La reconocida neuropsicoeducadora argentina, con estudios y presentaciones en el extranjero, se presentó días atrás en la tercera edición del evento HUB, sobre los desafíos en los entornos de aprendizaje. En entrevista con El País, la también entrenadora de docentes y autora de varios artículos puso énfasis en la importancia de mantener un “uso crítico” de la Inteligencia Artificial (IA). También se refirió a los retos que se abrieron en las aulas tras la pandemia de covid-19, destacando la necesidad de “desarrollar las funciones ejecutivas”, útiles para la vida. “Sin emoción no hay aprendizaje, y sin vínculos tampoco”, destacó la experta.
-El mundo cambia a un ritmo vertiginoso. Existe un uso diario de ChatGPT, y otras herramientas de IA. ¿Qué tan preparados estamos para enfrentar estos procesos?
-Estuve hace poco en un congreso en el exterior, sobre el futuro de la educación, que tenía que ver con cómo aplicar la IA en el aula. Lo que más me llamó la atención es que la gran mayoría de las charlas eran sobre cómo desarrollar el pensamiento crítico y creativo. O sea, ante una avalancha de propuestas que vienen desde la tecnología, lo que nos están diciendo los que saben es que no perdamos el foco, y que la escuela sea el lugar donde nosotros aprendemos a pensar.
-¿Por qué es importante mirar ahora este aspecto?
-Lo que pasa con ChatGPT, y otras apps, es que ese pensar uno lo delega en la máquina. Todo lo que uno no usa, el cerebro lo descarta, lo desarma para poder hacer espacio para armar nuevas redes neuronales. Si empezamos a tercerizar las actividades de cognición o de pensamiento crítico a una máquina, eso significa que el cerebro va a dejar de hacerlo.
-¿Cuál sería su impacto?
-Tenemos que entender es que todo lo que dejamos de hacer y dejamos de practicar -que se llama poda neuronal- el cerebro lo saca para hacer espacio a otras cosas. Lo peligroso de que nos lleve de las narices la IA es que dejemos lo que nos hace humanos, la capacidad cognitiva tan elevada. Después hay muchas cosas que tiene a favor.
-O sea, no implica estar en contra de la tecnología, sino de tener un uso crítico...
-Hay que tener un uso muy crítico y tener muy claro cuáles son las funciones que la escuela debería desarrollar al máximo para que no se pierdan.
-¿Qué funciones serían?
-Deberíamos desarrollar las funciones ejecutivas. Estas tienen que ver con la capacidad de demorar la gratificación; de modelar un impulso emocional; planificar y memorizar. Se van desarrollando a lo largo de la vida, que generalmente están totalmente maduras entre los 25 y 30 años, pero si las ejercitamos antes hay mucho más chances que aparezcan.
-¿Qué rol juega la escuela?
-De mantener el cerebro activo con redes de conocimientos que nos sirven para siempre. Por ejemplo, para hacer una carrera en cuatro años, es clave sostener el interés, la motivación y no tirar todo por la borda porque hay una fiesta. Todas esas funciones ejecutivas son cruciales. Pero algunas, como el pensamiento crítico y la organización, puede que las empecemos a delegar en las máquinas, y eso significa que vamos a tener cada vez menos músculo de eso.
-¿El uso está circunscrito a determinadas tareas o está muy liberado, en general?
-Eso seguro no está claro. Hay una invasión de tecnología que no pidió permiso, que sencillamente avanzó, y estamos tratando de ver cómo nos manejamos con esto. Lo que seguro no hay que hacer es ignorarlo, hacer de cuenta que no existe, y decir ‘yo voy a seguir con mi librito y con el CD, haciéndolos escuchar’, porque eso no tiene ningún sentido.
-¿Cuánto puede afectar?
-Depende de un montón de cosas. Lo que me ocupa a mí es que no se nos achicharre el cerebro mientras nos parece que se nos están facilitando las cosas. Me toca sostener lo que hace que nuestro cerebro se desarrolle, que son básicamente el movimiento y la conexión social que tenemos con los seres humanos.
-¿Qué es lo que más le preocupa ante estos avances?
-Desde la neurociencia me preocupa mantenernos humanos en el medio de toda esta revolución tecnológica, y tener siempre la claridad de que somos nosotros los que manejamos la máquina.
-La pandemia dejó una pérdida de aprendizaje generalizado. ¿Cuáles son las habilidades más importantes que se deben recuperar?
-Lo primero que tenemos que lograr es volver a tener climas emocionales que sean pro aprendizaje y no que estén tan apoyados en la supervivencia. Si uno trabaja casi exclusivamente en generar el clima emocional, el aprendizaje académico viene solo. Lo que no tiene sentido es con una población que fue golpeada tremendamente en lo psicológico y en lo social, hacer de cuenta que no pasó nada y ahora vamos a ir más rápido tratando de cubrir los temas.
-¿Responde a las habilidades blandas que nombraba?
-Hay dos conceptos enormes en neurociencia: sin emoción no hay aprendizaje y sin vínculos tampoco. Todas las habilidades de colaboración, empatía, modelar las emociones y capacidad de frustración. Todo eso tenemos que insistir para que suceda en esos 12 o 13 años que estamos en la escuela para que cuando se salga estén formados para el mundo que viene.
-Quiere decir que la escuela debe repensar su propósito...
-No se va a que el profesor comparta todo lo que está en su cerebro porque en el de otro no hay nada. Ya eso no va más. A la escuela hay que ir a socializar, a decidir, a trabajar por competencias, a trabajar lo práctico. El rol del docente cambia por completo, es una especie de guía, que por supuesto va a seguir siendo importantísimo, pero el centro del aprendizaje es el alumno.
-¿Cuáles son los tres puntos más importantes que los países con mejores desempeños educativos hoy ponen foco?
-Ponen énfasis en el bienestar de toda la comunidad, incluyendo a padres. En segundo lugar, hay preocupación por cambiar los espacios de aprendizaje, y el tercer punto es el propósito de la escuela.