CARINA NOVARESE
Domingo comenzaba su tarea casi al alba. Tenía que abrir persiana tras persiana del caserón y no era cosa de minutos. En el Palacio Taranco había más de 70 ventanas con persianas y cuando Domingo, el portero, terminaba con la última el sol ya estaba por ocultarse. O por lo menos eso es lo que cuentan las historias familiares que durante una vida escuchó José Taranco, nieto de uno de los hermanos que a fines del siglo XIX emigraron desde España y construyeron una de las principales fortunas de la época.
En esos años, primeras décadas del siglo XX, el palacio no era palacio sino "la casa del Centro" de la familia Ortiz de Taranco. El mayor de los tres hermanos, José, había llegado a Montevideo casi por casualidad, a los 14 años. Luego llegaron sus dos hermanos menores y juntos hicieron fortuna, se cultivaron en todas las artes y construyeron uno de los mayores símbolos del Montevideo de oro.
José Ortiz de Taranco tiene 68 años y desde hace más de dos revisa papeles, desentierra biblioratos con las cartas que su abuelo mandaba copiadas a mano, y rememora anécdotas familiares transmitidas de generación en generación. Aunque siempre estuvo en su mente la idea de contar en un libro la particular historia de una casa a través de la vida cotidiana de una familia, no fue sino hasta después de la restauración del Palacio Taranco, en 1997, cuando comenzó a planear en serio el libro que se lanzará la semana que viene.
El tiempo dejó en el olvido muchas cosas, incluyendo el Ortiz de un apellido compuesto que desde hace tiempo todos acortan como Taranco a secas. Pero ni el tiempo ni el descuido en el que quedó inmerso el palacete de la Ciudad Vieja durante varias décadas, pudo con las estructuras sólidas y los artículos de lujo.
EPOCA DORADA. En el enorme comedor del Taranco todavía hay piezas de la vajilla de Haviland original de la familia, preparada para atender a 240 personas. En el salón de baile todavía brillan los cristales de la enorme araña traída de Francia, igual que los grandes jarrones de cristal de Baccarat que adornan el lugar. De los 40 cuadros que formaban la colección que los Taranco donaron al Estado, 38 volvieron al palacio luego de deambular por diferentes oficinas y edificios públicos. Pero también hay piezas desaparecidas, como la enorme mesa italiana de billar, que todos recuerdan en la familia pero nadie ha podido ubicar.
A fines del siglo XIX los Taranco construyeron uno de los principales imperios del país, basado en la importación y distribución de artículos que una nación en desarrollo necesitaba. "En aquella época no había fronteras económicas. Los Taranco tenían clientes de Santa Catalina hasta el sur de Chile, más de 6.000", relató José Taranco.
Con una enorme fortuna entre manos, los Taranco decidieron que era hora de mudarse del edificio en el que vivían y trabajaban, ubicado en la esquina de 25 de Mayo y Zabala. Luego de buscar infructuosamente una casa acorde a sus gustos, decidieron construir en un predio delimitado por las calles 25 de Mayo, 1� de Mayo, Solís y la plaza Zabala, corazón del Montevideo histórico.
En el lugar había estado el primer teatro de Montevideo, la Casa de las Comedias, sucedido luego por el teatro San Felipe que terminó sus días cuando el Solís abrió sus puertas. En 1908 los Taranco decidieron pedir un proyecto a París. Por medio de sus contactos comerciales consiguieron que dos arquitectos franceses realizaran los primeros planos de la casa. Girault, uno de ellos, no era un arquitecto más. En esos años había realizado la reestructura de una de las principales zonas de París, además de haber concebido el Petit Palais y el Grand Palais de esa ciudad.
Entre las más de 3.000 cartas que José Taranco conserva de su abuelo, se encuentran las misivas que él mandó a Francia y recibió desde allí. Entre números y pedidos al exterior, en esas cartas se cuela la esencia del Uruguay de la época, las cosas que pasaban todos los días, los problemas comerciales y hasta la esquela que Félix alguna vez le envió a Juan Zorrilla de San Martín invitándolo a tomarse un cognac y jugarse un billar en el Taranco.
Mientras que se desarrollaba la construcción la familia se mudó a la quinta del Buceo, en el predio ahora ocupado por la Facultad de Veterinaria. En 1910 la familia se mudó a su nueva casa del Centro. Habían gastado 300.000 pesos de la época. José Taranco considera que ésto equivale a unos cuatro millones de dólares de nuestros días.
SIMBOLO. Para José Taranco, el libro que ahora publica es mucho más que una historia familiar. "El Palacio fue el símbolo de una época, la frutilla de una torta que era el Uruguay de esos años. Es la historia de la inmigración de este país. El Taranco es el símbolo de un país rico materialmente, pero sobre todo culturalmente". El país de Zorrilla de San Martín, el de Rodó, Vaz Ferreira y Torres García.
Además de la colección de arte que los Taranco dejaron en esa casa, también quedaron las historias de los famosos que por allí pasaron. Entre ellos el entonces príncipe de Gales y luego rey de Inglaterra Eduardo VIII, el mismo que abdicó para casarse con la divorciada Wallis Simpson. En 1925 se alojó en el Taranco. Los memoriosos cuentan que luego de la recepción que se realizó en el Palacio, el príncipe y un grupo de jóvenes fueron a lo de Shaw, en la Ciudad Vieja. A altas horas de la madrugada uno de esos jóvenes utilizó la puerta de la calle Solís para hacer entrar sin aspavientos a un príncipe que había bebido bastante.
Como agradecimiento a sus anfitriones, Eduardo dejó en el Taranco una foto suya enmarcada en un marco de plata con el escudo de la casa de los Windsor. Años después, la abuela de José Taranco, escandalizada por el casamiento del noble con una divorciada, mandó pulir el marco para borrar el escudo y sustituyó el retrato del príncipe por el de una tía vieja. El marco, ahora con la fotografía original, forma parte de la exposición que se puede ver en el Taranco.
El Montevideo que Taranco describe en su libro es el de "mirar para arriba", como él dice, porque cualquier uruguayo atento puede encontrar vestigios de aquella época con sólo levantar la vista y buscar los edificios que fueron construidos en aquella época. Por eso quiere que el libro que cuenta la historia de un edificio y de una familia, sirva para que las nuevas generaciones conozcan el país que tuvimos. "No para imitarlo, porque los tiempos cambian y no vamos a volver atrás. Pero sí para tomar conciencia de que esas cosas que se hicieron no eran sólo una forma de ostentar, sino que eran el resultado del trabajo previo y de valores tales como la constancia".
Historia del palacio taranco
El Palacio Taranco se inauguró en 1910 y sirvió como casa familiar hasta 1940, cuando Félix, el último de los hermanos Taranco vivo, murió.
En ese momento la casona fue heredada por los nueve hijos de Félix. Esa segunda generación de Tarancos en el Uruguay le vendió la casa al Estado por 240.000 pesos, un precio nominal si se considera que en 1910 había costado 300.000. La familia donó toda la colección de arte con la condición de que el Estado hiciera un museo.
El destino inmediato, sin embargo, no tuvo ninguna relación con un museo. Durante más de dos décadas el Taranco se convirtió en la sede del Ministerio de Instrucción. "Eso fue un desastre porque una casa de esa categoría no es un lugar donde instalar oficinas administrativas. Cuentan que había funcionarios que limpiaban sus lapiceras de tinta en las cortinas, mientras que las pilas de expedientes estaban arriba de los tapices franceses", dijo José Taranco.
Alertado del peligro que corría el patrimonio cultural contenido en esa casa, Pivel Devoto decidió sacar toda la colección de obras de arte y muebles y las redistribuyó en lugares como la propia residencia de Suárez. Hoy en día el piano de los Taranco todavía está allí, al igual que dos sillones Bergere que frecuentemente son usados por el presidente para recibir invitados.
En 1968 el Ministerio de Enseñanza construyó su sede y se decidió convertir al Taranco en el museo de arte que el Estado se había comprometido a hacer. Pivel Devoto dispuso el retorno de toda la colección pero ésto nunca se cumplió, entre otras cosas debido a la entrada en la dictadura.
El libro "Historia del Palacio Taranco" será presentado el viernes 30 y contará con la presencia de varios invitados españoles, incluyendo al profesor Gutiérrez Viñuales, catedrático de la universidad de Granada, al presidente de la Asociación de Amigos del Monasterio de Taranco, y la nieta de Zuloaga, una de cuyas obras está en el Palacio.
La aventura que terminó en palacio
La aventura estuvo en los orígenes de este emblemático palacio. Los hermanos José, Félix y Hermenegildo llegaron a Uruguay a fines del siglo XIX, alentados por su padre que quería alejarlos de la brutal crisis que afectaba a España pero también de un sorteo por el cual en esa época uno de cada cinco varones terminaba en el Ejército. De allí a la guerra había un paso.
José, el mayor, llegó a Montevideo casi por causalidad. Su destino planeado era Buenos Aires, pero el barco que lo traía terminó atracando en Montevideo porque en él se había desatado una epidemia de fiebre amarilla.
Como el resto de los pasajeros quedó en cuarentena en la Isla de Flores y terminó desembarcando en el puerto de Montevideo, a los 14 años y con 17 pesos en el bolsillo.
Aunque sus primeros años en el país fueron duros, en 1876 volvió a la capital desde Durazno y comenzó a trabajar en una empresa importadora.
En poco tiempo fue nombrado contable de la firma y después socio.
En 1880 llegó su segundo hermano, Félix y cuatro años después fue el turno de Hermenegildo, al que todos llamaban Gildo.
Con ellos comenzó su propia empresa, Taranco y Compañía, que en unos años se convirtió en la principal importadora.
Félix Taranco, el abuelo de José Taranco, fue el único de los hermanos que tuvo descendencia, nueve hijos, pero los tres Taranco siempre vivieron juntos.
Por eso cuando decidieron construir la casona pidieron a los arquitectos que idearan una disposición adecuada para mantener la privacidad de todos.
El ala del Palacio que da a la calle Solís era ocupada por los dos hermanos solteros, que tenían una entrada independiente desde la calle.