La entrevista del domingo
Jaime Saavedra, director de Educación del Banco Mundial.
Perú fue el país del continente que más mejoró sus resultados educativos en la última década y el logro tiene nombre y apellido: Jaime Saavedra. Este economista, exministro de Educación y hoy director en el Banco Mundial, piensa que lo suyo fue un aporte mínimo ante “una crisis global de aprendizajes”. Un problema del que Uruguay no está exento y que lo obliga a cambiar. De lo contrario “dejará de ser competitivo”.
Es la única entrevista que da en Uruguay y Jaime Saavedra sabe que tendrá que terminarla antes de tiempo. El hombre que revolucionó la enseñanza de Perú y que hoy dirige el área de Educación en el Banco Mundial, tiene que reunirse con Wilson Netto por la tarde. Cara a cara le dirá al presidente del Codicen cómo ve la realidad de la enseñanza local y, lo que es más importante, los pasos necesarios para la reforma.
—¿Cuál es el escenario uruguayo?
—Uruguay es un país que tiene muchísimos retos educativos. Pero, al mismo tiempo, tiene mucha esperanza y capacidad de hacer el cambio. Para avanzar en una reforma educativa necesitas un buen diseño, capacidad de implementación y el apoyo político. En el caso uruguayo, los diseños están avanzados, ya hay propuestas; hay capacidad de implementación porque es un país que tiene capital humano; y el gran reto es el saldo político. Cualquier reforma necesita de un compromiso de todos los actores; y por lo general por más de un gobierno.
—Los sindicatos suelen no estar presentes en esta discusión, ¿son realmente necesarios?
—La crisis de aprendizajes es un fenómeno global. Uruguay no es la excepción: de hecho las tasas de deserción en Secundaria son altísimas. Seis de cada diez chicos no acaban el bachillerato. Las diferencias en esas tasas de deserción, entre los más ricos y más pobres, es brutal. Y eso sorprende siendo Uruguay el país más equitativo de América Latina. Ese es el reto. Pero lo que sabemos es que la educación seguirá siendo un servicio intenso en las relaciones humanas. La gente que está involucrada, los que hacen la diferencia en esa experiencia educativa, son los maestros y los directores. Por tanto, la reforma tiene que centrarse primero y antes que nada en la interacción del chico, el maestro y el director del centro educativo. Eso vale para todos los países. Cuando se habla de Estonia, de Finlandia, de Singapur, no les está yendo bien por tecnología o por presupuesto, les está yendo bien por el rol que tiene el maestro y el director. Dicho esto: si el maestro es el elemento central de la reforma y no está en la discusión, debería estarlo.
—¿Cómo reaccionaron los sindicatos docentes cuando usted inició la reforma en Perú?
—La relación con los sindicatos siempre es compleja. Al mismo tiempo que nosotros dijimos que teníamos que introducir la meritocracia en la carrera y que los incrementos salariales (necesarios) estén ligados al desempeño, también teníamos una narrativa muy clara diciéndoles a los docentes que ellos tienen un protagonismo en la reforma. Esto solo puede suceder en asociación con los maestros. No hay otra vía. Claro que para ello hay que hacer evaluaciones y concursos impecables, transparentes, sin fallos.
—Bajo su mandato en el Ministerio de Educación de Perú se pasó de una inversión en la enseñanza de 2,8% al 3,9% del PIB. En Uruguay se habla de la cifra mágica del 6%. ¿Ese es el porcentaje ideal?
—Cifra mágica no hay. Pero tampoco puedes hacer las cosas sin recursos. Los países tienen que ir incrementando el gasto. Uruguay no es de los países que más invierte por alumno. Está en unos US$ 1.500 al año; y los países que más invierten llegan a los US$ 4.500. Por tanto, sí existe un margen para subir el gasto. Si un país de África subsahariana gasta US$ 200 por alumno, como sucede, es imposible que se pueda dar una educación de calidad. Hasta esos US$ 4.500 por alumno suele haber una relación entre inversión y aprendizajes. Por encima de esa cifra, ya no influye la relación. Tampoco quiere decir que si no incrementas el gasto del 5% del PIB al 6% es imposible mejorar. Ese no es el punto. Importa más qué haces con el dinero. Si incrementas los salarios a los docentes sin exigir nada a cambio, no vas a obtener resultado alguno.
—¿Qué riesgos corre Uruguay si no hace una reforma educativa?
—Por cómo viene cambiando la economía global, por cómo viene avanzando la robotización y la automatización, va a haber un cambio en las estructuras de trabajo y como humanidad nos tenemos que preparar para eso. No está claro có-mo van a cambiar, solo sabemos que van a cambiar. La única certeza es la incertidumbre. Y ante eso necesitamos que todos los chicos, reitero todos, tengan las habilidades fundamentales, habilidades socioemocionales. En Uruguay no todos tienen esas habilidades. Las altas tasas de ausentismo de profesores y de estudiantes, dan cuenta de que hay factores sociales y emocionales que están fallando. Uruguay es uno de los tres países en el mundo con más inasistencias, y eso habla de una falta de disciplina, de perseverancia, de importancia del aprendizaje. Sin esos cambios, el país dejará de ser competitivo y, lo que es peor, las personas dejarán de serlo.
—¿Tiene sentido la obligatoriedad de la educación hasta los 18 años ante tanta incertidumbre y datos de fracaso escolar?
—Siempre se puede debatir si tiene que haber más o menos años de obligatoriedad. Lo cierto es que es muy difícil que un ciudadano tenga una formación de calidad si no completó Primaria y Secundaria. Luego se puede discutir si los últimos años del liceo tienen que ser más técnicos o más académicos. Pero es claro que es necesaria una educación inicial, que en eso Uruguay está avanzando bien, una buena Primaria y una buena Secundaria. Y dentro de poco se vendrá el otro reto: la universalización de la educación terciaria.
—¿Terciaria o universitaria?
—Un problema que tenemos los países latinoamericanos es que seguimos creyendo que la única opción válida de educación terciaria es la universidad. Y hoy eso es un error. Tiene que haber muchas opciones. Ya no estamos en un mundo en donde al acabar de estudiar se ingresa al mercado laboral y listo. No son etapas separadas, hoy hay que aprender permanentemente.
—¿Eso quiere decir que la universidad no hace la diferencia?
—En algunas carreras sí y en otras no. Lo seguro es que no siempre la universidad hace la diferencia frente a una carrera técnica. Depende de la persona, del mercado, de cómo se estructura esa carrera. Es necesaria esa heterogeneidad.
—¿Qué debe adquirir el estudiante de hoy para adaptarse al mundo de mañana?
—No puede ser un estudiante insular, que solo esté pensando en lo que pasa en su país. Lo segundo es tener idiomas, en plural. En los países desarrollados se nota la diferencia, aprenden dos o tres idiomas desde muy pequeños. Tu competencia no son los chicos de tu liceo ni siquiera los de tu país, sino que compites contra los del mundo. Lo tercero son las capacidades digitales y, lo fundamental, la creatividad, el trabajo en equipo, la empatía.
—Va a desaparecer el 70% de los oficios tal cual los conocemos hoy, ¿por qué esas habilidades?
—Todas confluyen en aprender a aprender; en tener esas capacidades para adaptarse a los cambios aun si no sabemos cuáles serán esos cambios. Comunicarse bien, el trabajo en equipo, el pensamiento computacional serán más necesarios que el nombre del colegio donde estudiaste.
—¿Cómo debe actuar el profesor ante estos retos?
—Motivando al estudiante y procurando que todos aprendan.
—¿Eso no empareja hacia abajo? Si mi hijo es sobresaliente, ¿no lo termina condicionando?
—El profesor tiene que asegurarse que todos aprendan, lo que implica que tu hijo necesita un estímulo distinto que el chico de al lado. Igualdad de oportunidades no significa actuar con todos igual.
—¿Está preparado el continente más desigual del mundo para incluir a todos?
—Hay que asegurarse que se haga. No puede ser que en el Uruguay equitativo haya tantas diferencias para terminar la Secundaria. El ingreso de tus padres, el color de tu piel, tu contexto, tu género, no pueden seguir siendo trabas para tu desarrollo. Para tus derechos.
—Si Saavedra tuviese otra vez 18 años, ¿estaría dispuesto a estudiar docencia en lugar de Economía?
—Podría ser. La docencia es una carrera muy retadora, pero que genera un montón de satisfacciones. Mi madre era docente, mi abuela también lo era. Tenemos que generar las condiciones e incentivos para que más chicos de 18 años quieran seguir esa carrera. Eso es lo que hacen los países a los que mejor les va y consiguen que los chicos más destacados quieran ser profesores.
Hombre en busca de la hoja de ruta del cambio
Poco antes de que asumiera como ministro de Educación de Perú y bastante antes de que lucieran los resultados de su reforma de la enseñanza, Jaime Saavedra comenzó a coleccionar mapas. Iba a un país, visitaba un quiosco y compraba un planisferio, o un atlas o una cartografía. No le importaba que sus amigos le dijeran que esos mismos materiales estaban gratuitos en internet o que a través de Google podía viajar por el mundo solo moviendo el cursor del mouse. Parecía como si Saavedra buscara en esos mapas, en esos papeles que podía tomar entre sus dos manos, la seguridad de cómo es el mundo. Como si el hombre que revolucionó la educación de su país averiguara la hoja de ruta de esos cambios. Pero toda esa explicación, casi psicológica, a él solo le causa gracia. Piensa que esta colección es simplemente una extensión del "niño nerd" que mantiene en su interior. Saavedra nació en Lima, Perú, hace 54 años. "Era brillante en Matemáticas", le iba "muy bien en todas las asignaturas", pero era "pésimo en Educación Física". Era —y es bajito—, de lentes y todo lo que las etiquetas describen como un "nerd". En lugar de acomplejarse, el hoy director de Educación del Banco Mundial usó su poder para impulsar los cambios en una enseñanza que incluyera a todos. "A todos", insiste. Estudió en un colegio católico y privado, pero bajo su mandato quiso mejorar las escuelas públicas. Estudió Economía, trabajó sobre la pobreza, la educación y fue el único ministro que sobrevivió a la debacle del gobierno de Ollanta Humala, en Perú. Eso sí: el día que lo obligaron a renunciar The Economist tituló: "Un pequeño suicidio nacional para Perú".