”.
Rizzotto sostuvo que “ninguna de estas acusaciones sobre la presunta participación de Cukurs en el Holocausto dentro de Letonia han sido probadas en ningún tribunal de justicia”.
Cuando Dolores Antinea se fue a vivir a Riga, inició una campaña para rehabilitar la imagen de su padre. Después de un año de investigación a cargo de la fiscalía general de Letonia se resolvió archivar la causa contra Herbert Cukurs por su presunta participación en el Holocausto.
“Durante casi 70 años, hemos sido conocidos como la familia asesina. Llevo el título de hija de un asesino con la frente en alto. Es extremadamente doloroso. Y ahora esa acusación se ha aclarado”, dijo Dolores en una entrevista con LTN, el mayor canal privado de televisión letona.
Gunars, el mayor de los hijos de Cukurs, falleció en 2010 en San Pablo y el menor, Herbert junior, reside en Estados Unidos. Entrevistado por primera vez para la serie Cazadores de Nazis, contó: “Yo estaba escuchando la radio el 7 de marzo de 1965 y dijeron que había aparecido el cadáver de mi padre. Nos quedamos perplejos… Hemos estado esperando por 60 años que alguien mostrara una prueba de las acusaciones terribles que hicieron contra mi padre, y nunca han aportado ninguna… Mi familia ha sufrido mucho durante todo este tiempo por culpa de esas mentiras”.
Los familiares de Cukurs creen que los obstáculos morales para transportar las cenizas de su padre de San Pablo a Riga, y enterrarlas en el cementerio de los patriotas letones, ya han sido eliminados.
Al respecto, el historiador Efraim Zuroff, director de la oficina del Centro Simon Wiesenthal en Jerusalén, ha sostenido: “Está claro que si hubiera sido llevado a juicio dentro de un tiempo razonable después de la guerra, sin duda (Cukurs) habría sido condenado. Pero por una variedad de razones políticas y legales, eso no había sucedido veinte años después del final de la guerra, y parecía que nunca sucedería, lo cual provocó su ejecución por parte del Mossad… Así, Cukurs se salvó de la vergüenza de un juicio, solo para ser castigado de manera extrajudicial. Aquellos que lo hicieron, nunca soñaron que su ejecución serviría posteriormente como justificación para los intentos de restaurarlo al estatus de héroe en Letonia y encubrir su enorme culpa”.
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