Primero fueron los vendedores de fainá, después los de postre nevado, los pancheros, barquilleros, heladeros, diarieros y afiladores. Unos y otros desaparecieron del paisaje urbano, de las calles de Montevideo.
En su lugar, entre otros personajes llamativos, hace un tiempo que ganaron las veredas los paseadores de perros. No están asociados, hay quienes son monotributistas aunque impera el trabajo informal y temporal, y ninguno llegó a inscribirse en el Registro de Prestadores de Servicios previsto en la ley de Bienestar Animal puesto que éste nunca terminó de crearse.
Por la densidad demográfica, Pocitos es uno de los barrios en donde resulta más sencillo cruzarse con paseadores de perros, a veces con señoras o muchachas que complementan su jubilación o se pagan los estudios saliendo a caminar con tres o cuatro canes, no más.
Pero las manadas que impresionan van sujetadas por los puños y muñecas de hombres jóvenes. La oferta de su servicio ha llegado a internet y la variedad de precios va desde $ 40 la hora hasta $ 120. Hay promociones de dos horas por $ 80 y cuatro horas por $ 150. La mayoría trabaja en el Centro, Pocitos, Punta Carretas, Parque Rodó, Malvín, Punta Gorda, Playa Verde y Carrasco.
"Pasear perros es un trabajo a tiempo completo, se trabaja todos los días, incluidos los feriados, no hay vacaciones ni excusas por enfermedad. Los perros no entienden razones, y sus amos a veces tampoco. Es una labor sacrificada. Si el servicio lo exige, hay que levantarse a las seis de la mañana de lunes a domingo", cuenta el narrador de la novela "Paseador de perros", del peruano Sergio Galarza, editada en 2008 por el sello Alfaguara.
En Wikihow, el sitio de internet en donde se enseña "a todo el mundo a aprender cómo hacer cualquier cosa", no falta por supuesto el manual llamado "Cómo ser un paseador de perros profesional". Allí se dice que "pasear perros es más que colocar la correa y hacer un poco de ejercicio juntos". Es necesario "ser un amante de los perros".
Francisco Winterhalter, un uruguayo de 33 años, titulado como Técnico Asistente en Veterinaria, acaba de publicar el libro "Perros felices", en donde enseña en forma amena, ilustrada y puntillosa a educarlos o interpretarlos. Incluye además consejos para elegir a un paseador.
Él lo es desde hace tiempo, trabaja con un círculo de clientes muy íntimo, en Pocitos y Carrasco. En general, les cobra por mes. Su vasta experiencia facilita comprender en verdad el día a día de una labor en boga.
"Winter", como lo llaman los conocidos, respondió a El País todas las preguntas, como se lee en esta síntesis.
—¿Hay que amar a los perros para ser un paseador?
—Me enfoco en un punto de vista profesional. Al recibir el perro no me le abrazo, aunque se crea un vínculo muy lindo, respetándolo desde su naturaleza.
—¿Qué pasa si se cruzan dos paseadores con sus manadas?
—El que lleva menos perros y le resulta más fácil movilizarse debe cruzar a la otra vereda, nunca seguir avanzando de frente. Eso evitará posibles desafíos entre los animales.
—¿Cuáles son los riesgos de que cualquier persona se acerque al paseador?
—Lo peor es hacerlo para tocar a los perros, eso puede generar una competencia entre los que quieren llegar a esa persona para recibir también la caricia.
— ¿Se debe reiterar la ruta o recorrido del paseo? ¿Cuánto debe durar?
—En general se hace el mismo; los olores y estímulos van cambiando y lo disfrutan. Es aconsejable que el perro salga de paseo todos los días, pero el tiempo depende de varias cosas, de la energía contenida que tiene, o de si el perro después va a estar todo el día solo en su casa. Con 45 minutos de caminata continua puede ser suficiente. Yo fui generando un trayecto, un círculo que hago dos veces: cuando levanto al último perro estoy devolviendo al primero.
Instintos, mitos y curiosidades del mundo canino en la urbe.
Si una perra entró en celo no debe ser paseada en manada durante tres semanas. De lo contrario los machos comienzan a exaltarse, desafiarse y competir para perseguirla.
La psicología canina enseña que los perros que viven en jardines y no son paseados resultan más destructivos que aquellos de apartamentos, cuyos dueños están obligados a sacarlos dos o tres veces al día. Los de la casa-jardín rompen plantas o hacen surcos detrás de las rejas, debido a la hiperactividad que sufren por su aburrimiento.
Francisco Winterhalter contó también a El País que el trabajo de paseador no está exento de sacrificios aunque concede libertades. Las lluvias que caen de improviso lo sorprendieron más de una vez.
Cuando la manada está establecida, dice que no surgen contiendas entre los perros, pero al ingresar un animal nuevo el paseador debe estar más atento. En la manada hay una escala de subordinados y un líder, que no siempre es el más grande de tamaño. Winter llegó a sacar 23 perros en un paseo. A los muy dominantes debe llevarlos "más cortitos" y a los otros más sueltos, con mucha paciencia.
Un trabajo sin feriados ni vacaciones que cada día genera más demanda