Hubo un tiempo en que viajar a Maldonado y al balneario esteño constituía toda una aventura.
No existían caminos, mucho menos carreteras y el tren era un proyecto dibujado en planos sobre la mesa de los ingenieros ingleses que explotaban el servicio de ferrocarriles en el Uruguay. La Península se llamaba pueblo Ituzaingó, aunque todos se referían a ella como la punta del Este y ya convocaba a audaces veraneantes.
¿Cómo se viajaba entonces desde Montevideo? En diligencia. La principal empresa que hubo se llamó La Comercial del Este, fue la más importante y brindó el servicio hasta 1910, cuando el ferrocarril llegó a Maldonado. Su dueño y mayoral se llamaba Estanislao Tassano y transportaba pasajeros, carga, caudales y servicio postal desde Pando hasta Maldonado y San Carlos.
La diligencia era un fuerte carromato, con capacidad de hasta 16 personas, recuerda hoy Alfredo Tassano, nieto del dueño de la empresa. Conocedor de la historia y muy próximo a su abuelo, al que disfrutó hasta su muerte ocurrida en 1951, don Alfredo cuenta que el carromato era tirado por nueve caballos: cuatro traseros, cuatro delanteros y el cuarteador. Los cuatro caballos traseros eran los únicos que tenían riendas, dirigidas por el Mayoral.
Tassano aportó a El País el relato que un usuario habitual del servicio, Giacomo Reborati, quien escribió en 1905 su experiencia en La Comercial del Este. "Partimos de Montevideo a las seis de la mañana en el Tren del Este que, después de casi seis horas de viaje para recorrer 90 kilómetros, nos deposita en la estación La Sierra, pequeño caserío, no lejos de la costa oceánica. Desde este lugar, en llanuras ligeramente onduladas, divisamos varias elevaciones que se perfilan en el horizonte. Son la Sierra de las Ánimas y el Pan de Azúcar, detrás de los cuales deberá llevarnos la diligencia.
"Es un gran vehículo, pintado de amarillo vivo, que podría rodar por un barranco sin desarmarse. Está montada sobre cuatro ruedas solidísimas, muy altas las de atrás, que tienen por lo menos 1,70 mts. de diámetro. Esto es para poder vadear los cursos de agua que son comunes en esta República y que cortan el camino. Las ventanillas no tienen vidrios sino persianas para poder cerrarlas en caso de lluvias. (...)"
"Finalmente, jadeantes y sudorosos, llegamos a la cima del médano desde el cual divisamos el océano azul, vuelto más profundo por las ráfagas, que se destaca netamente de las blancas arenas que bordean la costa. La playa, ancha y llana, se extiende en vasto semicírculo. Sobre la arena húmeda y dura el vehículo corre mejor. Viajamos así algunos kilómetros sin sacudidas, envueltos por la brisa marina, mientras las olas, que acarician constantemente la interminable playa blanca, vienen a lamer las patas de los caballos".
El paisaje descripto indica que han llegado a Portezuelo y el viajero comenta: "Es el Portezuelo; y aquel promontorio es Punta Ballena. Frente a este obstáculo dejamos la costa para internarnos hacia la llanura donde está Maldonado. Otro gran obstáculo nos espera. Debemos superar el lomo de Punta Ballena (...) Sobre esta pintoresca altura, cubierta de pinos y eucaliptus, está situada Villa Lussich, del conocido armador de Montevideo…".
En la noche, será el propio Tassano quien dejará en la puerta de sus respectivos ranchos a sus pasajeros. La llegada del ferrocarril a Maldonado, en 1910, supuso el fin de La Comercial del Este.
Audaces pilotos.
En la década de 1920, hubo gente que se arriesgaba a viajar a Punta del Este en su propio automóvil. Fue el caso de la familia Noceti-Mullin que en su Packard de 1923 y con su chofer llamado Napoleón, invertían muchas horas en llegar a la Península. Uno de los nietos de Noceti, Julio Arocena Noceti, comentó a El País que el periplo insumía "entre seis y siete horas, siempre y cuando no hubiera ningún inconveniente". Los pinchazos eran muy comunes. Las paradas obligatorias en pueblo Mosquitos (hoy Soca) para aprovisionarse de sándwiches, era obligatoria. Luego el viaje continuaba y había que "cruzar el Solís grande en balsa". Una nueva parada para descansar y enfriar el motor del auto al pie de la Sierra de las Ánimas, y luego el último tramo del viaje.
Amor para siempre.
Maureen OFarrel de Murphy es argentina. Aprendió a nadar en Mar del Plata ante la mirada atenta de sus padres que tenían casa allí. En 1945, tras la llegada de Juan Domingo Perón al poder, toda su familia decidió conocer Punta del Este. El primer verano lo pasaron en el entonces Hotel Nogaró, y un año después, compraron Casablanca, la casa frente a la playa de El Emir que todavía le pertenece.
"Estoy muy feliz porque mañana me embarco a Punta del Este", comentó a El País desde Buenos Aires, y agregó: "estaré allí tres meses, como siempre". Es que Maureen, desde que pisó por primera vez la vieja Mansa hace 70 años, siendo muy jovencita, no faltó un solo verano. "Fuimos incluso el verano de los tupamaros", acota. Aquel de 1970, cuando el MLN anunció "un verano caliente" con atentados y secuestros contra la oligarquía argentina que veraneaba en la Península. "Tuvimos miedo, en enero nos alojamos en un apartamento en el Santos Dumont, pero en febrero, con mi marido, nos animamos a abrir nuestra casa". Hoy Maureen está próxima a cumplir los 90 años, tiene una lucidez asombrosa y Punta del Este es parte esencial de su vida.
Recuerda muy claramente cuando tomaba con sus padres y hermanos el vapor de la Carrera en el puerto de Buenos Aires. Zarpaba a las 10 de la noche y desembarcaban en Montevideo a las 8 de la mañana. Allí los esperaba el tren, que en tres horas los trasladaba directo a Punta del Este.
"Era una vida de pueblo, maravillosa", rememora Maureen sobre aquellos veranos.
El carruaje en la difícil remontada del médano.
"Finalmente, jadeantes y sudorosos, llegamos a la cima del médano", describía Giacomo Reborati, un viajero usual de La Comercial del Este, en el diario de la travesía en diligencia que realizó en 1905 hasta Punta del Este, entonces conocida como Pueblo Ituzaingó. El sólido carromato, con capacidad para 16 viajeros, era tirado por nueve caballos: cuatro traseros, cuatro delanteros y el cuarteador.
En el techo se transportaba el equipajey los caudales.
La empresa brindó el servicio hasta 1910, cuando el ferrocarril llegó a Maldonado.
MALDONADoDIEGO FISCHER