EN LA CASA QUE ERA DE ARTIGAS
En el predio en el que Artigas pasó los últimos años, la asistencia todavía no es obligatoria, los miércoles las clases son online y una cuarta parte del alumnado aún no se anima a la presencialidad.
Hay una bandera uruguaya izada en la entrada principal, hay un busto de Artigas y hay alumnos que caminan con su ceibalita debajo del brazo. Y hay otros que, en el correr de esta semana, vestirán sus mejores túnicas blancas y entonarán las estrofas del himno nacional con motivo del Día de la Independencia. Casi todo luce como una clásica escuela pública uruguaya. Pero aquí, en el mismo predio en el que el Jefe de los Orientales pasó los últimos años de su vida, la asistencia al aula todavía no es obligatoria, los miércoles las clases son online y una cuarta parte del alumnado aún no se anima a la presencialidad.
La escuela pública Solar de Artigas, el único centro educativo que Primaria tiene fuera del territorio, cabalga a mitad de camino entre la enseñanza uruguaya (de quien depende) y la reglamentación paraguaya (donde está ubicada). Eso hace que, según la directora de la institución, María José Volpe, esta sea “tal vez la escuela uruguaya más singular de todas: hasta ahora no se impuso la obligatoriedad ni la presencialidad total, los actos patrios se festejan en días lectivos convencionales y la bandera solo la promete uno de cada diez estudiantes”.
Porque de los 255 inscriptos que tiene este curioso centro educativo, menos del 10% nació en Uruguay o es hijo de uruguayos. El resto son locales, de Asunción, la capital paraguaya.
¿Por qué un padre paraguayo enviaría a su hijo a una escuela uruguaya? La directora Volpe tenía esa duda. Por eso aprovechó los encuentros con las familias para escarbar entre esos motivos y llegó a una conclusión: “Hay un poco de tradición: generación tras generación la eligen”.
Entonces le surgió otra pregunta: ¿por qué razón siguen eligiendo esta escuela? “Tienen una enorme admiración por la educación uruguaya. Reconocen que enseñamos de otra manera. Los contenidos se comparten en su mayoría, pero la enseñanza uruguaya tiene más énfasis en el sentido crítico, en ir más allá del contenido clásico. Además, es una escuela que cuenta con las prestaciones uruguayas: ceibalitas, Ceibal en inglés, biblioteca solidaria, pensamiento computacional.
-¿Eso hace la diferencia?
-Sin dudas. En Asunción, la capital paraguaya, buena parte de los niños van a la educación privada para tener una enseñanza más integral. En el caso de la escuela uruguaya, ya encuentran todo eso. Y en la pandemia quedó de manifiesto: los gurises empezaron sobre un piso que no lo tenía casi ninguna escuela ni colegio paraguayo.
El año lectivo en Paraguay empieza en febrero y acaba en noviembre. Salvo por el primer mes, en todo el resto del año pandémico pasado no hubo siquiera un día de clases presenciales. Los alumnos tuvieron clases sí por las plataformas de Ceibal.
No fue lo único en que esta escuela hizo la diferencia en la pandemia. Paraguay accedió a las vacunas contra el COVID-19 unos días antes que Uruguay. Sin embargo, la cantidad de dosis compradas fue escasa y las maestras de la escuela Solar de Artigas seguían sin vacunarse con el año lectivo iniciado. Tras una gestión con Primaria, lograron viajar a Uruguay para darse en territorio nacional las dos dosis del laboratorio chino Sinovac, mientras continuaban con las clases online.
La pandemia fue la culpable, también, de que el acto de Jura y Promesa de la Bandera dejara de ser el día del natalicio de Artigas (19 de junio) y pasara a la fecha de su fallecimiento (23 de setiembre). Y aunque para la mayoría de escolares y liceales el cambio haya pasado desapercibido, en la escuela Solar de Artigas adquiere una connotación especial.
Porque esta escuela, que en 2024 cumplirá su centenario, se levantó en el mismo terreno en que Artigas pasó el tramo final de su vida. El primer gobernador constitucional de Paraguay le había dado un ranchito en la que entonces era su casa quinta de descanso (la quinta Ybyrai), “como si Lacalle Pou lo hubiese invitado a quedarse a vivir en una casa de huéspedes de la estancia de Anchorena”, ejemplifica la subsecretaria de Cultura Ana Ribeiro, quien como historiadora ha profundizado en aquellas etapas.
José Gervasio Artigas ya era un octogenario que padecía los achaques de su edad. A ciencia cierta poco se sabe sobre aquellos años porque, reconoce la historiadora Ribeiro, varios de los documentos existentes son de dudosa fidelidad. Pero algunos de esos archivos cuentan que habitaba en un clásico ranchito de techo de paja, que caminaba hasta un arroyito de la zona cuya agua tenía minerales y le servía para curarse de unos eczemas en las piernas. Dicen, también, que había ideado un sistema para izar una banderita roja para alertar a su vecina cuando se sentía mal, y que pasaba siestas enteras a la sombra de un árbol que adoraba.
Y entonces yace el clásico dilema entre el mito y la realidad. La directora de la escuela Solar de Artigas y sus colegas (todos los docentes desde cuatro años de inicial hasta sexto de escuela son uruguayos, salvo el profesor de Música y de Guaraní) están preocupados porque el Ibirapitá de Artigas se está secando. Es un árbol enorme del que hay varios descendientes que dan sombra en el hoy Jardín Botánico de Asunción. Un árbol que hasta tiene una placa de homenaje y que ha sido testigo de casi todos los actos patrios.
“La primera expedición de uruguayos, en la que entre otros iba el general Máximo Tajes, regresa con unos ramos de naranjo del árbol que le gustaba a Artigas... luego se popularizó, por esas desfiguraciones que tienen los relatos, que era un Ibirapitá”, cuenta la historiadora Ribeiro.
Tajes, como ministro de Guerra de Máximo Santos, había sido uno de los delegados uruguayos que fueron a devolverle a Paraguay los trofeos de guerra de la Triple Alianza (aquella batalla que, según los cálculos más conservadores, significó una mortalidad del 60% de la población paraguaya de entonces). Por ese gesto -al que se le sumó el pedido de disculpas- emergió un lazo de fraternidad entre ambos países.
El gesto de esa unión se materializó, unas décadas después, con la donación de Paraguay a Uruguay de parte del predio en que vivió y murió Artigas. Tras la consulta a algunos intelectuales de la época -Juan Zorrilla de San Martín y Juana de Ibarbourou, por ejemplo-, los políticos del momento entendieron que lo más conveniente era levantar allí una escuela.
Por eso Ribeiro y Volpe coinciden: la escuela Solar de Artigas “es considerada una de las mejores de Paraguay y tiene lista de espera, además representa un vínculo único con el Uruguay”.
Niñas con moña, niños de corbata
En el mismo predio en que José Gervasio Artigas murió, el 23 de setiembre en Asunción se prometerá y jurará la bandera uruguaya. Un Ibirapitá que se está secando y se dice que Artigas amaba, será testigo del acto. Esto será así aunque la historiografía oficial señala que el árbol del jefe de los Orientales era un naranjo. Las niñas irán con túnica blanca y moña azul, como en cualquiera escuela pública uruguaya. Pero los varones acompañarán la túnica con una cortaba azul. “Son de esas diferencias que llaman la atención”, reconoce la directora María José Volpe. Esto obedece a que, para la normativa paraguaya, esta es una escuela privada subvencionada.