Hogar para los niños que se refugiaron en la calle

| Huir. Por sus impulsos de fuga no siguen otras propuestas

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XIMENA AGUIAR

La educadora le explica que la sábana con elástico va abajo y la otra, arriba. Al ver la funda de la almohada, el chico pregunta: "¿Esta chiquita para qué es? ¿Se ata?". Mientras tienden la cama, cuenta que siempre durmió sobre cartones, tapado con sacos.

"Eso es calle dura", contó la educadora social Fanny Garrido, responsable del hogar Rescatate, gestionado por la fundación CIPFE, en convenio con el INAU. El hogar abrió a fines de marzo, con el objetivo de atender a niños entre 8 y 13 años que reiteradamente quedaban afuera de otros programas dirigidos a niños de calle. Se los llama "de calle dura", o "fugadores", porque no permanecen en ninguna propuesta o institución el tiempo suficiente como para poder realizar un trabajo educativo, y a veces ni siquiera un diagnóstico de su situación.

El impulso de volver a la calle es demasiado fuerte. El objetivo de Rescatate es que aprendan a dominarlo. Viviendo en un internado, con los beneficios de tener comida, cama, atención y juegos, saliendo a la plaza o a hacer deporte, empiezan a intentarlo.

A veces, alguno insiste en que no quiere salir. Luego explica que si salía de la casa se iba a ir. "Porque sabe que no puede contenerse", contó Garrido.

Las razones por las que vuelven a la calle son muchas. Garrido lo describe en términos de una adicción física, tanto a la pasta base, cuyo consumo es bastante común entre estos chicos, como a la adrenalina de hacer una rapiña. Pero la huida también es su recurso. "La fuga en principio surge en forma defensiva, para preservarse. Luego va incorporándola a su conducta. Se va mucho, porque ante cualquier cosa que lo desestabilice se siente más seguro en la calle", explicó. Y la internación, las exigencias, o hasta el cariño pueden desestabilizarlo.

Entonces, buscan la seguridad de la calle, aunque se expongan a problemas de salud, robos y abusos, aunque coman y duerman salteado. A esos males ya están acostumbrados.

AFUERA. "Hay un gurisito que tenía 3 años cuando se iba de la pensión. La madre cuidaba a su hija mujer y le decía a los varones que tenían que ir a la calle. Mayoritariamente son expulsados de sus casas. No siempre de manera tan explícita, pero hay actitudes que a un niño lo llevan a irse", dijo la directora.

La situación de inseguridad y los abusos empezaron en sus casas. De hecho, el niño que no conocía una cama vivía con sus parientes, y hasta iba a la escuela, donde le daban su única comida del día. Pero dormía en el piso, y le pegaban el padre, la abuela, el hermano mayor…

"Sufren maltratos, violencia, abusos de todo tipo. O la obligación de venir con algo, de que cuando el niño retorna a su casa debe de traer determinada cantidad de plata o es golpeado, o no puede volver aun siendo de madrugada", dijo Garrido.

Además, en la calle pueden encontrar un cierto apoyo. "Escuchamos muchas veces, `si fulano está en la calle yo me quedo con él, no lo voy a dejar tirado`. Comparten muchas cosas. A veces para una buena y otras no, a veces lo que se comparte es una rapiña", señaló Garrido.

A veces, los niños son integrados en barras de adolescentes grandes o adultos, y utilizados para cometer actos delictivos. "Como que tienen cierto `amparo`, pero en realidad los usan para robar, ya sea para meterse en lugares de difícil acceso, o porque son chicos, rápidos, y menores", dice Garrido.

En tres ocasiones, dos de gran violencia, esas barras han ido al hogar a buscarlos, "No a hablar con ellos, a querer romper todo para sacarlos", contó Garrido. Esta es una de las razones por la que no se pueden sacar fotos del hogar, para que no sea fácilmente identificado.

"En cuanto a riesgos sexuales, abuso y comercialización, es moneda corriente. Lo que pasa es que muchas veces eso comienza en la casa, de donde se va para preservarse. No son pocos los casos en que ha sido la mamá la mayoría de las veces la que ha explotado sexualmente a los niños", dijo Garrido.

"Cuando se empieza a generar un vínculo de confianza y comienza el desahogo, de contar lo que les pasó o dejarlo implícito, después viene una fuerte crisis, con escenas violentas, de furia, de romper cosas, de quererse dañar", contó Garrido.

En esas crisis es cuando el impulso de fuga es mayor. Pero si se supera, se abre una posibilidad. En esa tarde de lluvia, los chicos están contentos con las tortas fritas que cocinaron, y con poder convidar a las visitas. Un día de calma poco antes de que comience el invierno, que acercará más niños al hogar.

Entre la confianza y la furia

El hogar tiene las altas puertas características de las casas viejas. La semana pasada, un niño, en un acceso de furia, arrancó la hoja de una puerta de su bisagra. "Es uno de los gurises que una y otra vez sintió el rechazo de la mamá. Cuando logra poner en palabras lo que siente con eso, como de la nada surge un conflicto y rompe la puerta. Después de llorar mucho y angustiarse, dice que lo que le pasaba era sentir el rechazo de su madre, de nuevo, de venir a verlo".

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