EDUCACIÓN A DISTANCIA
Investigadora sugiere adaptar las clases al contexto actual.
La pandemia de COVID-19 adelantó varios capítulos de una serie cuyo final era sabido: la educación a distancia. En menos de un mes, los docentes y estudiantes tuvieron que anticiparse a una modalidad de enseñanza que iba a llegar, pero que se esperaba bastante después en la película. Y en el caso de la Universidad de la República (UdelaR), esa aceleración puso al descubierto algunas inequidades.
El 36,2% de los nuevos estudiantes universitarios no tiene un microcomputador (una laptop, tablet o pc) en su hogar del que pueda hacer uso exclusivo. Esta carencia es más notoria en la sede del litoral norte, en la cual cuatro de cada diez no poseen un dispositivo propio.
Los datos, recabados por la Dirección de Planeamiento de la UdelaR, tienen una particular significancia tras la resolución universitaria: “Establecer que la enseñanza se organice sostenida en plataformas digitales durante lo que resta del primer semestre de 2020”.
El rector de la UdelaR, Rodrigo Arim, dijo que la casa de estudio está haciendo "todos los esfuerzos" por democratizar la enseñanza a distancia y que se están realizando convenios con Plan Ceibal para garantizar la conectividad y uso de dispositivos de toda la institución.
Según una encuesta sobre conectividad y equipamiento informático de los estudiantes de la UdelaR, “el acceso a internet de manera restricta o irrestricta es universal en la población estudiantil, al igual que la tenencia de teléfono celular”. Pero no todos cuentan con los instrumentos tecnológicos idóneos para la educación a distancia.
“Una cosa es el mejor medio y otra es la realidad”, advierte Carina Lion, profesora e investigadora de la Universidad de Buenos Aires (UBA). En este sentido, dice la experta, “las clases sincrónicas, por streaming, son fantásticas, pero se vuelven inviables si los alumnos carecen de buena conectividad o no tiene un dispositivo para usar a la hora exacta del curso”.
El 72,7% de los nuevos estudiantes de UdelaR cuenta con acceso a internet sin límite de tráfico para la conexión. Pero hay un 16,6% que tiene restricción y un 10,7% que no sabe. A su vez, uno de cada diez estudiantes ni siquiera tiene un microcomputador en su casa (sea exclusivo o compartido).
Este escenario parece acelerar otra tendencia educativa: el fin de las clases magistrales. Aquello del profesor sabelotodo que da una exposición de dos horas sin parar, “no corre en la virtualidad”, señala Lion. “¿Se puede hacer? Sí, pero no resiste didácticamente: internet supone otro ritmo, otra propuesta y la concentración por tiempos más cortos”.
Francisco Mora, célebre neuroeducador español, ha insistido en que llegó la hora de “acabar con las clases de 50 minutos”. Según él, el cerebro de un adulto resiste unos 20 minutos de concentración. Luego necesita un descanso o una emoción que vuelva a despertar el interés.
Por eso la investigadora Lion, en Buenos Aires, ve con buenos ojos la iniciativa de docentes que sugieren propuestas por Whatsapp, Instagram u otras redes. “En la coyuntura que estamos viviendo, hay que buscar nuevos espacios de acercamiento, entender dónde están los estudiantes, cómo están pasando”.
Sucede que la generación 2020 de la UdelaR se compone de 18.371 estudiantes. Los docentes a veces desconocen el trasfondo de cada uno de sus alumnos: ¿Está cansado? ¿Comió? ¿Vive solo? De pronto, llegó la pandemia y las clases online. “Entonces empezamos a ver que hay universitarios que viven en un monoambiente, otros que tienen hijos que le saltan detrás de cámara, los que están tristes… esas son evidencias que nos acerca la tecnología”, explica Lion.
Por todo esto, concluye la investigadora, “las propuestas tienen que ser lo más democráticas posible: ¿Todos tienen celular? Entonces aprovechar el celular. ¿En Medicina no se puede ir al laboratorio? Entonces usar las simulaciones”.