Una atípica vuelta a clases en escuelas rurales: con moñas, túnicas y tapabocas

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Un regreso a las clases en escuelas rurales con túnicas, moñas y tapabocas. Foto: Leonardo Mainé

CONVIVIR CON EL COVID-19

Unos 1.000 niños de escuelas rurales retomaron los cursos presenciales. Son los primeros en este “reenganche paulatino de clases” desde que el coronavirus trastocó las rutinas educativas.

Aquello de que la distancia es solo para formar la fila, o colocar la barrera en el picadito del recreo, es cuestión de las escuelas del pasado. Porque desde ayer, en la “nueva normalidad”, la distancia es la regla de oro en las aulas uruguayas.

Belén -de sexto año y a quien la noche anterior le costó dormirse por esos nervios que siempre conlleva el reinicio de clases- lo sabía de antemano. Por eso cuando llegó a la puerta de la escuela número 30 de Cuchilla de Paraná, en Florida, gritó detrás de su tapaboca “¡buenos días, maestra!” y empezó a aletear los brazos en un saludo desde lejos.

Inicio de clases tras cuarentena en Escuela Rural N°30 en Cuchilla de Paraná en Sarandí Grande. Foto: Leo Mainé.
La prohibición de los besos y los abrazos no impidió el saludo (a distancia) en la escuela 30 de Cuchilla de Paraná. Foto: Leonardo Mainé

Como ella, sin besos ni abrazos pese a más de un mes sin verse cara a cara, unos 1.000 niños de escuelas rurales del país retomaron ayer los cursos presenciales. Son los primeros en este “reenganche paulatino de clases” desde que la pandemia del nuevo coronavirus trastocó las rutinas educativas.

Una rutina que, a Ivana Porcal, la maestra de Belén, desde ayer le implica “el doble de trabajo”. Porque en la mañana, durante el nuevo horario escolar, dio clase a los “cuatro valientes” que se animaron a regresar al centro educativo. Pero luego del mediodía, y virtualidad mediante, tuvo que repetir algunas consignas para los otros cuatro alumnos que, por temor o discrepancia de sus padres, no reiniciaron las clases presenciales.

Inicio de clases tras cuarentena en Escuela Rural N°30 en Cuchilla de Paraná en Sarandí Grande. Foto: Leo Mainé.
A diferencia de los maestros, los alumnos no están obligados a usar tapaboca. Pero, por sugerencia, la mayoría lo ha llevado puesto. Foto: L. Mainé

Las planillas de Primaria indicaban que, desde el miércoles 22 de abril, había 546 escuelas rurales habilitadas para reabrir y que atenderían a unos 4.000 alumnos. Pero ayer, en ese día clave, fueron solo la cuarta parte de los niños los que dijeron: “¡Presente, maestra!”.

Hubo alumnos que no se “reengancharon” a la presencialidad porque sus escuelas, pese a estar habilitadas, no abrieron. Esto aconteció en 202 centros educativos; donde los maestros aún no habían recibido los resultados de los tests de COVID-19 o en aquellos en los que no se consiguió el reemplazo de las auxiliares de servicio que eran parte de los grupos de riesgo.

El resto no fue, sencillamente, porque sus padres no los mandaron. Así sucedió con 1.800 niños.

Según Límber Santos, director del Departamento de Educación Rural de Primaria, “era lo esperable: como la asistencia es voluntaria, aquellos padres que tenían cierto temor, que estaban en desacuerdo con la medida o que les quedaba más cómodo continuar la comunicación con la escuela vía virtual, optaron por no mandar a sus hijos”.

Un regreso a las clases en escuelas rurales con túnicas, moñas y tapabocas. Foto: Leonardo Mainé
En las escuelas rurales conviven en un mismo salón los alumnos de diferentes grados. Foto: Leonardo Mainé.

Eso de “quedate en casa parece que pegó fuerte”, bromeó la maestra Porcal. Es que esta “no es una vuelta de clases cualquiera”. En los 23 años y medio que ella lleva en la docencia -siempre como única maestra de escuela rural y 11 de esos años en el centro educativo de Cuchilla de Paraná- “jamás había visto una suspensión de clases por más de un mes… ni siquiera cuando era estudiante”.

Un regreso a las clases en escuelas rurales con túnicas, moñas y tapabocas. Foto: Leonardo Mainé
Un regreso a las clases en escuelas rurales con túnicas, moñas y tapabocas. Foto: Leonardo Mainé

El sacudón fue tan evidente que uno de sus alumnos, diagnosticado como “asmático”, no fue por precaución. Otro faltó “porque la madre quería ver cómo se desarrollaba todo” y los otros dos se ausentaron porque, según sus padres, “son muy bandidos y tenían miedo que no respetaran las distancias con sus compañeritos”.

Porque a los escolares -que antes que escolares son niños- ahora los rige un protocolo: hay que pisar un trapo con hipoclorito antes de entrar a la escuela y así desinfectar la suela del calzado, hay que lavarse las manos, hay que mantener distancia, hay que reírse detrás de un tapaboca (aunque su uso es solo obligatorio para los adultos) y hay que…

Un regreso a las clases en escuelas rurales con túnicas, moñas y tapabocas. Foto: Leonardo Mainé
El olor a hipoclorito es la nueva fragancia de las aulas uruguayas. Foto: Leonardo  Mainé

Porcal se los hace saber a cada rato. Lo hizo el día anterior a la reanudación de los cursos, cuando les envió a los padres el protocolo por WhatsApp. Lo hizo mientras mateaba antes de ir a clase y le escribía a su auxiliar que “limpie bien, bien”, cuando llegaba cada niño, en los recreos improvisados para respirar una bocanada de aire a la intemperie y sin tapaboca.

“Esto es como cuando en el campo uno doma un caballo: lo tiene que hacer despacito, ir adaptándolo de a poco, porque de lo contrario el animal se corcovea”, resume la maestra con una analogía típica de la ruralidad.

La normalidad.

“Llegó la hora de cambiarlo todo / de comenzar este nuevo día / con muchos miedos y desafíos / para así vencer barreras / Una nueva experiencia hoy…”. La voz sale desde un parlante conectado a una computadora. Es la hija de la maestra, Lucía, una cantante recién recibida de profesora de música. La letra la compuso su madre, como bienvenida a clase, a esta “nueva normalidad”.

En el calendario lectivo las clases habían comenzado el segundo día de marzo. La suspensión de los cursos presenciales, tras la detección de los primeros infectados por COVID-19, fue tan inmediata que ni siquiera dio el tiempo de quitar el cartel de “feliz comienzo”.

Un regreso a las clases en escuelas rurales con túnicas, moñas y tapabocas. Foto: Leonardo Mainé
Un regreso a las clases en escuelas rurales con túnicas, moñas y tapabocas. Foto: Leonardo Mainé

Pero a la maestra Porcal le parecía que un cartel no bastaba. “Esto”, refiere a la pandemia y sus consecuencias, “ha trastocado la vida de todos y nos ha hecho extrañar el venir todos los días (a la escuela), las travesuras, el trabajo en el invernáculo”.

También ha mutado a la enseñanza. Belén, quien vive “atrás del monte”, recibe mala señal de internet. Por eso antes de la reanudación de las clases, ella hacía la mayoría de tareas con delay y desde el celular. Otros optaron por las plataformas de Ceibal, las cuales la maestra tuvo que aprender a dominar con más empeño ya que su expertise, dice, es la presencialidad. Y el alumno más pequeño, de solo cuatro años, recibía una cuartilla con deberes en la portera de su casa de Sarandí Grande.

Un regreso a las clases en escuelas rurales con túnicas, moñas y tapabocas. Foto: Leonardo Mainé
a los escolares -que antes que escolares son niños- ahora los rige un protocolo. Foto: Leonardo Mainé

Una ventaja de esta “nueva enseñanza”, cuenta Porcal, es que les permitió a los docentes observar “un montón de cualidades” que los niños tenían escondidas. Y también permitió entender que, pese a la distancia, “ninguno se esconde atrás de un celular”.

La vuelta a la presencialidad supuso el regreso a los chistes entre compañeros, las miradas cómplices y las corridas en el recreo “escalonado”: cortes de unos 15 minutos cuando acaban las consignas.

El parate de un mes y medio, sin embargo, ¿supondrá la necesidad de una nivelación entre los alumnos? Las escuelas rurales, sostiene Porcal, “tienen la ventaja del multigrado”. Ella, quien fue estudiante en el medio rural, les agradece a sus padres que la hayan enviado a una escuela de esta categoría. Porque “vas pasando por los grados y, si algo te quedó pendiente, lo vas recuperando a medida que escuchás a la maestra conversar con los niños de otros niveles”.

Un regreso a las clases en escuelas rurales con túnicas, moñas y tapabocas. Foto: Leonardo Mainé
El parate de un mes y medio, sin embargo, ¿supondrá la necesidad de una nivelación entre los alumnos. Foto: Leonardo Mainé

Pero hay algo que el niño de la escuela rural y el más urbano de los citadinos vienen sobrellevando de igual manera: el miedo.

Durante la primera hora de la clase de ayer, Porcal les propuso a sus alumnos la redacción de un “texto narrativo sobre cómo fue esta vuelta a los cursos presenciales, escrito en primera persona”. Belén tomó su cuaderno de Lengua -el de tapa amarilla- y, con una caligrafía bien cuidada, escribió: “Tengo mucho miedo con todo lo que está pasando con lo del virus, pero juntos podemos”.

En 88 escuelas no acudió ni un alumno

“Libertad”. Esa era una de las palabras en las que más había insistido el ministro de Educación, Pablo da Silveira, cuando se habían suspendido las clases presenciales. Bajo esa consigna, el retorno a las aulas es voluntario. En 88 escuelas, de las 344 que efectivamente reabrieron ayer, no hubo siquiera un alumno. Trece de ellas están ubicada en San José y para Límber Santos, director de Educación Rural, “no es casualidad: esto seguramente sea un síntoma del temor generado por los recientes contagios en esa zona del país”. Para el consejero de Primaria Héctor Florit, lo sucedido ayer tiene dos lecturas: la vinculada a la falta de niños responde a que “la comunidad toda está influenciada por los temores y expectativas de esta pandemia”; y la asociada al montaje de más de 500 centros educativos en pocos días, “muestra el tremendo esfuerzo logístico”.

“Fue una decisión difícil”, dijo Lacalle Pou

La reanudación de las clases presenciales era uno de los pasos claves (una de las perillas sensibles, al decir del presidente Luis Lacalle Pou) en el manejo de la pandemia en curso. Por eso, el propio mandatario encabezó una conferencia de prensa, en la tardecita de ayer, en la que señaló “sentir orgullo” por lo que han logrado “los protagonistas”: el retorno de unos 1.000 estudiantes a las aulas.

Lacalle Pou, quien ha insistido en que es el principal responsable si alguna de estas políticas fracasa, dejó en claro que esta, la vuelta a clases, era “una decisión difícil”. Pero reconoció que pudo llevarse a cabo gracias a que “la mayoría de los uruguayos han disfrutado de su libertad con responsabilidad”.

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