Maite tenía la garganta cansada de gritar, de implorarle, desde el portón, a Mauricio Docampo que saliera. Ya hacía varias horas que Ahielén Casavieja, de 16 años recién cumplidos, había desaparecido.
-No, gorda, acá no está -contestaba él. Pero ella, y las dos amigas que la acompañaban, no le creían.
-¡Dejame pasar si no está! Dejame fijarme si no está la gurisa acá adentro -insistía con desesperación. Y, luego de un largo rato, Docampo aceptó.
-Sí, pero (podés pasar) vos sola -le dijo, generando el estallido de las chicas que estaban con ella. A Maite no le importó, se animó y entró.
“Pasé, busqué… Levanté el colchón, (vi) abajo de la cama, no encontré nada. Miré por arribita. Viché por arriba el baño… Fue como que no revisé bien…”, describió -con voz baja, casi inaudible- esta semana ante la fiscal de Violencia de Género, Valentina Sánchez.
“Yo quería ver si había alguna pertenencia de ella, ¿entendés? Me fijé en los lugares básicos, abajo del colchón, abajo de la cama, en otro rinconcito… Yo quería buscar lo que sea, una media o una campera, una mochila”, relató.
El 12 de febrero de 2022 fue el día en que Maite se animó a entrar sola a la casa de Docampo. Sentía “responsabilidad” -culpa- porque a Ahielén la habían visto por última vez yéndose de su casa.
-¿Ta? ¿Viste? -fue lo último que le dijo Docampo a Maite, luego de que revisara su casa sin encontrar nada.
Unos 20 días más tarde, el 3 de marzo, los restos de Ahielén y los de Karina Saracho (de 36 años) fueron encontrados a pasos de allí, en el mismo terreno, luego de que el hermano de Docampo avisara a la policía que había hallado una pierna humana cuando estaba limpiando uno de sus pozos sépticos. Él vivía al fondo y Mauricio Docampo adelante.
La pericia forense mostró que la adolescente había estado al menos 13 días viva.
“No miré bien el baño, no miré bien la cocina, porque fue todo como que muy rápido, ¿entendés?”, dijo Maite, sin poder frenar el llanto, esta pasada semana en el juzgado.
El encuentro
La noche anterior, Ahielén había ido a la casa de Maite. Hacía tiempo que no podía visitarla libremente, porque se estaba sometiendo a un tratamiento por consumo problemático de drogas en un hogar para madres con hijos del INAU. Estaba contenta, porque la evolución venía siendo más que favorable. Y había podido convencer a los técnicos de que ese fin de semana la dejaran salir con su bebé de cuatro meses a festejar su cumpleaños número 16.
Sobre las 22:30, la adolescente se fue caminando desde la casa de su amiga a la parada de ómnibus de Luis Batlle Berres y Camino Paurú, en Santiago Vázquez. Estuvo sola unos minutos, hasta que pasó un amigo suyo de la infancia -apodado Pollo- y se pusieron a conversar, más que nada sobre la bebé, a quien había dejado al cuidado de su madre.
El ómnibus no pasaba y en un momento empezó a llover. Con la intención de refugiarse, se metieron debajo de la garita de la parada, y allí -según luego relataron testigos- fue que se sumaron a la conversación otros dos hombres: el Gordo Nico -que conocía al joven apodado el Pollo- y Mauricio Docampo. Este último le ofreció a ella pasta base. Ahielén le dijo que estaba en proceso de desintoxicación; a él no le importó e insistió.
-Yo voy a ir hasta mi casa a buscar un chaski (dosis de pasta base). Si vuelvo y estás acá, te doy pa’ que pruebes -le dijo Docampo, según la reconstrucción que se hizo de la escena.
-Tengo que ir a buscar a mi hija. Estoy esperando el ómnibus y voy a ir a buscar a mi hija -le repitió ella. Pero Docampo volvió rápido, el ómnibus no había pasado, y Ahielén entonces aceptó. Minutos más tarde, cuando el ómnibus llegó y su amigo el Pollo lo quiso parar, ella ya no quería tomarlo.
Tras probarla, Ahielén dijo que la pasta base que había llevado Docampo no le gustaba, que prefería otra, la que vendía un narco conocido como el Brasilero. El presunto asesino, entonces, le dio al Pollo y al Gordo Nico $ 500 para comprar más, y juntos salieron para la casa del Brasilero. Cuando volvieron Ahielén y Docampo ya no estaban.
El Gordo Nico sabía dónde él vivía. Pero cuando llegaron, Docampo abrió la puerta y les pidió que se vayan porque quería “privacidad” con ella.
Investigación
La búsqueda de Ahielén duró 19 días en los que hubo varias actuaciones policiales. Aunque se tuvo a Docampo en la mira, nunca se allanó su casa. Sí se analizaron sus contradicciones. Él manejaba un taxi y les dijo a familiares de ella que la había llevado hasta el barrio Cadorna, y allí se habían despedido; a algunos vecinos les contó la misma historia, pero cambió el barrio, y sostuvo que la había dejado en Maracaná.
Por ese entonces, a las mentiras de Docampo, se sumaron otras pistas falsas en cuanto a su paradero. Un hombre puso una publicación en Facebook en la que decía que la tenía secuestrada. Allanaron su casa en Toledo y se dieron cuenta que había sido “una burla”. Otro hombre dijo que ella se estaba prostituyendo en la rambla del Cerro. Fueron hasta allí, vieron a jóvenes con su misma complexión física, pero no hallaron ninguna pista. Otro indicó que la habían visto caminando en la playa de San José, sin que esto llevara a ningún lado. A Docampo, en tanto, se lo citó varias veces a la seccional.
El caso tomó gran trascendencia mediática. La familia de Ahielén protestó en las calles para reclamar un allanamiento en la casa de Docampo, que más de una vez había aceptado que inspeccionaran su casa sin necesidad de una orden.
El oficial responsable del caso declaró en el juicio que el miércoles 2 de marzo habían ido a la casa de Docampo y lo habían notado nervioso. A diferencia de otras veces, no los había dejado entrar a inspeccionar. Esto le fue notificado al fiscal Pablo Rivas, con la intención de que se habilitara un allanamiento. Rivas citó una reunión con varios organismos para el viernes 4, pero todo tipo de esperanza se apagó el jueves, cuando el hermano de Docampo denunció el hallazgo de parte de un cuerpo.
La pericia forense determinó que los restos eran de la adolescente desaparecida y que hacía tres o cuatro días que estaba muerta.
Se hallaron restos, de Ahielén y de Karina Saracho, en tres partes del predio.
Ellas
La parada de Luis Batlle Berres y Camino Paurú fue el último lugar en donde se vio con vida a Ahielén, pero no se sabe dónde y cuándo fue la última vez en que alguien vio viva a Karina Saracho.
De hecho, tampoco se tienen demasiados datos sobre ella. Se sabe, sí, que su padre estuvo preso, que su madre la abandonó, que fue criada por su abuela y que tuvo un hijo. Que fue adicta a la pasta base, que la condenaron por robar para consumir y que estaba “casi” en la calle.
Cuando sus huesos, irreconocibles, aparecieron el 3 de marzo de 2022 en el interior de una heladera oxidada, vieja y corroída en una cámara séptica de la casa de Santiago Vázquez, nadie la buscaba. Ni siquiera figuraba como ausente. Hacía meses que estaba muerta.
Mientras que la desaparición de Saracho no la denunció nadie, los familiares de Ahielén Casavieja movieron cielo y tierra para que apareciera.
Su amigo el Pollo, el que la encontró en la parada, la conocía desde la escuela y dijo que era una niña “ágil”. La recordaba de esa vida, pero también de otras. Ahielén consumía desde los 12 años, primero “fumó mucha marihuana, después tomaba merca” y en el último tiempo, pasta base. “Empezó a agarrar mucha calle”, contó en el juicio. Pero prefirió explayarse en que “tenía corazón” y “era una pibita sana”.
“Al uno andar en la calle... Hay gente que se te arrima, te trae un plato de comida, te ayuda. Ahielén era de esas”, dijo con tristeza.
La pasta base, la carencia y la violencia habían atravesado su vida. Era una joven “dócil, sociable e independiente” -según la autopsia psicológica que se realizó en el marco de la investigación- que le tocó un camino de “mucha inestabilidad”, una “escasa red de protección y cuidados”, con una madre “un poco ausente” y con dos padres consumidores.
Ana Laura Pintos, psicóloga forense del ITF, fue quien hizo la autopsia psicológica usando como insumo entrevistas con padre, madre, amigas, tía y técnicas de INAU. Dijo que ella pasó su vida “estando en muchos lados”: en la calle, en la casa de sus amigas, a veces en la suya defendiendo a sus hermanos de la violencia o, de más chica -según quien hizo la autopsia psicológica-, en la de un hombre a la que la llevaban sus padres, y que decían que era “su pareja”. Esto pasó cuando Ahielén tenía “10 o 12” años y él 30.
Acusado
Docampo hace más de dos años que está preso. Tiene casi 50 años. Es bajo, pero robusto, y está prácticamente pelado. No ha hablado hasta ahora. Su defensa sabe que es inconveniente que lo haga. Aguanta el juicio tenso, como molesto de no poder abrir la boca: se aprieta los dedos, se muerde las uñas, se rasca el cuello y mueve los pies sin disimular su ansiedad.
Estuvo preso más de una vez. Y entre la cárcel y la calle tuvo varios trabajos. Incluso fue policía. Aunque al momentos de los hechos manejaba un taxi, que era de su hermano, los testigos contaron que muchos le compraban pasta base, un delito por el que había ido preso por última vez. “Las deudas de droga siempre se pagan”, dijo tajante ante la psicóloga que lo perició.
Su relación con las mujeres, indicó la técnica, era conflictiva. Un testigo contó que “siempre” le preguntaba si le podía “conseguir alguna gurisa o piba” y que “si consumía, mejor”, para tener relaciones sexuales a cambio de droga.
En 2015, le hicieron una denuncia por abuso sexual que no tuvo andamiaje judicial. La mujer, como también lo hizo la familia de Ahielén, denunció que el Estado no la ayudó. Dijo que, además de violarla, la quiso sofocar, mientras le decía: “Yo maté a varias, una más no me cuesta nada”.
Según su denuncia, los policías se burlaron de ella. “¿Me vas a decir que no te diste cuenta? ¡Lo hacías por plata!”, sostuvo que le dijeron en una comisaría.
Por esta denuncia, y otra de una de sus exparejas por violencia doméstica, solo se lo inculpó por porte de armas, las que descubrieron en un allanamiento realizado en su casa en ese entonces.
La pericia del ITF indicó que, en un test para detectar rasgos de psicopatía, Docampo obtuvo 20 de 24 puntos, cuando una persona regular registra 13. Cuando habla de los hechos por los que se lo investiga ahora, apuntaron, lo hace con “frialdad, como si no estuviera hablando de vidas humanas”.
El juicio
Pasaron más de dos años del homicidio de Ahielén y -estiman- tres del de Karina Saracho. Docampo niega haber sido el responsable de los crímenes y así lo hizo saber a través de sus defensores de oficio, Andrea Souto y Diego Rodríguez.
La fiscal Valentina Sánchez, quien junto a Carolina Ledesma pidió el enjuiciamiento de Docampo, pasó la semana entrevistando testigos. Con un tono tranquilo, y preguntas escuetas y de sentido común, hizo que estos contaran lo que vieron. Cuando llegó el momento de proyectar las imágenes de la escena del crimen, y los desgarradores hallazgos, la sala se enmudeció. Ella necesitaba que el policía que había ido a declarar describiera lo que se veía y contara, paso a paso, lo que habían hecho. Así lo pidió, logrando nutrir su teoría del caso.
La abogada de Docampo, por su parte, es verborrágica y decidida. Tiene una teoría del caso clara y esa es la forma en la que le traslada las preguntas a los testigos, sin posibilidad de que ellos le den vueltas al asunto.
Es que en el juicio por los femicidios de Casavieja y Saracho, todavía hay preguntas sin responder. Quienes vivían en el mismo predio, ¿no escucharon gritos?, ¿no sintieron olor?, ¿cómo logró mantener a la menor 10 días secuestrada?, ¿era la primera vez que cometía un crimen de estas características?
Para quienes sostienen su culpabilidad se intenta buscar respuestas a todo esto. La condición de consumidor de cocaína del acusado y el hecho de que acostumbrara a llevar prostitutas a su casa por las noches justificaría que su familia no haya notado movimientos irregulares. Respecto de los olores, señalan que la escena del crimen es una zona semirrural.
Sin embargo, sobre cómo logró mantener a la adolescente más de 10 días viva, solo pueden tejerse hipótesis. Mientras una parte de los investigadores apuntan a que tiene que haber trasladado a Ahielén a otro lugar durante los días que permaneció desaparecida, otros creen que pudo haber un error en la estimación de la fecha de muerte. Lo cierto es que hay partes de los restos de Ahielén que nunca aparecieron.
En cuanto a si estos crímenes fueron los últimos que pudo haber cometido Docampo, es algo muy difícil de responder. Pero el “yo maté a varias” de la testigo y la lista de mujeres consideradas “ausentes” en Uruguay han dado vuelta durante todo este tiempo en la cabeza de los investigadores.
Si la jueza María Helena Mainard acepta el pedido de la Fiscalía y las defensas de la familia de Ahielén -Favio Fernández y Emilio Mikolik-, Docampo recibirá la pena más grande prevista en Uruguay. Entre la condena y las medidas accesorias serán 45 años de cárcel.
Con el objetivo de proteger la identidad de la testigo, Maite es un nombre ficticio.
“Yo no era mala gente”, le dijo Docampo a la tía de la víctima
Antes de que ingresara la psicóloga a hablar de los claros rasgos de psicopatía que presentaba el imputado, en el juicio se oyó decir, en la voz de Docampo, que él “no era mala gente”, que “la vida” lo hizo así y que se crió “en el barro”. “Estoy tratando de cambiar mi vida para que la gente no me siga mirando como un delincuente”, dijo en audios de WhatsApp enviados a una tía de Ahielén. Ella había acordado no denunciarlo en la Policía si él encontraba a su sobrina en las 24 horas posteriores a la desaparición.
Así, comenzó un fluido intercambio que duró solo durante esa jornada, puesto que los Casavieja después hicieron la denuncia. En estos audios, que se reprodujeron en el juicio, también se lo oye decir: “Por lo menos hicimos una amistad y ya me caes bien. Quedate tranquila que yo la voy a rescatar (…) La iban a violar en la esquina, no le estoy errando, fue por eso que paré (el taxi). No me arrepiento de todo lo que está pasando, porque si no hubieran abusado de ella ahí (…) Para mí los gurises son sagrados”.
Incluso la llegó a invitar “en la buena a tomar unos mates”, y le mandó videos recorriendo un cantegril donde él supuestamente la había dejado con el taxi, simulando buscar a su sobrina.
La defensa aún explora otras hipótesis del crimen, que podrían involucrar a otros jóvenes conocidos de Ahielén.