Algunos —no muchos— tiroteos infernales entre policías y pistoleros jalonaron la crónica roja del Uruguay en el siglo XX.
Hubo, en 1989, aquella emboscada en la calle Morelli, en el barrio de La Unión, cuando cuatro policías murieron baleados al allanar una vivienda donde se ocultaba una banda de asaltantes de bancos.
Antes, en 1965, había ocurrido el célebre episodio del edificio Liberaij, en pleno centro de Montevideo, donde tres delincuentes argentinos resistieron a balazos, durante unas 14 horas, a decenas de efectivos que los tenían rodeados. En el tiroteo murieron dos policías: el agente Héctor Horacio Aranguren y el comisario Washington Santana Cabris. Dos días antes, los mismos pistoleros habían matado al oficial Luis Cancela en una calle de La Aguada.
Pero ninguno de esos infames acontecimientos ha igualado la pérdida de vidas que produjo la histórica “batalla del Paso del Molino” en 1933, hace 90 años. Seis policías muertos, dos delincuentes abatidos y 17 funcionarios y civiles heridos fue el saldo de una épica persecución callejera a una gavilla de pistoleros. Los nombres de los efectivos abatidos están grabados en granito negro, en el primer panel del monumento ubicado en la Plaza de la Policía Nacional (Agraciada y Lucas Obes), lugar que fue el epicentro de aquel tiroteo.
Entre los crímenes que reseñan las crónicas policiales, ninguno hay más dramático que el asesinato premeditado. Pero, a veces, un delito menor puede derivar en una tragedia de desmedidas proporciones. El desencadenante de los sucesos que terminaron diezmando a una comisaría en la zona del Prado fue un intento fallido de robo.
La mañana del 20 de noviembre de 1933, poco antes de las ocho, una pareja de delincuentes llamó a la puerta de la vivienda de Marcos Calleriza, un capitalista de apuestas clandestinas que residía en Manuel Herrera y Obes casi Aurora (hoy Ángel Salvo), a pocas cuadras de la avenida Agraciada. Venían con intención de asaltarlo. Tenían el dato de que Calleriza guardaba una importante suma de dinero. Les abrió la cuñada del dueño de casa.
Al enfrentarse con los visitantes, uno de ellos, Virgilio Tomás Denis, preguntó si Calleriza ya se había levantado. La cuñada dijo que aún estaba en cama, tras lo cual Denis, luego de consultar con su acompañante —Pedro Montiel, alias “El Cubano”—, extrajo de su bolsa un sobre azul que entregó a la señora diciendo que se lo diera a Calleriza. Apenas la mujer extendió la mano para agarrar el sobre, Denis la tomó por el cuello, no pudiendo evitar que la agredida gritara. Enseguida “El Cubano” se introdujo en el zaguán avanzando audazmente al interior de la casa.
El primer disparo
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Al oír gritar a su cuñada, la señora María Jura de Calleriza se asomó y vio a los asaltantes. Tomó un revólver que su marido guardaba en la mesa de luz y disparó hacia los dos sujetos, pero no dio en el blanco. El proyectil cruzó el zaguán y la puerta abierta, alcanzando en el hombro a la vecina de enfrente que había salido a barrer la calle.
Ante el griterío producido y la reacción de la señora de Calleriza, Denis y “El Cubano” abandonaron la casa saliendo a pie hacia Agraciada donde, a pocas cuadras, los esperaban otros dos cómplices, según algunos testigos, o cuatro según otros. La banda decidió separarse en direcciones opuestas. En uno de los grupos iban Denis, “El Cubano” y los hermanos Ortell, todos ellos con profusos antecedentes.
Mientras tanto, la empleada doméstica de la vecina herida, al ver caer a su patrona, empezó a demandar auxilio, pidiéndole a un joven que pasaba en bicicleta que avisara a la policía. El joven se llamaba Esteban Mario Rodríguez y unos días después, entrevistado por la prensa, admitió: “Si yo no hubiera seguido a los tipos, capaz que no habría habido tantos muertos”.
El ciclista, en lugar de dirigirse a la comisaría, decidió seguir a los sujetos. “Eran cuatro, corrían un poco y otro poco caminaban ligero, en dirección a Belvedere. Uno llevaba un diario. En Emilio Romero subieron a un ómnibus que iba repleto. En esa parada suben muchos pasajeros. Se subieron unos al estribo y otros al paragolpes. Entonces apuré la bici, los adelanté y en Camino Castro vi a un policía —el cabo Juan Lozano, de la Seccional 19ª— y le conté que venían los asaltantes en el ómnibus”.
El cabo habló con un colega que salía de un café —el agente de investigaciones Genaro Leites—y éste llamó a otro oficial (Máximo Rodríguez, de la 20ª). Al llegar el ómnibus a la esquina de Camino Castro se detuvo y el cabo se puso delante para cortarle el paso. Allí se bajaron los delincuentes. Los otros dos policías fueron a prenderlos.
“Vi que uno de los asaltantes echaba mano a un revólver y ahí nomás empezaron a los tiros”, recordó el ciclista.
Tres muertes
Mientras el joven del birrodado emprendía despavorido la huida, a su espalda resonaban los disparos.
Genaro Leites había tomado por un brazo a José Ortell (un anarquista español de 27 años), cuando recibió un impacto de bala por parte de Virginio Denis que esgrimía una pistola Colt calibre .45, lo que le hizo caer al pavimento fuera de combate. Al mismo tiempo, caían heridos el oficial Máximo Rodríguez y a corta distancia de ellos el cabo Lozano. Antes de reanudar su huida Denis completó su sangriento ataque propinándole un puntapié a Rodríguez y disparando nuevamente sobre su cuerpo y el de Leites, pese a que ambos estaban ya sin vida. El cabo Lozano resultó herido en una mano.
En medio de la confusión generada por el tiroteo, con varios transeúntes buscando refugio, los pistoleros prosiguieron la huida corriendo por Agraciada hacia el centro; pero a las dos cuadras, cuando se aprestaban a cruzar el puente sobre el arroyo Miguelete se toparon con Juan Benigno Rodríguez, de la Brigada de Tráfico, que venía en un side-car. Apenas el funcionario detuvo el vehículo, una ráfaga de balas cayó sobre él ocasionándole una herida mortal (falleció poco después en el Hospital Maciel).
Tres policías habían perdido sus vidas en menos de pocos minutos: un récord para un país donde las muertes de agentes del orden eran excepcionales.
Batalla sin tregua
El guardia civil Modesto Alonso, de la Seccional 19ª, llegó al lugar y persiguió a los cuatro delincuentes que trataban de huir por la calle Zufriategui. Al verlo, los prófugos se parapetaron tras una pared de la Estación Yatay y reanudaron el tiroteo. Atraído por los disparos vino el guardia civil de la 19ª., Zacarías Estigarribia, el cual se hallaba franco y vestido de paisano. Llegó a tiempo para ver que su compañero caía gravemente herido en un pulmón, pero con su arma logró dejar fuera de combate a José Ortell.
Aprovechando la confusión creada, y mientras llegaban refuerzos policiales, los delincuentes se dispersaron. El español Gabino Ortell, hermano de José, pudo escabullirse hacia la avenida Agraciada donde se topó con el comisario Ernesto Fosman, titular de la Seccional 18ª, quien llegaba con los guardias civiles Indalecio Cardozo y Honorato Sequeira. Estos lograron herir en ambas piernas a Ortell. Cojeando, el pistolero regresó a Zufriategui y se unió a sus cómplices —Denis y “El Cubano”— internándose los tres en el garaje de una funeraria ubicada en el número 984. Allí amenazaron al encargado y se hicieron con las llaves de un furgón fúnebre, aunque no lograron ponerlo en marcha.
Salieron a la calle y se parapetaron detrás de una cachila, frente a una finca señalada con el número 988, desde donde abrieron fuego contra el comisario Fosman y Sequeira. La resistencia era desesperada y los tres pistoleros se jugaban la vida.
A todo esto, un camión de Ancap que circulaba por la Av. Agraciada fue detenido por el guardia civil Juan Gamarra, de la seccional 19ª, logrando la colaboración de su conductor, el cual condujo el vehículo por Zufriategui con el policía agazapado sobre el guardabarros izquierdo para que éste pudiera acercarse al sitio donde se guarecían los delincuentes. La proeza no tuvo un final feliz: el conductor del vehículo fue herido de un disparo y Gamarra cayó sin vida sobre el pavimento. Y la sangre seguiría corriendo.
Denis, “El Cubano” y Gabino Ortell penetraron en los fondos de la finca de Zufriategui, donde el último ganó la azotea, cruzó los techos linderos y desde allí consiguió poner pie en la calle Agraciada. Detuvo a un automóvil en marcha y, apuntando con un arma al conductor, pudo huir por Camino Castro, perseguido por un patrullero que trasladaba al subcomisario Santiago Risso, de la seccional 19ª, y a Ceferino Benítez, de la 18ª. Luego de un breve patrullaje ubicaron el auto y al prófugo en una casa de la calle Jacquard, en momentos en que salía por el corredor exterior con un arma en cada mano. Allí fue rodeado por personal del Batallón de Infantería N° 8 del Ejército, cuyas tropas acudieron en apoyo de las fuerzas policiales.
Al ser detenido, Ortell presentaba tres heridas de bala en las piernas. Se le incautó una pistola Colt calibre .45 y una Mauser de 7,65 milímetros.
"Tenía que caer así, peleando"
No había de terminar la mañana sin otro tiroteo fatal. Los dos compinches de Gabino Ortell se habían refugiado en los fondos de la finca de la calle Zufriategui, donde fueron avistados por el subcomisario Queirolo Barros de la comisaría 18ª, quienes junto al agente de Investigaciones Raúl Páez López y otros policías, se cubrieron detrás de un muro tratando de lograr su rendición. Al no obtener respuesta de los delincuentes, el agente Páez se trepó sobre el techo de zinc de un improvisado gallinero vecino a la finca, abriendo un nutrido fuego contra los maleantes, hasta agotársele la munición de su revólver. Un compañero le alcanzó un fusil Mauser de 7 mm, con el que intentó reanudar los disparos, pero resultó herido de un balazo en el vientre y falleció esa misma tarde en el Hospital Militar.
Una crónica de El Diario de la noche contó que el joven agente presentaba un balazo en la región abdominal que le produjo siete perforaciones del intestino. “Ahora mismo, en la cama del Hospital Militar, lucha contra la muerte que lo acecha. Abre los ojos constantemente, mira a quienes lo rodean y entre quejidos hace un esfuerzo para sonreír… Desgraciadamente no se espera su salvación”.
“El chiquilín era bravo”, contó un colega de Páez. “Siempre lo fue. Jamás retrocedió cuando un maleante le hizo frente. Tenía que caer así, peleando”.
En un último esfuerzo por capturar a los dos pistoleros que resistían en el interior de la casa de Zufriategui, el inspector Reinaldo Braida y el guardia civil Honorato Sequeira, ambos de la 19ª, ingresaron a la finca, resultando herido éste último, aunque Braida logró reunir el resto del personal de que disponía y con ellos saturó el perímetro con un vigoroso fuego de armas largas, mediante el cual se pudo neutralizar finalmente al temible dúo de delincuentes. Virginio Denis fue detenido oculto bajo una cama, ya sin municiones, en tanto que "El Cubano" se suicidó momentos antes descerrajándose un disparo en la cabeza, con un revolver calibre .38.
Agotado el fuego, con el olor a pólvora dispersándose en las calles, a lo largo de las horas se conoció el terrible saldo de la jornada: cinco policías sin vida y otros cuatro baleados; un delincuente muerto por su propia mano y otros dos heridos, y un pistolero capturado tras rendirse. Además, una decena de civiles con heridas de bala, entre ellos el conductor del vehículo de Ancap y su acompañante –Salomé Sosa y Juan Aicardi-, la vecina que vivía frente a la casa de Calleriza y varios transeúntes que quedaron en medio del intercambio de disparos.
La sexta víctima
La sangre de los uniformados iba a volver a correr al día siguiente, cuando la policía continuó las pesquisas para dar con el paradero de los que escaparon y no intervinieron en el terrible tiroteo. Se trataba de dos individuos: Raúl Gallero Rossi y Salvador Del Pérez Delgado, alias “El Cubano Chico”. Virgilio Tomás Denis y Gabino Ortell tenían su aguantadero en una finca de la calle Cochabamba, donde la policía montó una discreta vigilancia a cargo del agente de la 9ª. Rojas Maldonado.
A media tarde llegó al lugar Salvador Del Pérez, el agente Rojas Maldonado intentó detenerlo, pero se produjo un corto y mortal tiroteo dentro del corredor de la finca donde los dos perdieron la vida.
Cuando cesaron los disparos, uno de los primeros vecinos en acercarse al lugar del hecho fue un joven llamado Félix Carlsson quien a los pocos momentos pudo comprobar, con no poca sorpresa, que el traje que vestía el abatido Salvador Del Pérez Delgado le había sido sustraído de su domicilio hacía aproximadamente un mes.
Plaza para los caídos
Así se cerró la dramática “batalla del Paso Molino” que terminó con la vida de seis policías y dos delincuentes, miembros de una banda munida de armamento más sofisticado que el que contaban los efectivos de una comisaría de barrio.
Fue un hecho que conmovió profundamente a la sociedad uruguaya —tal como lo reflejó la prensa de la época— y que dio pie a conmemorar el día en honor de las víctimas.
En el epicentro de la contienda, en la intersección de la Av. Agraciada y la Av. Lucas Obes, se construyó una plaza en homenaje a los policías caídos. En 1975, ese espacio público fue designado oficialmente “Plaza de la Policía Nacional”. Y en 2008 —bajo el gobierno de Tabaré Vázquez y con Daisy Tourné a cargo del Ministerio del Interior— se aprobó la Ley 18.377 que declaró el 20 de noviembre de cada año “Día del policía caído en cumplimiento del deber”.
Policías caídos
Genaro LEITES, agente de Investigaciones de la seccional 19ª.
Máximo RODRÍGUEZ, guardia civil de la 20ª.
Juan Balbino RODRÍGUEZ, sargento de la Brigada de Tránsito.
Juan GAMARRA, guardia civil de la 19ª.
Raúl PÁEZ LÓPEZ, agente de Investigaciones.
Eferez ROJAS MALDONADO, agente de la 9ª.
Policías heridos:
Cabo Juan LOZANO, cabo de la 19ª.
Modesto ALONSO, guardia civil de la 19ª.
Honorato SEQUEIRA, agente de la 19ª.
Indalecio Araújo CARDOZO, guardia civil de la 19ª.
Se erigió en granito un martirologio con los nombres grabados, hasta el día de hoy, de 267 efectivos, entre quienes se encuentran las víctimas de la “batalla del Paso Molino”. Las preceden algunos nombres también famosos, como Juan Ignacio Cardozo, jefe político de Florida, y el comisario Taumaturgo Román, abatidos por el legendario matrero Martín Aquino en un enfrentamiento en Horqueta de Arias, en 1914.
Otro hecho histórico, vinculado a los enfrentamientos relatados, se cumplió en 1937, al cumplirse el cuarto aniversario de aquellos acontecimientos, cuando quedó inaugurado el Panteón Policial ubicado en el Cementerio del Buceo, donde fueron trasladados los restos de los policía abatidos el 20 de noviembre de 1933.
Un detalle curioso intrigó a los investigadores de los sucesos del Paso Molino. Según dio cuenta la prensa en los días siguientes al tiroteo, una pistola Colt utilizada por el anarquista español José Ortell fue reconocida como propiedad del Dr. Hildebrando Carnelli quien, al ser interrogado, dijo haberla entregado a su hermano Lorenzo (a la sazón en Buenos Aires).
“El doctor Lorenzo Carnelli tendrá sin duda especial interés en aclarar su situación que hasta el momento es comprometida”, rezaba un suelto de El Diario.
En los días posteriores la prensa no volvió a informar sobre las peripecias de esa pistola.
Lorenzo Carnelli (1887-1960) fue un abogado y político uruguayo perteneciente al Partido Nacional. Se afiliaba ideológicamente a los postulados del socialismo utópico, y aun siendo blanco, era cercano en su pensamiento al batllismo. Es recordado por su ruptura con el Partido Nacional, para fundar el Partido Blanco Radical (1925-1933).